Surge una nueva izquierda moderna ante el hundimiento de los candidatos de Lula y Bolsonaro

Todos los candidatos aupados por el presidente o por el mítico líder del Partido de los Trabajadores han sufrido un descalabro en los comicios municipales que puede servir de presagio para las presidenciales

Guilherme Boulos, candidato a la alcaldía de São Paulo.NELSON ALMEIDA (AFP)

Los resultados de la primera vuelta de las elecciones municipales en Brasil han creado un terremoto que ha movido todas las fichas del tablero político. El país ha vivido una de las elecciones de las más atípicas desde los tiempos de la dictadura. En ellas han coincidido una serie de nuevos astros que le han dado un valor adquirido y han salido maltrechos y derrotados tanto los candidatos del presidente Bolsonaro como los del mítico líder de izquierda, Lula da Silva.

Las elecciones se realizaron en plena pandemia, entre el desprecio del presidente a la crisis sanitaria –llegó a llamar “...

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Los resultados de la primera vuelta de las elecciones municipales en Brasil han creado un terremoto que ha movido todas las fichas del tablero político. El país ha vivido una de las elecciones de las más atípicas desde los tiempos de la dictadura. En ellas han coincidido una serie de nuevos astros que le han dado un valor adquirido y han salido maltrechos y derrotados tanto los candidatos del presidente Bolsonaro como los del mítico líder de izquierda, Lula da Silva.

Las elecciones se realizaron en plena pandemia, entre el desprecio del presidente a la crisis sanitaria –llegó a llamar “maricas” y “cobardes” a quienes le temen al virus– y el peligro de que la gente se quedara en casa sin ir a votar.

Es verdad que ha habido una abstención mayor que en otras ocasiones (más de un 30%) pero fue emocionante ver como millones de personas se echaron a la calle a votar, preparados con máscaras y alcohol. ¿Quién ha dicho que los brasileños no se interesan por la política?

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Estas elecciones eran importantes porque, además de la pandemia, eran las primeras después de las presidenciales del 2018 que dieron la presidencia al capitán de extrema derecha, Jair Bolsonaro, con 75 millones de votos. Estas elecciones eran un test para poner a prueba su fuerza electoral tras salir victorioso con la promesa de acabar con la vieja política y la corrupción de los partidos.

Al mismo tiempo, eran las primeras que se realizaban con Lula fuera de la cárcel, con total libertad para hacer propaganda a los candidatos de su partido, el PT, que ocupó siempre la hegemonía de la izquierda en el país siendo el que más diputados puso en el Congreso y que siempre tuvo una fuerza de atracción en América Latina. Se trataba de ver si el partido, después del encarcelamiento de Lula, empezaba a reponerse de sus días negros de corrupción que desangraron la credibilidad del partido.

A todo ello hay que añadir la prueba a la que se sometió el pequeño partido de izquierdas, el PSOL, que nació a partir de la expulsión del PT de un puñado de militantes que ya empezaban a estar entonces desilusionados con el aburguesamiento del partido. Fue siempre un partido minoritario, pero que se ha distinguido por la defensa de los excluidos y de las clases más olvidadas como los Trabajadores sin Techo, los movimientos a favor de los que sufren persecución por su condición de género y por todos los problemas del feminismo moderno. Es el PSOL el partido que cuenta ya con una mártir, la joven negra y lesbiana salida de la favela, Marielle Franco, que consiguió ser concejal de Río desde donde dio la batalla contra las milicias que empezaban a injertarse en los ganglios del Estado. Fue asesinada, se convirtió en un símbolo que atravesó las fronteras, y aún hoy no se ha conseguido o querido descubrir quién ordenó el crimen.

Marielle era una de las ilusiones del PSOL y el fermento del futuro. Como ya escribí en esta columna, la joven negra está resultando más peligrosa muerta que viva. Desde la tumba continúa quitándole el sueño a muchos políticos y a la misma familia de Bolsonaro, amiga de los milicianos que la asesinaron.

Estas elecciones también vieron por primera vez a las mujeres trans siendo elegidas en varios Gobiernos locales. Algunas, incluso, siendo las más votadas, como Erika Hilton, la concejal con más votos en el gran São Paulo, o Duda Salabert, en Belo Horizonte, capital del importante Estado de Minas Gerais.

Erika pronunció un discurso fuerte y emocionante recordando que en Brasil, donde una mujer es asesinada cada ocho minutos y donde las personas trans sufren violentos crímenes de odio, este colectivo está entrando con fuerza en política para defender su causa. “Esto empieza aquí, pero no acabará”, dijo con firmeza.

He llamado terremoto a estas atípicas elecciones municipales de São Paulo porque han revelado, entre muchas otras cosas, que todos los candidatos apoyados por Bolsonaro o por Lula han sufrido un descalabro, lo que puede ser un presagio para las presidenciales del 2022. El mito del extremismo de ultraderecha, Bolsonaro, empieza a desmoronarse como un azucarillo. Los candidatos que más apoyó han acabado derrotados. Si alguien tuviera dudas basta recordar lo dicho por el famoso gurú del bolsonarismo, el filósofo radicado en Estados Unidos, Olavo de Carvalho, consejero del presidente y de sus hijos. Al conocer los resultados de las elecciones escribió, según publico el sitio web O Antagonista, que “el pésimo resultado de los bolsonaristas en las elecciones no tiene misterio alguno. Engañado por los generales sandía, el presidente confió demasiado en el éxito de su liderazgo personal, sin pensar que es un liderazgo personal incapaz de transmitir su prestigio a cualquier aliado”.

Y si las elecciones han revelado que el castillo bolsonarista empieza a resquebrajarse y a dar ya señales de cansancio y agotamiento, también han mostrado la derrota de Lula y del PT, que no han sido capaces de conquistar ni una ciudad importante, incluso en la región del nordeste pobre del que procede el expresidente y que siempre le aseguró millones de votos.

La casi salida de escena del bolsonarismo y del lulismo de la política de Brasil, y la votación masiva que los brasileños han dado a la “vieja política”, –los fuertes partidos del centro y del centro derecha– empiezan a revelar que los brasileños ya no creen en el mito de que Bolsonaro llegó para acabar con la política tradicional.

Por su parte, la izquierda del PT no solo ha perdido en estas elecciones, sino que ha salido maltrecha. En São Paulo, la ciudad más rica y la mayor de América Latina, donde siempre tuvo uno de sus feudos más fuertes, su candidato ha quedado en la cola Mientras, el joven presidente del PSOL, Guillherme Boulos, ha conseguido como un pequeño David contra el gigante Goliat llegar a donde ni había soñado. El dirigente de 38 años ha quedado con posibilidades de ganar en la segunda vuelta, lo que supondría una revolución para la política brasileña. Lula no quiso apoyar su candidatura y su propio candidato acabó humillado. Ahora el PT tendrá que apoyar al joven líder del PSOL, que se ha inspirado en los nuevos partidos de izquierda surgidos en los últimos años en Europa. Entre ellos, Podemos de España.

El resultado de estas elecciones indica que la política brasileña sigue viva, que su democracia está resistiendo a los embates de una ultraderecha cafre, autoritaria y golpista, y que las generaciones más jóvenes, que son las que han votado el domingo, buscan políticos nuevos. Políticos abiertos a los desafíos que presenta la humanidad y con ganas de revitalizar una política que salga de los palacios para tocar con sus propias manos los graves problemas del hambre, el racismo y las masacres de negros y mujeres, ante los que la antigua política aburguesada cerraba los ojos pensando solo en su provecho y el de sus familias.

Es solo el inicio, pero no es poco.

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