Columna

El mal perder

La responsabilidad de los demás es no permitir el chantaje. Ni el electoral, ni el emocional

Trump sigue con su purga y ha despedido al jefe de ciberseguridad por no avalar las teorías de fraude electoral.Servicio Ilustrado (Automático) (Europa Press)

Sin ninguna prueba de fraude sustancial, con 25 procesos jurídicos perdidos (y uno, menor, ganado), Trump sigue insistiendo en que él ganó las elecciones. No hace sino mover piezas en el partido para dar la vuelta en los despachos al resultado de las urnas, amenazando a la élite republicana con partir su electorado en dos si no legitima su empeño antidemocrático.

Es tentador leer a Trump como una rabieta de ego frágil. Tanto, que algunos conservadores disculpan su actitud y la de sus votantes con el argumento de que tiene que procesar su pérdida. Pero el duelo populista es un mal perder...

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Sin ninguna prueba de fraude sustancial, con 25 procesos jurídicos perdidos (y uno, menor, ganado), Trump sigue insistiendo en que él ganó las elecciones. No hace sino mover piezas en el partido para dar la vuelta en los despachos al resultado de las urnas, amenazando a la élite republicana con partir su electorado en dos si no legitima su empeño antidemocrático.

Es tentador leer a Trump como una rabieta de ego frágil. Tanto, que algunos conservadores disculpan su actitud y la de sus votantes con el argumento de que tiene que procesar su pérdida. Pero el duelo populista es un mal perder que sí, encaja con la personalidad de sus líderes, pero precisamente porque este tipo de movimientos atraen a personas incapaces de asumir su derrota. Si una propuesta política se basa en la imposibilidad de estar equivocada, es natural que se sorprenda y sospeche cuando la realidad le quita la razón. Si hemos perdido es porque hay trampa. Si la gente no me quiere es porque no me conoce (los medios engañan) o porque se lo prohíben (el proceso está manipulado). Andrés Manuel López Obrador aún insiste en que le robaron la presidencia en 2006. Quizás por eso le cuesta reconocer la victoria de Biden (el cálculo estratégico de llevarse bien con el vecino carece de sentido si va a ser desahuciado). También a Bolsonaro, que anticipa no sólo lo difícil que se le pone el continente sin un aliado en la Casa Blanca, sino lo complicado que será para su movimiento aceptar derrotas tras años de arrogancia mesiánica.

Y qué decir de España, donde las últimas elecciones han venido acompañadas de virales de fraude; primero del entorno de Podemos, después de Vox. Además, aquí hemos tenido al ejemplo paradigmático de conjunción entre persona y movimiento populista. Carles Puigdemont no obtuvo la mayoría que esperaba en las urnas (me refiero a las reconocidas tanto por la ley como por la totalidad de los votantes catalanes) y buscó que la realidad le diera la razón por otros medios. Cuando el proceso desembocó en derrota y exilio, ha seguido arropándose en la legitimidad que le otorgan los acérrimos, condicionando de esta manera su movimiento mientras ciertos perímetros ideológicos hablan de la necesidad de “comprender” frustraciones.

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Tal es el camino inevitable del mal perder populista. La responsabilidad de los demás es no permitir el chantaje. Ni el electoral, ni el emocional. @jorgegalindo

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