Columna

Saber que no es en balde

La falta de certidumbre mina el apoyo social de las decisiones, generando una sensación de improvisación y arbitrariedad

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez junto al ministro de Sanidad, Salvador Illa y la vicepresidenta primera del Gobierno, Carmen Calvo, el pasado 28 de octubre en el Congreso de los Diputados, en Madrid, (España).Europa Press

El ámbito de la psicología social es clave para saber qué tipo de medidas son sostenibles para gestionar la pandemia. Este frente, descuidado hasta ahora, deberíamos mirarlo más de cerca porque esta segunda ola nos estamos moviendo en el filo de la navaja.

Para que una norma sea ampliamente cumplida necesita de unas condiciones mínimas. De entrada, requiere transparencia, publicidad y previsibilidad. Las instrucciones deben ser claras y los ciudadanos deben saber a qué atenerse, bajo qué parámetros comportase. Pero, igual de importante, se debe generar un clima social que haga legítimas...

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El ámbito de la psicología social es clave para saber qué tipo de medidas son sostenibles para gestionar la pandemia. Este frente, descuidado hasta ahora, deberíamos mirarlo más de cerca porque esta segunda ola nos estamos moviendo en el filo de la navaja.

Para que una norma sea ampliamente cumplida necesita de unas condiciones mínimas. De entrada, requiere transparencia, publicidad y previsibilidad. Las instrucciones deben ser claras y los ciudadanos deben saber a qué atenerse, bajo qué parámetros comportase. Pero, igual de importante, se debe generar un clima social que haga legítimas dichas medidas. Es decir, que la norma no sea vista como arbitraria, sino necesaria para cumplir un fin determinado.

Esas condiciones pueden ayudarnos a entender lo que pasó en la primera ola de la pandemia. En España, solo cuando la amenaza fue patente, el clima de opinión pasó de la tranquilidad a la alarma. Esto hizo que el Gobierno, que iba tarde, pudiera justificar su giro de 180 grados y decretar el confinamiento total. Aquella medida fue muy severa, pero sus efectos eran universales, ayudando mucho a que se cumpliera con enorme disciplina (tal como avalan todos los datos). Había unas reglas claras y un horizonte temporal de mejora, un retorno por el esfuerzo diario mientras caía la curva.

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Sin embargo, estas condiciones están en el alero en esta segunda ola. Socios de Gobierno dictando medidas contradictorias, conflictos entre niveles administrativos, falta de parámetros coordinados, tribunales enmendando las decisiones… Todo ello ha multiplicado la confusión. Esto es muy problemático, porque la falta de certidumbre mina el apoyo social de las decisiones, generando una sensación de improvisación y arbitrariedad. El resultado es que aumentan los incentivos para el incumplimiento cuando no está claro que haya un horizonte en el que la curva “se doblegue”.

Se puede entender perfectamente que una pandemia es un elemento incierto, pero la gestión política de las administraciones requiere hacer más esfuerzos para sostener el apoyo social a las medidas que aplican. Esto debería preocuparnos porque va más allá de lo epidemiológico. Los confinamientos son muy gravosos económica y psicológicamente para una ciudadanía cada vez más agotada, lo que hace que la contestación social a las medidas pueda seguir creciendo.

Por ello es exigible más claridad y sencillez desde las administraciones, pero, sobre todo, justificar mejor que el esfuerzo que se pide a los ciudadanos vale para algo. Una compensación de los sectores afectados y una evaluación para saber si las medidas emprendidas son útiles es lo mínimo. La ciudadanía española ha cumplido y está dispuesta a cumplir, pero legítimamente pide saber que su sacrificio no es baldío.

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