Columna

No vino para quedarse

Los tópicos son la peor y más persistente forma de trumpismo, porque conducen a la parálisis y a la impotencia

Partidarios de Donald Trump, este sábado en Pensilvania (EE UU).LEAH MILLIS (Reuters)

Los tópicos son emblemas de fatalidad. Vino para quedarse. Como no puede ser de otra manera. En vilo, al borde del abismo.

De ellos vive el trumpismo, la fatalidad misma. Llegó como un meteoro inesperado y, después de cuatro años de susto, se esperaba que fuera otro meteoro de signo contrario el que lo desalojara.

No ha sucedido. No sucederá. Seguirá sin Trump. Todos llevamos dentro un pequeño monstruo trumpista. Seguirá el trumpismo sin Trump. Como rastro del tópico, de la fatalidad.

Gracias a un sistema electoral envejecido, perversión consentida de los principios democr...

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Los tópicos son emblemas de fatalidad. Vino para quedarse. Como no puede ser de otra manera. En vilo, al borde del abismo.

De ellos vive el trumpismo, la fatalidad misma. Llegó como un meteoro inesperado y, después de cuatro años de susto, se esperaba que fuera otro meteoro de signo contrario el que lo desalojara.

No ha sucedido. No sucederá. Seguirá sin Trump. Todos llevamos dentro un pequeño monstruo trumpista. Seguirá el trumpismo sin Trump. Como rastro del tópico, de la fatalidad.

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Gracias a un sistema electoral envejecido, perversión consentida de los principios democráticos. Para que no sea la voluntad de la mayoría la que se exprese sino los privilegios de la minoría. Hasta invertir el sentido de los equilibrios y controles democráticos. Queriendo evitar la dictadura de los más, se implanta la dictadura de los menos, la de siempre.

Gracias también a la fuerza de los intereses. El crudo poder del dinero, que huye de los impuestos, de la igualdad, de la compasión incluso, también de la razón y del futuro. Indiferente a la catadura de quien lo defienda. Reconfortado incluso por la exhibición de su inmoralidad impune.

Y al resentimiento. Más poderoso que la verdad. Obediente a los poderosos cuando se disfrazan de quejumbrosas víctimas vengadoras. Hasta el extremo de expresarse a favor de Biden pero desear secretamente que sea Trump quien gane.

También a la fidelidad a la tribu. A sus jefes. A sus brujos. A sus armas. A unos fetiches más poderosos que la cruda verdad.

Al final, Trump ha perdido. En votos: por cuatro millones al menos. Y en mitad de la pandemia, las peores condiciones para movilizar el voto demócrata. Ante un candidato gastado y más anciano todavía. A pesar del sistema electoral pervertido. Frente al argumento más poderoso: sin revolución ni reforma, queda la fatalidad del regreso tras la época del progreso. A pesar del tópico de la fatalidad.

Los tópicos son la expresión de una voluntad débil, de una inteligencia perezosa, de un futuro sin ideas ni proyectos. No vino para quedarse. Todo puede ser de otra forma. No estamos en vilo ni al borde del abismo.

Son la peor y más persistente forma de trumpismo, porque conducen a la parálisis y a la impotencia. El trumpismo vive del legado siniestro de la banalidad del mal, que se expresa y pervive en los tópicos. Hay que atreverse a romperlos. Atreverse a pensar.

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