Columna

Pero bueno...

En ese triste ‘pero bueno...’ está todo este sinvivir en que vivimos, pero también todo el amor propio, la presencia de ánimo y la dignidad que le sobra a este país para levantarse cada día y seguir tirando del carro

Personas con mascarilla en un autobús en Burgos, Castilla y León (España).Tomás Alonso (Europa Press)

Cada cual cuenta la pandemia como le va en ella. Hay a quienes el virus los ha embestido de mala manera y les ha destrozado vidas y haciendas. Otros hay a los que el bicho les ha respetado salud y dinero, y para quienes la crisis es poco más que una jodienda por no poder escaparse a Londres de compras navideñas. En medio, andamos el resto. Desorientados, sonámbulos, abantos perdidos. Viviendo en vilo hasta poder vivir sin miedo. Mírenlos: están por todos sitios. Solo hay que levantar la vista del ombligo y, a veces, ni eso. Ancianos de ojos atónitos sobre las mascarillas. Adolescentes desperta...

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Cada cual cuenta la pandemia como le va en ella. Hay a quienes el virus los ha embestido de mala manera y les ha destrozado vidas y haciendas. Otros hay a los que el bicho les ha respetado salud y dinero, y para quienes la crisis es poco más que una jodienda por no poder escaparse a Londres de compras navideñas. En medio, andamos el resto. Desorientados, sonámbulos, abantos perdidos. Viviendo en vilo hasta poder vivir sin miedo. Mírenlos: están por todos sitios. Solo hay que levantar la vista del ombligo y, a veces, ni eso. Ancianos de ojos atónitos sobre las mascarillas. Adolescentes despertando a la vida en un mundo en coma. Niños jugando embozados en el recreo. Adultos devorados por la ansiedad en el purgatorio de las tres de la madrugada. Todos, con sus días buenos y malos, y sus ratos malos y buenos en el mismo día, porque la vida sigue. Y es compatible echarse un día a la calle a gozar del sol de otoño y vagar cual alma en pena el día siguiente a poco que se nuble. Tener la certeza de que la Navidad no será como era y estar deseando que enciendan las luces. Guardar la ropa y querer nadar un poco, aunque sea con neopreno y escafandra. Y todo en un irrespirable ambiente de gritos digitales y silencios analógicos porque, por no hablar y generar aerosoles, ya ni nos saludamos en los ascensores. Así están las consultas de los psicólogos: con lista de espera para contarle las penas a un extraño a razón de cien pavos la hora.

“Estoy regular, pero bueno...”. “Si nos confinan, voy al paro, pero bueno...”. “No veo a mi madre desde marzo, pero bueno...”. Estos días acabamos muchas frases con un pero bueno... que no requiere ni respuesta porque el otro está pensando lo mismo. En ese triste pero bueno... está todo este sinvivir en que vivimos, pero también todo el amor propio, la presencia de ánimo y la dignidad que le sobra a este país para levantarse cada día y seguir tirando del carro.

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