Un respeto
Hace tiempo que veníamos barruntándolo: nuestra sociedad exige a los ciudadanos un nivel de responsabilidad y autocontrol según la franja de edad
La voz de los supervivientes de la covid. Las radios nos van mostrando sus testimonios. Secuelas que provocan escalofríos: migrañas, dificultad para respirar, pérdidas ocasionales de memoria, lentitud mental. Hay días en que creemos saber algo sobre el maldito virus y otros en que nos inunda una certidumbre de ignorancia. De cualquier manera, siempre hay algo por lo que dar gracias. Viendo el panorama, yo agradezco no tener adolescentes a mi cargo, ni jóvenes en su primera juventud que puedan discutirte en casa las medidas sanitarias. Hace tiempo que veníamos barruntándolo: nuestra sociedad ex...
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La voz de los supervivientes de la covid. Las radios nos van mostrando sus testimonios. Secuelas que provocan escalofríos: migrañas, dificultad para respirar, pérdidas ocasionales de memoria, lentitud mental. Hay días en que creemos saber algo sobre el maldito virus y otros en que nos inunda una certidumbre de ignorancia. De cualquier manera, siempre hay algo por lo que dar gracias. Viendo el panorama, yo agradezco no tener adolescentes a mi cargo, ni jóvenes en su primera juventud que puedan discutirte en casa las medidas sanitarias. Hace tiempo que veníamos barruntándolo: nuestra sociedad exige a los ciudadanos un nivel de responsabilidad y autocontrol según la franja de edad. A los viejos, que les zurzan. Hemos decidido que carecen de derechos y de soberanía. Los amados hijos, las amadas hijas, llevan a rajatabla el aislamiento de sus progenitores y a menudo lo exhiben con orgullo. La salud equivale hoy a padecer o no la covid. Parece dar igual que se mueran de pena, de estar más solos que la una. Pasamos de glosar las virtudes de una generación que comenzó sus días en la guerra a olvidar que tienen voluntad propia aunque su movilidad esté mermada. Es una edad de fácil sometimiento. Lo pienso a menudo: si llegar a vieja es obedecer, menudo viaje estúpido entonces el de la vida que te niega derechos y hace que la sociedad te mire con condescendencia.
Los niños, a su peculiar manera, también son fáciles de controlar. La mente infantil es tan milagrosamente flexible que convierte enseguida las nuevas normas en tradiciones. Asombra verlos lavarse las manos con tanto esmero, asumir con fortaleza su pertenencia a las burbujas escolares. Algunos han sido separados de sus mejores amigos y se saludan con la mano de un extremo a otro del patio. Tenían tantas ganas de ir al colegio que disfrutan a tope de esta reducida sociabilidad. Hasta han padecido que por momentos les cierren los parques, la medida más incongruente de todas, siendo el lugar más seguro de encuentro social en estos tiempos.
Pero, cuidado, que llegamos a la adolescencia, esa enfermedad que se cura con el tiempo, y los expertos se ponen ñoños, juvenilistas, majetes. Antes de afirmar que en el ocio nocturno es donde se está produciendo el mayor foco de expansión del virus, instan a acudir a los dichosos influencers para que les comuniquen, en el supuesto lenguaje cifrado de la juventud, que seguir una serie de normas para no perjudicar la salud colectiva es guay. Hasta hay quien anima a convertir la mascarilla en un complemento de distinción para que cada joven customice su responsabilidad. Me pregunto si no sería más eficaz dirigirse a ese sector de la ciudadanía, porque ciudadanos son, con seriedad, con la seriedad que merecen y con la que se les debe exigir.
Las autoridades políticas han contribuido en gran parte a este desatino. Sabemos que no todos los jóvenes obedecen solo a su egoísmo, de hecho, seguro que son más los que tienen conciencia de la importancia de su comportamiento, pero basta con que sean unos pocos. Esos pocos, muchos cuando se amontonan en un espacio angosto, llenaron los días pasados algunas calles de Granada. La Junta y el Ayuntamiento optaron por cerrar el lugar seguro que era la universidad para permitir el aluvión a la puerta de los bares. Lo que ha pasado, esas cifras que se han disparado, era esperable, estaba cantado. Lo advertían los sanitarios, que, junto con los supervivientes de la covid, no saben qué decir para que se les tenga respeto. Respeto. Pero se ha favorecido aquello que producía un beneficio económico inmediato. Por supuesto, la educación y la sanidad siguen estando a la zaga. Imagino que es difícil para un joven serlo ahora, también ser responsable de adolescentes bajo estas premisas, pero no cabe otra que exigirles su parte como a un adulto cualquiera. Aunque qué decir si en Madrid el toque de queda se traduce en ampliar el horario de los bares. Qué decir ya.