Tribuna

El espejo de Lesbos

La isla no solamente es la puerta geográfica de Europa sino que representa un banco de pruebas para una extrema derecha europea que se conjura para violentamente tomar las calles y extender su discurso del odio

Una niña sostiene un globo aerostático mientras camina entre tiendas de campaña en el campamento Kara Tepe en la isla de Lesbos (Grecia), el pasado 14 de octubre.MANOLIS LAGOUTARIS (AFP)

A pocos kilómetros de la Península de Anatolia, en los márgenes de Europa, Lesbos, donde nació Safo, la primera poeta de Occidente, parece una isla remota. Una isla, en un país devastado por la crisis de 2008, que de golpe se ve arrollada por una crisis migratoria derivada de la geopolítica. Un contexto perfecto para el ascenso de la extrema derecha en estos últimos meses. Esta explicación es en parte cierta, pero resulta de una supuesta excepcionalidad insular que nos aleja de un problema que, en bue...

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A pocos kilómetros de la Península de Anatolia, en los márgenes de Europa, Lesbos, donde nació Safo, la primera poeta de Occidente, parece una isla remota. Una isla, en un país devastado por la crisis de 2008, que de golpe se ve arrollada por una crisis migratoria derivada de la geopolítica. Un contexto perfecto para el ascenso de la extrema derecha en estos últimos meses. Esta explicación es en parte cierta, pero resulta de una supuesta excepcionalidad insular que nos aleja de un problema que, en buena medida, es una representación de lo que podría ocurrir en cualquier parte de Europa.

Lesbos es la tercera isla en extensión de Grecia por detrás de Creta y Eubea con una superficie aproximadamente a medio camino entre Mallorca y Menorca. Con una población de 87.000 habitantes, Lesbos es la quinta isla más poblada de Grecia por detrás de Creta, Eubea, Rodas y Corfú. Tiene un importante patrimonio histórico (greco-romano, bizantino, veneciano, genovés y otomano) particularmente visible en su capital Mitilene. Ciudad universitaria (Universidad del Egeo) con docentes y estudiantes provenientes de toda Europa.

La isla experimentó un importante desarrollo alrededor de la industria aceitera a finales de siglo XIX y principios del siglo XX que perdura hasta hoy como lo corroboran los 11 millones de olivos que cubren casi la mitad de la superficie de la isla y los centenares de pequeñas industrias de transformación (para aceite, jabón, etc.) esparcidas por todo el territorio. Además, hubo en los años treinta el desarrollo de una industria minera hoy ya desaparecida. En las últimas décadas, la industria aceitera ha ido perdiendo peso debido a la caída de los precios del aceite mientras que el turismo ha prosperado.

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Así que en buena medida Lesbos desarrolló una sociedad con muchos puntos en común con cualquier sociedad industrializada del sur de Europa: luchas sindicales, periodos dictatoriales, presencia potente del partido comunista, movimientos estudiantiles, peso creciente del sector turístico. Esta es la sociedad que en menos de un lustro ha pasado de ser candidata a Nobel de la Paz, como reconocimiento a la solidaridad de sus habitantes ante la llegada masiva de refugiados, a un enclave donde la extrema derecha parece que campe a sus anchas.

Es evidente ahora y hace cinco años que una isla de 87.000 habitantes no puede permanentemente ofrecer condiciones decentes a un número de entre 10.000 y 20.000 refugiados e inmigrantes sin un plan de acogida europeo, aun contando con el trabajo titánico e indispensable de las ONG y de ACNUR. Personas atrapadas que languidecen sin expectativas de futuro en campos de refugiados insalubres. Moria es un símbolo trágico, convertido ahora en cenizas, no solamente por lo que significa para los derechos de miles de personas, sino porque era algo totalmente evitable y que sucedía dentro de la UE ante las narices de todo el mundo.

En paralelo al drama de los refugiados, tenemos una economía local lastrada por años de crisis agravados por la caída del turismo, un Gobierno central que ha ignorado constantemente e incluso enmendando la plana a las autoridades locales. Además de promesas incumplidas como la de trasladar los refugiados fuera de la isla como lo hizo el entonces candidato, ahora Primer Ministro, Mitsotakis en plena campaña electoral en julio de 2019. La acción del Gobierno de Atenas ha sido en muchos casos contraproducente, añadiendo más tensión en la isla con el envío el pasado febrero de centenares de policías antidisturbios desde el continente para proteger la construcción de nuevos asentamientos para refugiados y que acabaron aporreando tanto a refugiados como a locales ante la estupefacción de las autoridades locales.

En este contexto, es sorprendente que la violencia no haya ido a más. Eso se debe en gran parte a que existe una alternativa variopinta (antifascistas, organizaciones cívicas locales, cooperantes, algunos alcaldes de la isla, sindicatos) a la extrema derecha que trabaja desde hace años para impedir que siga ganando terreno. Una extrema derecha que hasta hace muy poco era muy marginal pero que ahora está muy bien conectada con grupos extremistas paneuropeos que no han dudado a viajar a la isla sobre todo desde marzo de este año cuando Erdogan abrió la frontera turco-griega. Desde entonces, la extrema derecha se vino arriba y sus acciones violentas se recrudecieron apuntando directamente a cooperantes y periodistas. Más allá de sus acciones, esa extrema derecha cada vez más internacionalizada proyecta un relato esencialista que tiene como destinatarios ciudadanos del resto de Europa. Un relato deshumanizador del refugiado/inmigrante y del cooperante/izquierda buenista representados como unos invasores y traidores respectivamente y que juntos tienen como objetivo destruir la Europa blanca y cristiana.

Aun enfrentándose a un contexto muy complejo, Lesbos tiene elementos comunes con cualquier sociedad Europa. La isla no solamente es la puerta geográfica de Europa sino que representa un banco de pruebas para una extrema derecha europea que se conjura para violentamente tomar las calles y extender su discurso del odio. Sin embargo, Lesbos es también la esperanza de una sociedad activa que se enfrenta a este odio en las calles, colegios y cualquier espacio público con o sin el apoyo de las instituciones.

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