Columna

La justicia en el circo

Lo sucedido con el Poder Judicial va más allá de esa lógica de la industria del espectáculo, y debilita las estructuras del sistema

El presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), Carlos Lesmes, acompañado por el ministro de Justicia del Gobierno, Juan Carlos Campo.Andreu Dalmau (EFE)

No hay nada que se les resista, ni la arquitectura institucional del estado de Derecho, ni el prestigio de la Constitución y mucho menos la separación de poderes. Bah. Cada semana, como retados por la lógica de la industria del espectáculo del ‘más difícil todavía’, el objetivo es dar un clip viral a las redes como alpiste para los pollos. Se trata de lanzar el hallazgo más cipotudo, el sintagma más epatante, el titular más combustible: “ustedes están al frente de un golpe”, “ha dejado de ser un partido de Estado”, “instintos autoritarios de su Gobierno”, “en Europa ya ven a España como un Est...

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No hay nada que se les resista, ni la arquitectura institucional del estado de Derecho, ni el prestigio de la Constitución y mucho menos la separación de poderes. Bah. Cada semana, como retados por la lógica de la industria del espectáculo del ‘más difícil todavía’, el objetivo es dar un clip viral a las redes como alpiste para los pollos. Se trata de lanzar el hallazgo más cipotudo, el sintagma más epatante, el titular más combustible: “ustedes están al frente de un golpe”, “ha dejado de ser un partido de Estado”, “instintos autoritarios de su Gobierno”, “en Europa ya ven a España como un Estado fallido”, “avasallan las instituciones, suplantan la democracia”… y así otra semana más la hora estelar de la sesión de control a las nueve de la mañana, ajena a cualquier objetivo de control de la gestión, se llenaba de bisutería retórica envenenada. El vaciado de las palabras –golpe, antisistema, autoritario, Estado fallido…– es ya ilimitado. Esa banalidad irresponsable, aplicando la idea de Arendt a estos burócratas del populismo oportunista, provoca la impotencia de las propias palabras y del pensamiento.

Y hasta ahí todo podría resultar más o menos fatigoso, más o menos frustrante, más o menos desmoralizador. Pero lo sucedido con el Poder Judicial va más allá de esa lógica de la industria del espectáculo, y debilita las estructuras del sistema. Los dos grandes partidos han optado por disputarse el PJ embarrando el terreno y trampeando las reglas del juego. Desde la derecha y sus editorialistas se sostiene que no hay relación entre el bloqueo y la maniobra de Moncloa; un razonamiento simplemente ridículo frente a la causalidad obvia entre la maniobra de Génova y la cacicada ideada por Moncloa. Otra cosa es que la actitud del PP no justifique el órdago indecente del Gobierno que socava lo que se salvó del espíritu constitucional en la sentencia del TC de 1986. Su única vacilación, expresada por Rufián, carece de toda entidad moral, y es meramente pragmática: el temor a que se les vuelva en contra cuando haya alternancia. El cortoplacismo les lleva a actuar obviando incluso eso. En fin, ya es una ironía que, además de Ciudadanos, aparezca Vox reclamándoles sentido constitucional. Así está la cosa.

Sánchez ha vuelto a invitar a Casado a negociar, sin duda consciente del daño causado a la marca país. Más vale, pero al presidente le perseguirá este episodio aunque, para sortear los últimos controles, lleve la firma de Lastra y Echenique, feliz idea con la que remataron el tongo. Claro que el PP malamente puede dar lecciones, después de su operación en 2013, pero superar a ese PP debería dar a Moncloa la medida de la degradación. Hay, en fin, pocos asuntos que retraten los abusos del bipartidismo tan nítidamente como los tejemanejes con el Poder Judicial; pero en el paisaje en 2020 además se han devaluado fatalmente las opciones que en la última década irrumpieron para abrir espacios alternativos a ese bipartidismo. Incluso Tezanos ha tenido que despiezar el asunto en el CIS para difumar la medida del descrédito de la política.

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