Tribuna

El nacionalismo blanco de Donald Trump

Las campañas del actual presidente confirman que la historia de Estados Unidos siempre ha sido cuestión de raza. En 2016 batalló contra los inmigrantes invasores, ahora ataca al movimiento Black Lives Matter

Nicolás Aznárez

¿Qué sabemos sobre la filosofía de la presidencia de Trump después de haber presenciado dos campañas? ¿Nos enseñan algo sobre el país que lo eligió? La campaña de Trump en 2016 prestó una atención casi obsesiva a la inmigración y las fronteras. La campaña de 2020 se ha centrado en los disturbios raciales. ¿Cómo interpretar ese alejamiento aparente de una estrategia que le dio el triunfo? La respuesta consiste en identificar el elemento común entre las dos campañas y el tiempo transcurrido entre las dos. Y ese factor e...

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¿Qué sabemos sobre la filosofía de la presidencia de Trump después de haber presenciado dos campañas? ¿Nos enseñan algo sobre el país que lo eligió? La campaña de Trump en 2016 prestó una atención casi obsesiva a la inmigración y las fronteras. La campaña de 2020 se ha centrado en los disturbios raciales. ¿Cómo interpretar ese alejamiento aparente de una estrategia que le dio el triunfo? La respuesta consiste en identificar el elemento común entre las dos campañas y el tiempo transcurrido entre las dos. Y ese factor es el nacionalismo blanco, la idea de que EE UU es un país definido por el dominio numérico y social de su población blanca. El nacionalismo blanco que impulsó la campaña de Trump en 2016 era una batalla para asegurar las fronteras contra los inmigrantes invasores. Ahora esos ataques se dirigen contra los estadounidenses.

En 2016, Trump anunció su candidatura con una diatriba xenófoba. Empezó insultando a China y luego dijo estas famosas palabras: “Cuando México nos envía a su gente, no envía a los mejores. Envía a personas con un montón de problemas. Traen drogas. Traen crimen. Son violadores. Algunos, supongo, serán buenas personas”. La xenofobia envuelta en el lenguaje del orden público formó parte importante de su campaña. Y después fue el principio fundamental en el que se basaron sus primeros años de mandato.

Desde que llegó a la Casa Blanca, Trump ha puesto fin a las solicitudes de asilo en la frontera sur, en clara violación del derecho internacional, ha rebajado hasta niveles históricos los límites establecidos para la admisión de refugiados y ha restablecido unas prácticas policiales que se reflejan en abusos indiscriminados contra los indocumentados. Ha logrado sellar casi por completo la frontera de EE UU. Para ello recurrió a unos servicios de inmigración con un largo historial de violencia y un comportamiento lleno de privilegios legales y los utilizó en una supuesta campaña de “ley y orden” contra los inmigrantes, a los que vincula, sin razón, con bandas criminales. Además, ha encabezado los intentos de cortar la inmigración legal y la entrada legal de trabajadores temporales, lo que contradice sus afirmaciones de que las personas a las que representa quieren acabar con la inmigración indocumentada.

Maureen Craig y Jennifer Richeson, entre otros investigadores, han presentado sólidas pruebas del poder de atracción del nativismo en las circunstancias en las que se desarrolló la campaña electoral de 2016. Dado que seguramente fue un factor crucial para la victoria de Trump en aquella ocasión, es sorprendente que la inmigración no esté ocupando un lugar tan destacado en 2020. Aunque el Gobierno ha continuado con su política de mano dura contra los inmigrantes durante todos estos meses, Trump no está hablando del tema de forma tan obsesiva como en 2016. ¿Por qué?

Después de que un policía matara a George Floyd a finales de mayo, el movimiento Black Lives Matter inspiró en todo EE UU manifestaciones por la brutalidad contra los estadounidenses negros. La respuesta de Trump fue el apoyo a las contramanifestaciones y un uso sin precedentes de su Departamento de Seguridad Interior. Igual que en la campaña contra la inmigración, Trump envuelve la represión del Black Lives Matter en el lenguaje del orden público. No hace más que seguir el ejemplo de Nixon y el éxito de su campaña de “Ley y orden” en 1968, también frente a unas protestas por la brutalidad policial contra los negros. Nixon confesaba explícitamente su motivación racista, como ha quedado demostrado en varias ocasiones, la última, por la historiadora Elizabeth Hinton. El nacionalismo blanco de Trump es tan nocivo como el de Nixon y un factor fundamental de su atractivo como candidato.

Durante la campaña, Trump también ha prestado una atención inesperada a la teoría crítica de la raza, en particular los intentos de los investigadores de remitir el racismo contra los negros a la interpretación que hace EE UU de sí mismo. El 22 de septiembre Trump anunció un decreto para prohibir los cursos de sensibilización sobre raza, género y orientación sexual en todas las instituciones que reciben dinero federal. La orden prohíbe expresamente decir que EE UU es fundamentalmente racista o sexista y otras formas de “adoctrinamiento”, lenguaje empleado para designar los programas concebidos para concienciar sobre los sesgos inconscientes y la discriminación descarada. También prohíbe, al parecer, la enseñanza de casos de sexismo, racismo y discriminación por orientación sexual.

Por lo visto, lo que movió a Trump a tomar esta medida fue una serie de reportajes de The New York Times, Proyecto 1619, un intento de abordar la historia de EE UU desde la perspectiva de lo que supuso la esclavitud para el proyecto nacional. Trump ha decidido atacar el Proyecto 1619 y ha prometido que eliminará la financiación federal para los distritos escolares que lo utilicen. En septiembre, durante una insólita Conferencia de la Casa Blanca sobre la historia de EE UU, Trump resumió así estas líneas de ataque: “La teoría crítica de la raza, el Proyecto 1619 y la cruzada contra la historia de EE UU es propaganda nociva, un veneno ideológico que, si no se elimina, disolverá los vínculos cívicos que nos unen. Destruirán nuestro país”. En ese mismo discurso, Trump anunció “una comisión nacional para promover la educación patriótica”, idea que encaja con una larga historia de enseñanza del legado racista.

El último capítulo de la obra maestra de W. E. B. Du Bois Black Reconstruction, de 1935, se titula “La propaganda histórica”. En él, Du Bois denuncia los intentos de sumergir la verdad bajo relatos que tratan de absolver a EE UU de sus pecados históricos. La campaña de Trump está cumpliendo su problema de “Hacer que EE UU vuelva a ser grande” regresando a la “propaganda histórica” condenada por Du Bois, una historia que oculta la importancia fundamental del racismo y la esclavitud en la estadounidense.

¿Cómo podemos comprender la decisión de Trump de no utilizar en su campaña las medidas antiinmigración que le han dado sus mayores éxitos políticos? Para las personas a las que dirige sus mensajes, el cierre de la frontera no era más que la primera fase de un largo proceso. Con la inmigración interrumpida y los inmigrantes que aún permanecen obligados a vivir aterrorizados, Trump ha decidido emprender la siguiente fase de su guerra, y ahora sus objetivos son los ciudadanos estadounidenses que llevan tanto tiempo marginados en su propio país. Tanto la campaña de 2016 como la de 2020 son celebraciones a mayor gloria del nacionalismo blanco. La raza ha sido el tema central de las dos. El mero hecho de que Trump quiera eliminar la teoría crítica de la raza es prueba de la capacidad que tiene para desenmascarar el nacionalismo blanco. Las campañas de Trump confirman una afirmación central de esta teoría: que la historia de EE UU siempre ha sido cuestión de raza.

Elizabeth F. Cohen es profesora de ciencias políticas en la Universidad de Syracuse y Rockefeller Visiting Fellow en el Centro de Valores Humanos de la Universidad de Princeton. Jason Stanley es profesor de Filosofía en la Universidad de Yale y autor de Facha. Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida (Blackie Books).

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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