Columna

La épica de cartón piedra

La política se reduce cada vez más a una bronca cruzada de reproches y descalificaciones

La diputada de Vox, Macarena Olona, ayer durante su intervención en la sesión de control al Gobierno en el Congreso.Mariscal (EFE)

No parece que la situación de España esté para echar cohetes, es el país de Europa con mayor número de contagios en esta segunda oleada de la pandemia y el FMI lo ha situado entre estos a la cola de la recuperación económica. Precisamente por eso, el Parlamento dio ayer a los ciudadanos una lección de gallardía. Todos los diputados acudieron armados hasta los dientes y se esforzaron para que la bronca no decayera un ápice. El espectáculo estuvo lleno de garra y se vio cómo sus excelencias preparan sus improperios con extremo denuedo. Broncas y reproches, insultos y descalificaciones, y la trom...

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No parece que la situación de España esté para echar cohetes, es el país de Europa con mayor número de contagios en esta segunda oleada de la pandemia y el FMI lo ha situado entre estos a la cola de la recuperación económica. Precisamente por eso, el Parlamento dio ayer a los ciudadanos una lección de gallardía. Todos los diputados acudieron armados hasta los dientes y se esforzaron para que la bronca no decayera un ápice. El espectáculo estuvo lleno de garra y se vio cómo sus excelencias preparan sus improperios con extremo denuedo. Broncas y reproches, insultos y descalificaciones, y la tromba de aplausos con la que cada grupo celebraba inmediatamente las estocadas de los suyos.

Quienes estaban fuera, los ciudadanos corrientes y molientes, obtuvieron materia suficiente para sacudir de inmediato desde las redes a los políticos y para rumiar durante los próximos días y así afinar con tino sus dicterios. Cada intervención se sometió y se seguirá sometiendo a un severo escrutinio hasta conseguir el diagnóstico más inapelable. ¿Fueron verdaderamente patriotas, dieron suficiente cuenta de su feminismo, respondieron con solvencia a las ideas y las causas que defienden?

No hay duda de que la sociedad civil se toma muy en serio los asuntos que preocupan a las distintas fuerzas políticas. Por ejemplo, la jefatura del Estado. Una encuesta reciente se ha interesado por saber si los españoles prefieren en estos momentos la monarquía o la república. Otra iniciativa ha reunido a distintas personalidades para que dieran un “¡viva el Rey!” en un momento en que la institución que preside Felipe VI está sometida a una fuerte contestación por los supuestos comportamientos poco ortodoxos que podrían llevar al monarca anterior a los tribunales. Cómo no celebrar la musculatura y el compromiso de cuantos se están afanando por subrayar la consistencia de las credenciales del pueblo español. Oiga, yo soy monárquico. Perdone, está usted ante un auténtico republicano.

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Mientras tanto, el Gobierno llevará hoy a Bruselas el plan de reformas que ha elaborado para tener acceso a los fondos que la Unión Europea pondrá a disposición de los Estados miembros para que puedan salir del inmenso desbarajuste al que la pandemia ha conducido a sus economías. La de España, conviene insistir, está tocada. Y de qué manera. Con lo que ya se ha hablado de que esa inyección de efectivo será la oportunidad para cambiar de modelo productivo, y no depender tanto del turismo y de ese reguero de empleos precarios y coyunturales que son los que sostienen buena parte de su actividad. Pedro Sánchez presentó hace unos días los cuatro ejes que orientarán su proyecto para gastar de forma eficaz los 140.000 millones de euros que recibirá de Europa: transición ecológica, digitalización, cohesión social y territorial e igualdad de género. Habló también de diez fuerzas tractoras y procuró ofrecer toda una retahíla de cifras que dan lustre al asunto.

Sorprende que las medidas y los detalles de una iniciativa de semejante empaque no hayan sido explicados, debatidos, peleados a cara de perro a partir de una batería de contrapropuestas. Pero es lógico que así sea: la cosa hubiera sido más aburrida que esta exhibición de épica de cartón piedra que se ha convertido en la verdadera salsa que condimenta la política de este país. Lo malo es que, si se prueba, esa salsa sabe amarga. Y dará mucha amargura.


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