Columna

El país del desasosiego

La pandemia arrasa con muchas cosas que dábamos por seguras, aumenta las que nos daban miedo y evidencia las disfunciones

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (c); y el primer teniente de alcalde de Barcelona, Jaume Collboni (d), a su llegada al acto entrega de premios de la Barcelona New Economy Week (BNEW), este viernes en Barcelona, Cataluña (España).David Zorrakino - Europa Press (Europa Press)

La pandemia arrasa con muchas cosas que dábamos por seguras, aumenta las que nos daban miedo y evidencia las disfunciones. En primer lugar están los problemas sanitarios: los muertos y el dolor. La crisis económica va a producir sufrimiento, problemas de toda clase y expectativas rotas.

También resquebraja la imagen que tenemos de nosotros. España parece un país frágil, desorganizado, ineficiente. Pensábamos que teníamos el mejor sistema de salud del mundo, pero no estaba preparado para esto. Tampoco supimos prepararlo en los pocos meses de tregua. El sector servicios sufre, e ignoramos...

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La pandemia arrasa con muchas cosas que dábamos por seguras, aumenta las que nos daban miedo y evidencia las disfunciones. En primer lugar están los problemas sanitarios: los muertos y el dolor. La crisis económica va a producir sufrimiento, problemas de toda clase y expectativas rotas.

También resquebraja la imagen que tenemos de nosotros. España parece un país frágil, desorganizado, ineficiente. Pensábamos que teníamos el mejor sistema de salud del mundo, pero no estaba preparado para esto. Tampoco supimos prepararlo en los pocos meses de tregua. El sector servicios sufre, e ignoramos cuándo se podrán recuperar el turismo y la hostelería: algo que afecta a muchas familias y que hace pensar que la vida tardará mucho en ser como antes. Los distintos niveles administrativos y sus gestores se han mostrado más eficaces para evadir responsabilidades que para luchar contra la pandemia. La polarización dificulta la rendición de cuentas, y hemos cambiado la demanda de reformas por una triada de voluntarismo, sectarismo y trampantojos. La generación que iba a mejorar la vida pública orquestó su bloqueo. Como recordaba The Economist, el presidente del Gobierno pide unidad nacional mientras sus ministros dan navajazos a la oposición, y las ayudas europeas requerirán un consenso que parece difícil. Parte del Gobierno muestra una reiterada irresponsabilidad institucional, el PP —tentado por una política folclórica y vacua— no sabe hacia dónde ir y la amenaza de Vox es el principal argumento para apoyar al Ejecutivo. Criticamos a la clase política y su incapacidad de llegar acuerdos, pero somos hooligans de nuestros partidos. Los medios ofrecen visiones opuestas: un peligro sería acabar como Estados Unidos, donde no se muestran interpretaciones diferentes, sino realidades distintas. El presidente del Gobierno, ante el bloqueo en la renovación del Poder Judicial, deja caer la posibilidad de cambiar la ley para excluir a la oposición. Cuando se muestra su torpeza, el Ejecutivo recurre al tono autoritario, que no resuelve el problema, pero ayuda a disimular, y olvidamos que la separación de poderes es, como escribe Ferran Caballero, fricción de poderes, y que el respeto a las reglas está por encima de la preferencia personal. La crisis es sanitaria, económica, política e institucional, y lo único que se nos ocurre es buscar culpables entre aquellos de nosotros que piensan de otro modo. @gascondaniel

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