Ruido
Asistimos al éxito de una forma de hacer política que impidió establecer conversación alguna en el debate entre candidatos a la presidencia de EE UU
La democracia es el gobierno de la opinión: sin un libre y continuo intercambio de opiniones, no es nada. En teoría, es a través de ese proceso de búsqueda del entendimiento mutuo cuando podemos ilustrarnos sobre qué hay detrás de cada opción política. El contraejemplo es el careo Trump versus Biden, su lenguaje teñido de insultos y ataques personales, la pura vulgaridad expresiva, la desaparición de toda regla de cortesía y, finalmente, la denigración del adversario. Súmenle al cóctel el...
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La democracia es el gobierno de la opinión: sin un libre y continuo intercambio de opiniones, no es nada. En teoría, es a través de ese proceso de búsqueda del entendimiento mutuo cuando podemos ilustrarnos sobre qué hay detrás de cada opción política. El contraejemplo es el careo Trump versus Biden, su lenguaje teñido de insultos y ataques personales, la pura vulgaridad expresiva, la desaparición de toda regla de cortesía y, finalmente, la denigración del adversario. Súmenle al cóctel el uso sistemático de la mentira, que sigue operando con fantástico desdén hacia el fact-check. Quizás sea porque el lenguaje del odio es inmune a cualquier control racional. Ahí todo vale: puedes decir cualquier barbaridad, especialmente contra colectivos vulnerables, amparándote en la libertad de expresión, y encima hacerte pasar por la víctima. O valerte de la torticera estratagema de recurrir al humor como registro amortiguador de posiciones racistas, sexistas u homófobas. Puro manual trumpista.
Asistimos al éxito de una forma de hacer política que impidió establecer conversación alguna en el debate entre candidatos, uno de los momentos álgidos de la campaña electoral. Pero la democracia, decíamos, es la búsqueda conjunta de soluciones. Por eso asusta ver lo que contemplamos en EE UU instalarse con cinismo en nuestro propio escenario político. Por supuesto, no todos los actores de la obra tienen la misma responsabilidad: reinan, envanecidos, Torra y Ayuso, nuestros particulares arcángeles del secesionismo. Pero hay otros que fomentan la incomunicación señalando a los adversarios y denigrando sus opiniones al considerarlas opciones políticas ilegítimas. Se hacen llamar “liberales”, sin que les importe lo que significa. Se los distingue bien por su intolerancia.
Porque al final, solo hay ruido. Piensen en la respuesta que recibió Aitor Esteban esta semana en el Congreso. El pragmático diputado vasco (que desempeña el rol que antaño correspondía a los catalanes) se interesó por el anteproyecto presupuestario que hay que presentar en Bruselas el día 15, preguntando si alguien estaba en estos menesteres. También preguntó por la gestión que piensa hacer el Gobierno de los programas Next Generation EU, un asunto del que tenemos “poca información y noticias confusas”. Sánchez habló de una “unidad de seguimiento de esos fondos, que se va a instalar en Moncloa”, pero nadie recogió el guante para indagar sobre el asunto. ¿Será una agencia independiente que determine la adjudicación de los proyectos siguiendo criterios técnicos de excelencia? ¿Habrá mecanismos claros de rendición de cuentas? El PP y Vox siguen más interesados en la unidad de España y en la Jefatura del Estado, asuntos que nadie cuestiona hoy con seriedad, pero que permiten el lucimiento de Iglesias. Lo que hizo Aitor Esteban se llama fiscalizar al Gobierno. Lo segundo es puro ruido trumpista. @MariamMartinezB