Gracias por el caos
El guion de nuestros días está dictado por una mente perturbada
Estaba viendo imágenes del debate de candidatos a la presidencia de Estados Unidos. Digo viendo porque le había quitado el sonido. Para qué. A Ayuso también me gusta observarla sin volumen. Me provoca una mórbida fascinación. Como un vértigo. Pienso que está a punto de perder el control, de quitarse un tacón y tirárselo a alguien, a Aguado, por comunista, o de arrancarse la mascarilla y comérsela. Esta semana, mientras escribía un guion de cine, pensaba que si inventara una trama con los sucedidos de los últimos días, un productor no me la compraría. Me diría, mira, ¿esto qué es, comedia o tra...
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Estaba viendo imágenes del debate de candidatos a la presidencia de Estados Unidos. Digo viendo porque le había quitado el sonido. Para qué. A Ayuso también me gusta observarla sin volumen. Me provoca una mórbida fascinación. Como un vértigo. Pienso que está a punto de perder el control, de quitarse un tacón y tirárselo a alguien, a Aguado, por comunista, o de arrancarse la mascarilla y comérsela. Esta semana, mientras escribía un guion de cine, pensaba que si inventara una trama con los sucedidos de los últimos días, un productor no me la compraría. Me diría, mira, ¿esto qué es, comedia o tragedia? Difícil encontrarle el tono. Un debate protagonizado por dos personajes como Trump y Biden no sería creíble. A un lado, el presidente, un tipo con el pelo teñido de zanahoria, con la señal del antifaz que deja el moreno de lámpara e imitando a su imitador, Alec Baldwin; al otro, un señor bastante cascadete, al que no se aprecia el gancho necesario para golpear al monstruo. ¿No es extraordinario que en un país de 300 millones de ciudadanos el partido demócrata, en momento tan crucial, se decante por un personaje sin tirón? ¿Es posible que gane? Sí, pero sin épica alguna. Tal vez el mayor mérito que tenga Biden es no ser Donald Trump. Tampoco sería convincente en una ficción que el personaje de Trump contrajera el coronavirus. Es como el típico castigo moralista. Eso sí, caben dos posibilidades: que el virus venza a Trump o que Trump venza al virus y lo use a su favor. El guion de nuestros días está dictado por una mente perturbada. Solo así puede entenderse que aquella que acusó al presidente Sánchez de aferrarse el estado de alarma para disfrutar de un poder ilimitado, acuse al mismo presidente de haber abandonado a los madrileños. Los madrileños nos hemos convertido de pronto, por boca de Ayuso, en un sol poble. Como muy de Twitter de colegio fue lo suyo de este viernes: “Desde mañana podrás llegar a Madrid desde Berlín, pero no desde Parla. Gracias por el caos, Pedro Sánchez”. En fin, bastaría con contabilizar el número de viajeros que a diario van de un lado a otro de Madrid, apiñados en los transportes públicos, que controla Ayuso, con los que están llegando de otros países. No hay más que visitar el aeropuerto o ese centro urbano que cedió la razón de su existencia únicamente al turismo. Pero dejémosla con su ilusión: un nuevo macrohospital para el poble, y sigamos avanzando por esta trama indefendible para la ficción. En esta semana se retiraron las calles dedicadas a Indalecio Prieto y a Largo Caballero. Como era de esperar, algunas firmas exprogres, siempre alerta contra el buenismo canalla, respaldaron la versión histórica de Vox y, por ende, la del PP. Resumiendo: hay que indignarse si se le arranca la cabeza a la estatua de un negrero, o negarse a borrar el nombre de un héroe franquista, pero entender que los dos socialistas con rabo desaparezcan del callejero, porque con la sola presencia de sus nombres reabren heridas y fomentan el rencor. ¡Pobre Indalecio Prieto! Hay más, hay más: nos hemos enterado de que al chófer de Bárcenas le prometieron una plaza en la policía por espiar a una rubia y ¡se la dieron! Le apodaron el yayopoli porque entró talludito en el cuerpo. Por si fuera poco, contamos con un exministro del Interior al que Dios se le apareció en Las Vegas y le concedió un ángel de la guarda, Marcelo, que le ayuda a aparcar. Ayuso cerró el viernes acatando las restricciones, pero llevando al Gobierno a los tribunales. En realidad, en España deberían gobernar los tribunales, porque es ahí donde acabamos siempre.
Yo daba esta semana por amortizada cuando de pronto leo que la mujer de uno de la Trinca ha intentado asesinarlo mientras dormía. Esto, no me negarán, es un giro de guion de 360 grados, como yo digo.