‘Coronacionalismo’
La aparición del término no tuvo ningún carácter humorístico, sino todo lo contario: la constatación de que coronavirus y nacionalismo constituyen un cóctel peligroso, y en España en muy mal momento
El coronacionalismo ha aflorado en la Asamblea de Naciones Unidas, más que nunca convertida en una Pasarela de Quéhaydelomío. El instinto antiglobalización de sálvese quien pueda se ha avivado con el bicho. Las bravatas de Trump, en campaña, estaban descontadas; y lo del “virus chino” impresiona menos que el tongo electoral; pero otros tantos, como Bolsonaro, se han mimetizado. Cuando Guterres proclamó el fracaso del populismo y el nacionalismo, se entendía que mostraba frustración por su éxito. De los muros fronterizos con el imaginario del enemigo exterior a las vacunas emuland...
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El coronacionalismo ha aflorado en la Asamblea de Naciones Unidas, más que nunca convertida en una Pasarela de Quéhaydelomío. El instinto antiglobalización de sálvese quien pueda se ha avivado con el bicho. Las bravatas de Trump, en campaña, estaban descontadas; y lo del “virus chino” impresiona menos que el tongo electoral; pero otros tantos, como Bolsonaro, se han mimetizado. Cuando Guterres proclamó el fracaso del populismo y el nacionalismo, se entendía que mostraba frustración por su éxito. De los muros fronterizos con el imaginario del enemigo exterior a las vacunas emulando la vieja carrera espacial de la Guerra Fría, aflora a cada tanto. En los Países Bajos, donde acuñaron el término coronationalisme cuando aún no había estado de alarma, pronto quedó claro que donde hubiera nacionalismo, el coronavirus sería un gran combustible para más nacionalismo
Lo de Cataluña, claro, no difiere tanto del Vlaams Belang, no por casualidad padrinos de Puigdemont en su huida a Waterloo. Torra fue rápido del Espanya ens roba al Espanya ens mata culpando a Madrid hasta que los datos de la segunda ola arrollaron el mantra, y ahora actúa como si le pudiera cerrar las fronteras a Madrid. En Euskadi han preferido esperar a que la app del covid funcionara en euskera; ya se sabe, la salud no es lo primero. Y hasta Madrid se ha alistado al victimismo identitario, exhibiendo celos competenciales con aromas de Sabin Etxea, por más que Ayuso ya había dado señales de coquetear con el tardonacionalcatolicismo de la extrema derecha. El coronacionalismo, en fin, va impregnando el Estado de las autonomías con el plácet de Moncloa.
Todo nacionalismo es siempre amenazante; y en este escenario, el Gobierno tiene una dependencia peligrosamente alta de fuerzas nacionalistas bajo la aritmética de la mayoría de la investidura. En plena negociación de los presupuestos, no hay demasiado margen a la interpretación sobre la irrupción de los indultos en la agenda –no su tramitación preceptiva, sino cantarlo en el Congreso como un niño de San Ildefonso con el gordo– y a la vez sacar vergonzantemente al Rey de una cita muy simbólica con el Poder Judicial mientras el vicepresidente presume del momentazo idóneo contra la Monarquía, secundado por los suyos cada vez más aparatosamente, del ministro Garzón a Jaume Asens. Y cualquier crítica se desprecia como excrecencia de la “extrema derecha”, término muy rentable si además lo nutre Abascal con exabruptos de ese tardonacionalcatolicismo.
Este es un asunto serio aunque lo de coronacionalismo pueda parecer un juguetito verbal ingenioso susceptible de alargarse con palabras como coronavajeo o coronaderías, muy apropiadas para la política nacional ante la pandemia, o incluso coronaufragio para la sensación general de que el país está fuera de control. La aparición del término, sin embargo, no tuvo ningún carácter humorístico, sino todo lo contrario: la constatación de que coronavirus y nacionalismo constituyen un cóctel peligroso, y en España en muy mal momento.