Una pandemia sin techo

Si la nueva normalidad nos trae, como estamos viendo, nuevos riesgos y posibles confinamientos, sería mejor dejarnos de relatos triunfalistas y ponernos a administrar el virus como lo que es

Un cartel en el exterior del Liceo Francés de Madrid con medidas para evitar contagios.Rodrigo Jiménez (EFE)

En mitad de una catástrofe inesperada, una de las primeras preguntas que el político al mando le hace a la científica experta en el fenómeno es: ¿cuándo podemos esperar que acabe esto? El huracán, ¿cuándo pasará? El incendio, ¿cuándo se extinguirá? La pandemia, ¿en qué momento tocará techo?

Seis meses llevamos buscándolo, y nada que lo tocamos, salvo en ciertos puntos con una incidencia atroz (los miles de muertos que deja atrás la inmunidad de grupo no merecen otro adjetivo), el techo no parece existir para los países o las regiones: reabrimos España, Israel, Estados Unidos o México y ...

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En mitad de una catástrofe inesperada, una de las primeras preguntas que el político al mando le hace a la científica experta en el fenómeno es: ¿cuándo podemos esperar que acabe esto? El huracán, ¿cuándo pasará? El incendio, ¿cuándo se extinguirá? La pandemia, ¿en qué momento tocará techo?

Seis meses llevamos buscándolo, y nada que lo tocamos, salvo en ciertos puntos con una incidencia atroz (los miles de muertos que deja atrás la inmunidad de grupo no merecen otro adjetivo), el techo no parece existir para los países o las regiones: reabrimos España, Israel, Estados Unidos o México y vuelven los casos. Casi siempre quedan susceptibles suficientes para producir rebrotes si no se implementan los cuidados necesarios. Pero tampoco para las personas: comenzamos a conocer casos de reinfección, confirmando lo que siempre sospechó la inmunología. Efectivamente, la inmunidad existe, y parece que funciona, pero probablemente no es eterna ni completa.

En una película de catástrofes, la respuesta de la experta al político se ciñe a la necesidad narrativa de encontrar una solución que produzca un desenlace definitivo, satisfactorio. Pero en la realidad, lo que la ciencia responde ante los incendios que han asolado California este mes, o el huracán que en estos días llega a Florida y Alabama, no lleva a una revelación súbita, tecnológica, que produce una conclusión de final feliz. La voz autorizada entona en su lugar un “mira, esta ola acabará, pero llegará la siguiente, quizás con más fuerza”; una predicción de reto constante, determinada por las nuevas condiciones que nos trae el cambio climático. Y la recomendación resultante no es milagrosa. Es ingenieril, gris, aburrida, anticlímax, pero a su manera mucho más dura e importante: preparémonos, cambiemos lo que tengamos que cambiar para reducir el riesgo y los daños de lo que nos traiga el futuro inmediato.

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También, creo, deberíamos pensar y operar así con respecto a la pandemia. Hasta ahora, nuestra forma de enfrentarla se ha parecido a la de un alcalde heroico de Hollywood que espera el cielo azul tras la tormenta, la reapertura. Pero si la nueva normalidad nos trae, como estamos viendo, nuevos riesgos y posibles confinamientos, sería mejor dejarnos de relatos triunfalistas y ponernos a administrar la epidemia como lo que es: una amenaza sin techo a la vista con la que, por ahora, tendremos que convivir. @jorgegalindo

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