Columna

Vuelta al cole, plan B

¿Ahí donde el espacio no sea modificable, ¿por qué no modificar los horarios?

La vuelta al cole es un más difícil todavía. Aunque cada escuela es un caso particular, la inmensa mayoría exhibe problemas de espacio para cumplir la relación (ratio) conveniente entre número de alumnos y metros cuadrados por causa de la distancia imperativa. Muchas se las han ingeniado para suplir aulas con pedazos de zonas comunes, zonas administrativas o perímetros vecinos. Es un esfuerzo paliativo, pero insuficiente.

La prueba es que la promesa de normalidad formulada en junio por la mayoría de comunidades autónomas según la cual el retorno al periodo escolar se haría en modo de pl...

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La vuelta al cole es un más difícil todavía. Aunque cada escuela es un caso particular, la inmensa mayoría exhibe problemas de espacio para cumplir la relación (ratio) conveniente entre número de alumnos y metros cuadrados por causa de la distancia imperativa. Muchas se las han ingeniado para suplir aulas con pedazos de zonas comunes, zonas administrativas o perímetros vecinos. Es un esfuerzo paliativo, pero insuficiente.

La prueba es que la promesa de normalidad formulada en junio por la mayoría de comunidades autónomas según la cual el retorno al periodo escolar se haría en modo de plena presencialidad, se ha convertido en una realidad más triste: solo el 13,3% de los alumnos la disfruta, en cinco comunidades, detallaba el sábado este periódico. A saber, Navarra, País Vasco, Extremadura, Castilla-León y Cantabria.

Atención, este no es solo un problema de estibar alumnos, de facilitar la conciliación familiar y de mejorar el nivel educativo. Implica también un potencial aumento de la desigualdad. La plena presencialidad es igualadora, entre escuelas privadas y públicas, entre estudiantes de familias con posibles y de familias imposibles, entre unas y otras zonas geográficas. Suele disponer de mayor espacio la escuela económicamente mejor dotada. En la que es más fácil recuperar las clases presenciales para todos.

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Si el espacio es en general poco modificable —constituye un dato bastante fijo—, hay en cambio una variable que ofrece más flexibilidad, el horario. Hay en España múltiples regímenes horarios que diferencian nuestros centros de los franceses, distinguidos por la uniformidad. Es dogma que en ellos, a las 12 del mediodía, digamos, en cada huso horario y distintos países, una profa de pelo cortado a lo chico estará explicando Napoleón.

Pues ahí donde el espacio no sea modificable, ¿por qué no modificar los horarios? De hecho, algunas comunidades ya han optado por eso. En algunas partes del ciclo, mediante turnos de semanas o días alternos. Pero eso rompe la dinámica educativa y dificulta más la organización de la vida familiar y laboral. Más interesante es la experiencia de Canarias y de Extremadura, donde estaba implantado el horario continuo de mañana, y ahora se desdoblan las clases en mañana o tarde, ahí donde urge habilitar más espacio. Esta fórmula no lo resuelve todo. Y podría agravar la carga de los docentes. Pero según como evolucionen las cosas parece un plan B digno de ser considerado.

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