Editorial

Declive catalán

El dinamismo económico de la región se ha resentido por las tensiones políticas

El presidente de la Generalitat, Quim Torra, con la consejera de Empresa, Àngels Chacón.Quique Garcia

Cataluña ya no es lo que era. Tampoco en términos de dinamismo económico. Su tradicional diferenciación favorable frente al resto de las regiones españolas se estrecha, existiendo elementos de juicio suficientes para señalar a la inestabilidad política como principal factor de ese retroceso relativo desde el punto de vista del bienestar, de reducción en su renta por habitante. La incertidumbre y falta de confianza asociadas a las tensiones secesionistas son poco compatibles con las exigencias de las decisiones de inversión empresarial, e incluso con la normalización del comercio al por menor. ...

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Cataluña ya no es lo que era. Tampoco en términos de dinamismo económico. Su tradicional diferenciación favorable frente al resto de las regiones españolas se estrecha, existiendo elementos de juicio suficientes para señalar a la inestabilidad política como principal factor de ese retroceso relativo desde el punto de vista del bienestar, de reducción en su renta por habitante. La incertidumbre y falta de confianza asociadas a las tensiones secesionistas son poco compatibles con las exigencias de las decisiones de inversión empresarial, e incluso con la normalización del comercio al por menor. La ausencia de gestión activa de los últimos Gobiernos de la Generalitat en ámbitos igualmente esenciales para la prosperidad también acaba pasando factura, acelerando la reducción de la participación en el PIB conjunto, de forma más notable en los últimos cinco años. Cataluña ya ha cedido su primera posición en la contribución al PIB nacional a Madrid.

La estimación correspondiente a 2019 de la Contabilidad Regional de España (CRE) del INE, que conocimos a finales de julio, volvía a poner de manifiesto un crecimiento menor de Cataluña, del 1,8%, mientras que Madrid encabezaba junto a Navarra el crecimiento regional del conjunto, del 2,5%. Como consecuencia de ello, el PIB nominal por habitante en 2019, principal indicador de bienestar, se situó en Cataluña por debajo, en 31.110 euros, frente a los 35.876 euros de Madrid, los 34.273 euros del País Vasco o los 32.692 de Navarra. La pandemia estará ensanchando esas diferencias. Según las estimaciones de la Airef, en el segundo trimestre de este año la contracción del PIB habrá sido mucho más acusada en Cataluña que en el resto.

Claro que en este declive de Cataluña frente a Madrid ha influido la mayor intensidad de su industria y la también mayor dependencia de su comercio exterior, factores marcados por la debilidad en los últimos años. Pero en Madrid, con dotaciones no superiores a Cataluña, ha resultado más fácil la actividad empresarial, según distintos indicadores, incluidos los del Banco Mundial. El clima de tolerancia y de permeabilidad a lo distinto ha favorecido la innovación, la natalidad empresarial y, lo que quizás sea más relevante, la recepción de capital de otras latitudes geográficas. Cataluña no está siendo capaz de poner en valor sus valiosas dotaciones de capital humano y un sistema universitario igualmente superior al promedio.

Las presunciones del daño ejercido por la división social asociada a la deriva nacionalista encuentran ahora respaldo en un trabajo empírico de investigadores de la London School of Economics (LSE) centrado en el contraste entre Barcelona y Madrid. Los autores sostienen que en Barcelona se ha incrementado la división en el seno de la población, determinando la consolidación de grupos cerrados de poder que derivan del conflicto nacionalista. La confianza se ha encontrado manifiestamente más debilitada en Barcelona.

Sin necesidad de alimentar artificialmente la histórica rivalidad entre las dos grandes ciudades, es un hecho que el deterioro político sufrido a raíz del procés no está favoreciendo las condiciones de vida de los catalanes. La determinación de esas amenazas al bienestar no hay que buscarla fundamentalmente en la organización del Estado, sino en el mal uso del amplio grado de descentralización del que disponen sus políticos.

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