Columna

Independencia

Quim Torra ha encontrado, por fin, el método para que Europa, desde su corazón mismo, desde Bruselas, haya reconocido la excepcionalidad catalana

Quim Torra en el Parlamento de Cataluña durante el pleno extraordinario sobre la crisis de la monarquía de España.MASSIMILIANO MINOCRI (EL PAÍS)

Por algo se empieza. Quim Torra ha conseguido, por fin, el reconocimiento internacional que buscaba. Un paso crucial para completar los ya dados por el emérito Carles Puigdemont, en pos de lo mismo. Empezó Bélgica, uno de los Estados más jóvenes de Europa, y uno de los que más sangre ha costado al sueño europeo por su, eso si, poco voluntaria vocación de territorio “tapón”. No se le ocurrió cosa mejor al Gobierno belga que aconsejar a sus ciudadanos no viajar a Cataluña. No sabía Bruselas bien lo que empezaba: hace más o menos una semana comenzó a romperse Europa. Todo tuvo su principio en el ...

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Por algo se empieza. Quim Torra ha conseguido, por fin, el reconocimiento internacional que buscaba. Un paso crucial para completar los ya dados por el emérito Carles Puigdemont, en pos de lo mismo. Empezó Bélgica, uno de los Estados más jóvenes de Europa, y uno de los que más sangre ha costado al sueño europeo por su, eso si, poco voluntaria vocación de territorio “tapón”. No se le ocurrió cosa mejor al Gobierno belga que aconsejar a sus ciudadanos no viajar a Cataluña. No sabía Bruselas bien lo que empezaba: hace más o menos una semana comenzó a romperse Europa. Todo tuvo su principio en el bichito criminal, y Torra se dio cuenta enseguida de que Cataluña podía muy bien distinguirse de España por la diferente implantación de la pandemia de covid-19. Qué mejor prueba de una naturaleza distinta que la respuesta diferenciada a una agresión similar. Ahí no caben manipulaciones estadísticas. Quim Torra ha encontrado, por fin, el método para que Europa, desde su corazón mismo, desde Bruselas, haya reconocido la excepcionalidad catalana.

Aunque durante los próximos días se percibe que la competencia va a ser dura, porque tanto Iñigo Urkullu, por parte del nacionalismo más asentado, como Isabel Díaz Ayuso, en la que residen las mejores esencias del centralismo español, han reaccionado para demostrar que no están fuera de combate: desde Europa se han producido avisos a los ciudadanos para que no viajen ni a Cataluña, ni a Euskadi ni a Madrid, porque hay un riesgo alto de contagio. Eso cualquier europeo lo interpreta en el peor de los posibles escenarios para los independentistas: viajar a España es ahora peligroso. Desde el País Vasco, pero sobre todo desde Cataluña, se ve el rechazo ampliado como una intolerable generalización, como una lectura aviesa de nuestra organización territorial.

Díaz Ayuso, presidenta de Madrid porque los madrileños la votan, ha conseguido con sus escandalosas cifras de la gestión del virus dos objetivos. El primero, que no parezca que su actuación se trataba de un concurso con Torra a ver quién tenía menos neuronas en funcionamiento; y el segundo, ponerse a la cabeza de una tendencia que ya asoma en las encuestas y en la derecha que pasa no solo por revisar el papel de las autoridades sanitarias en un caso como el de la covid, sino todo el equilibrio constitucional comenzado en 1978. La ausente transparencia en el asunto del emérito y su marcha va en la misma dirección.

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