Columna

El trabajo pendiente

Es necesaria hoy la enérgica voluntad que existió en 1945, tras la guerra, para salir de la crisis económica producida por el virus

Una figura solitaria camina por Hamburgo tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1945.Hugo Schmidt/Keystone/Getty Images

Comparar lo que ocurre hoy con lo que sucedió en el pasado no siempre sirve de mucho, salvo que se tomen las necesarias precauciones y el ejercicio sirva para entender mejor ese presente que se escapa de las manos y que a ratos resulta inabordable. Es frecuente que en tiempos de crisis se quiera observar qué pasó en otras crisis anteriores, qué se hizo para salir del embrollo y el sufrimiento, qué funcionó, qué fracasó. Ahora, cuando se empieza a tener una idea aproximada de la envergadura de la bofetada que la pandemia va a dar a las economías del mundo, hay quienes vuelven los ojos para fija...

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Comparar lo que ocurre hoy con lo que sucedió en el pasado no siempre sirve de mucho, salvo que se tomen las necesarias precauciones y el ejercicio sirva para entender mejor ese presente que se escapa de las manos y que a ratos resulta inabordable. Es frecuente que en tiempos de crisis se quiera observar qué pasó en otras crisis anteriores, qué se hizo para salir del embrollo y el sufrimiento, qué funcionó, qué fracasó. Ahora, cuando se empieza a tener una idea aproximada de la envergadura de la bofetada que la pandemia va a dar a las economías del mundo, hay quienes vuelven los ojos para fijarse en otros periodos marcados por la devastación; por ejemplo, la Segunda Guerra Mundial. Nada que ver, se dirá, y es verdad: el coronavirus no ha desenfundado arma alguna de su cartuchera, ni ha dictado nada parecido a la Solución Final, ni ha llenado los campos de batalla de riadas y riadas de soldados conducidos al matadero, ni ha empujado a que se dejaran caer las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.

El historiador británico Keith Lowe levantó acta en Continente salvaje del estado de Europa tras aquella locura demencial que condujo al hombre a familiarizarse con lo peor de su condición. Luego, en El miedo y la libertad, procuró dar cuenta de cómo aquello transformó a las personas y a las sociedades. El pasado sábado, en un artículo publicado en Babelia —La guerra que nos hizo como somos—, Lowe comentaba que, en las últimas décadas, “la esperanza y el idealismo de los años cincuenta y sesenta se han sustituido por una cultura de victimismo cada vez más extendida”. Ese mundo en ruinas de 1945 no tiene mucho en común con el de hoy, salvo en un par de cosas. Una es que ahora también existe la misma ansiedad y el desconcierto que embargaron a la gente de entonces. La otra, las tareas pendientes.

“En 1945 existía la creencia universal de que los nacidos pobres debían tener la oportunidad de ascender en la sociedad y de que quienes atravesaban momentos difíciles, fuera por estar en el paro, enfermos o ser mayores, debían contar con una red de seguridad que los protegiera”, escribe Lowe en El miedo y la libertad. En aquel libro se acercaba a lo que había ocurrido pulsando las historias de personas concretas. Era su manera de apuntar a la materia prima que mueve el mundo: los temores ante lo inmediato y las ganas de cambiar cuanto había conducido a aquel infierno.

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Lowe cuenta, siguiendo el hilo de la vida del arquitecto italiano Giancarlo de Carlo, cómo “en los 25 años posteriores a 1945 se viviría la reconstrucción más radical de la historia de las ciudades del mundo”. Hubo diferentes utopías, proyectos, ensayos, se cometieron algunos desbarres. El afán de que todos tuvieran un hogar condujo a elaborar planes que llegaron a perder de vista la vida de las personas, a las que se metió en colmenas. Luces y sombras: no siempre todo sale bien. Pero lo que hubo detrás fue una enérgica voluntad de arreglar las cosas, y de que nadie se quedara atrás. La Europa de 2020 habla de reconstrucción, de proyectos que ayuden a frenar el cambio climático, de digitalización. Es hora de ponerse a trabajar, como hicieron en 1945.

Todas las víctimas merecen por descontado el mayor respeto, pero la actitud victimista tiene mucho de escarbar hacia dentro, cuando lo que toca es mirar hacia fuera. Y acometer las tareas pendientes.


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