Cincuenta peniques por Franklin
La tercera descubridora del ADN ve su nombre estampado en una moneda británica
Si la justicia convencional es lenta, la justicia histórica es históricamente lenta. La Iglesia Católica, por poner un ejemplo tonto, tardó cuatro siglos en perdonar a Galileo por la infame herejía de haber dicho la verdad, en lo que constituye todo un récord de la velocidad supersónica. En comparación con eso, los científicos británicos del siglo XX se pueden considerar afortunados, pues en unos meros 70 años han conseguido el reconocimiento que les negó su época. Recordemos en un párrafo el caso de Alan Turing, el gran artífice de los computadores que ahora llevamos en el bolsillo del...
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Si la justicia convencional es lenta, la justicia histórica es históricamente lenta. La Iglesia Católica, por poner un ejemplo tonto, tardó cuatro siglos en perdonar a Galileo por la infame herejía de haber dicho la verdad, en lo que constituye todo un récord de la velocidad supersónica. En comparación con eso, los científicos británicos del siglo XX se pueden considerar afortunados, pues en unos meros 70 años han conseguido el reconocimiento que les negó su época. Recordemos en un párrafo el caso de Alan Turing, el gran artífice de los computadores que ahora llevamos en el bolsillo del pantalón.
Turing fue uno de los grandes científicos del siglo XX, pero su vida fue un infierno, como refleja de forma solvente la película Descifrando enigma, de 2014, con Benedict Cumberbatch en el papel de Turing. Durante la Segunda Guerra Mundial, el matemático fue reclutado en Bletchley Park, el instituto del Gobierno británico dedicado a la criptología, para descifrar Enigma, el sistema de encriptación de los submarinos alemanes. Y lo más increíble es que lo consiguió, salvando seguramente millones de vidas y recortando la guerra en un par de años. Le deberían haber hecho un monumento, ¿no? Pues no. Turing fue perseguido por homosexual por su propio Gobierno y murió poco después en circunstancias poco aclaradas. La reina Isabel le perdonó el año pasado e imprimió su cara en el nuevo billete de 50 libras, “la divisa de las élites corruptas” en los mentideros económicos.
Ahora echemos un vistazo a los tres candidatos al billete de 50 libras que se quedaron por el camino en ese mismo concurso de talentos. Una era la pionera de la computación Ada Lovelace, otro el físico Stephen Hawking y, lo más interesante, la tercera era Rosalind Franklin, la otra codescubridora de la doble hélice del ADN junto a James Watson y Francis Crick. La autoridad monetaria británica acaba de reparar el agravio dedicando a Franklin la nueva moneda de 50 peniques, que es mucho menos que las 50 libras de Turing, pero al menos no se utiliza para blanquear dinero del narcotráfico y el fraude inmobiliario. La verdad acaba aflorando, aunque cueste 70 años y 50 peniques.
No conozco a ningún científico familiarizado con aquel descubrimiento que dude del papel esencial de Franklin, con la posible excepción de Watson, con quien he hablado varias veces, y que es el único de los protagonistas que sigue vivo. Watson se mostró rudo con ella en su recuento La doble hélice, donde ofrecía su perspectiva sobre el mayor avance de la biología del siglo XX. En conversación con este diario, en la década pasada, sostenía que Franklin cometió un grave error al despreciar la utilidad de construir modelos tridimensionales.
Todo esto desesperaba a Crick, que acogió a Franklin en su casa de Cambridge cuando a ella le fue diagnosticado un cáncer de ovario en los años cincuenta. Es probable que Rosalind hubiera recibido el premio Nobel de 1962 junto a Watson y Crick de no haber muerto cuatro años antes, a los 37 años. Su lugar en el palmarés lo ocupó su jefe, Maurice Wilkins, que en realidad la había traicionado al mostrar la crucial “foto 51” a los dos investigadores de Cambridge. Una historia enredada e interesante, llena de matices éticos, que ahora se ve recompensada por una moneda de 50 peniques.