Columna

Bronceado

Si dices que el jefe del Estado tenía una máquina de contar dinero, ni siquiera tienes que añadir que se trataba de dinero sucio porque la suciedad está implícita en la posesión de la máquina

Juan Carlos I en Sanxenxo en julio de 2019.Iago López (GTRES)

La economía narrativa consiste en no expresar en diez líneas lo que se puede formular en cinco. Se practica en todos los géneros literarios, especialmente en la poesía y en el cuento. En la novela larga, sin embargo, se permiten excesos verbales cuando el relato, hallándose todavía muy lejos del final, alcanza una temperatura insoportable. Entonces, al objeto de controlar la erección, se escriben unas páginas de trámite que los lectores partidarios de la eyaculación precoz suelen saltarse. Si la vida fuera un relato, la máquina de contar billetes de Juan Carlos constituiría un acierto narrativ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

La economía narrativa consiste en no expresar en diez líneas lo que se puede formular en cinco. Se practica en todos los géneros literarios, especialmente en la poesía y en el cuento. En la novela larga, sin embargo, se permiten excesos verbales cuando el relato, hallándose todavía muy lejos del final, alcanza una temperatura insoportable. Entonces, al objeto de controlar la erección, se escriben unas páginas de trámite que los lectores partidarios de la eyaculación precoz suelen saltarse. Si la vida fuera un relato, la máquina de contar billetes de Juan Carlos constituiría un acierto narrativo de primer orden por su capacidad para tejer una red densísima de significados.

Tú dices que el jefe del Estado disponía en su palacio oficial, pagado con los impuestos de los españoles, de una máquina de contar dinero y ni siquiera tienes que añadir que se trataba de dinero sucio porque la suciedad está implícita en la posesión de la máquina. Esto viene en cualquier manual de escritura: no digáis nunca que la noche es oscura porque todas las noches lo son, de manera que al leer “noche” el lector se encarga de poner la oscuridad. Ahora bien, cuando un autor pretenda referirse a una noche cuya negrura resulte especialmente amenazante, se tendrá que buscar la vida para transmitir tal amenaza. Lo hizo, por ejemplo, el primero que comparó dicha negrura con la de la boca de un lobo. Desgastada por el uso, esa imagen debió de poner los pelos de punta a quienes la escucharon por primera vez.

Pero si usted quisiera agregar un poco más de horror al hecho de que el jefe del Estado dispusiera de esa máquina, solo tendría que añadir que la tenía en la piscina, para ver cómo brincaban los billetes mientras se bronceaba al sol.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO


Sobre la firma

Archivado En