Por qué al pájaro carpintero nunca le duele la cabeza
Hay un género de narrador impresionante que consiste en el divulgador que, al responder a tu pregunta, responde de paso a las preguntas que no has hecho hasta dar con la respuesta que no creías esperar
A las personas que repiten lo que escuchan se les llama loros en honor a estos animales, y el nombre más común del loro en el mundo anglosajón es Polly en honor a estas personas, Sir Pol y su esposa, personajes del dramaturgo Ben Jonson (también conocido por ser amigo de William Shakespeare; hay que tener mucho coraje en la vida para ser amigo de Shakespeare y ponerte a escribir). Sir Pol y su mujer, en la obra, llegan a Italia y quieren integrarse repitiendo las palabras que escuchan y los gestos que ven. En una sociedad inteligente eso hace que te caricaturicen como loro; en otra, que le ech...
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A las personas que repiten lo que escuchan se les llama loros en honor a estos animales, y el nombre más común del loro en el mundo anglosajón es Polly en honor a estas personas, Sir Pol y su esposa, personajes del dramaturgo Ben Jonson (también conocido por ser amigo de William Shakespeare; hay que tener mucho coraje en la vida para ser amigo de Shakespeare y ponerte a escribir). Sir Pol y su mujer, en la obra, llegan a Italia y quieren integrarse repitiendo las palabras que escuchan y los gestos que ven. En una sociedad inteligente eso hace que te caricaturicen como loro; en otra, que le echen la culpa a los loros.
Mark O’Connor, de quien leí esta historia, es un hombre peculiar. Se ha hecho famoso por su inteligencia y por demostrarla donde hay que hacerlo, respondiendo a preguntas. Montó una tienda de pájaros en 1983 en Orleans, Massachusetts, y hubo un momento en que empezó a recibir tantas preguntas de sus clientes acerca de las aves que el periódico Cape Codder le ofreció una columna. Resulta que O’Connor, además de extraordinario observador y conocedor de pájaros, escribe muy bien. Lo suficientemente bien como para que Steven Pinker le dedique páginas y más páginas de su ensayo El sentido del estilo (Capitán Swing, 2019) a una de las respuestas a sus lectores por la extraordinaria coherencia y claridad de sus frases.
O’Connor no ha estudiado: ha observado pájaros hasta saberlo todo y casi todo sobre ellos. Eso, y leer. En los ratos libres, que durante el confinamiento fueron muchos, frecuenté la página web de su tienda para leer artículos suyos sobre lo que hacen las aves en distintos lugares de Estados Unidos porque del mismo modo que soy capaz de encontrar la virtud en cualquier vicio, también cualquier vicio lo convierto en algo virtuoso, incluso de algo que me interesa tan poco como los pájaros. La razón es que hay un género de narrador impresionante que consiste en el divulgador que, al responder a tu pregunta, responde de paso a las preguntas que no has hecho hasta dar con la respuesta que no creías esperar. Es un talento estupendo que también tiene Bill Bryson, pero hay cien más. En uno de sus artículos O’Connor responde a la pregunta de si los pájaros tienen otro propósito que comer, y cuenta la historia del pájaro dodo y el árbol tambaloque; los dos convivían en la isla Mauricio hasta que llegaron los holandeses, exterminaron las aves y, con los años, se fueron muriendo los árboles. Lo que hacían los dodos era comerse las semillas de los árboles tambaloque; esas semillas, durísimas, sólo germinaban hasta pasar por el estómago de las aves, cuyo aparato digestivo las ablandaba. Podría decirse que los dodos se quedaban embarazados de árboles.
Con sus artículos O’Connor ha publicado dos libros, ¿Por qué los pájaros azules me odian? y ¿Por qué al pájaro carpintero no le duele nunca la cabeza? En la columna suya que desglosa Pinker se encuentra una fábula política de primera; una lectora le escribe a O’Connor preocupada porque una garza lleva varios días inmóvil en un pantano congelado cerca de su casa, sin poder comer. O’Connor cuenta que las garzas, si no pueden pescar peces a causa del hielo, llegan a comer crustáceos, ratones y hasta crías de gatos. Pero las hay que tienen una extraña manía: cuando eligen un agujero en el que pescar, lo defienden en exclusividad. Y si el agujero se congela, no se mueven a buscar otros sino que se quedan al frío, heladas durante días, esperando a que el pescado vuelva.