Columna

La estética valiente

Las calles pintadas o las playas ahuecadas son actos de valentía contra el poder que controla el espacio público

Un manifestante de la ONG Río de Paz cava una tumba simbólica en señal de protesta contra el Gobierno de Jair Bolsonaro en Río de Janeiro, Brasil.Buda Mendes (Getty Images)

La palabra parece más vocabulario de abogados o teólogos: parresia. Michel Foucault la recuperó para describir el sentido de la “palabra verdadera”, la osadía de los que hablan para desafiar a los poderes instituidos. Es el coraje de la verdad. Hay riesgos para quien asume el deber de la verdad en regímenes autoritarios, pues hablar es arriesgarse. Los actos de habla verdaderos son también actos estéticos, acción pura, ...

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La palabra parece más vocabulario de abogados o teólogos: parresia. Michel Foucault la recuperó para describir el sentido de la “palabra verdadera”, la osadía de los que hablan para desafiar a los poderes instituidos. Es el coraje de la verdad. Hay riesgos para quien asume el deber de la verdad en regímenes autoritarios, pues hablar es arriesgarse. Los actos de habla verdaderos son también actos estéticos, acción pura, como el mural “Black Lives Matter” por las calles de la ciudad de Martínez, en California, o las cruces por los muertos debido a la pandemia de la covid-19 en la playa de Copacabana, en Río de Janeiro.

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“Black Lives Matter” fue escrito en letras gigantes. El amarillo de cada letra contrastaba con el asfalto oscuro, el mismo suelo de un país en donde George Floyd suplicó respirar. La osadía de los que instalaron la verdad contra el racismo fue permitida –la alcaldía de la ciudad había autorizado la pintada–. La verdad encontró su objetivo. Con un balde de tinta negra, un hombre y una mujer blancos se lanzaron a destruir las palabras verdaderas. Como el patriarcado está arraigado en los racistas, el hombre era el portavoz de “Make America great again”, mientras la mujer fregaba el piso. El hombre gritaba: “el racismo es una mentira liberal”.

Los autoritarios no soportan la verdad. Y ellos se repiten cuando los confrontamos con la parresia de los valientes. Brasil es el epicentro de la pandemia global del covid-19: son más de 65.000 muertos y un presidente enfermo de coronavirus que responde al uso de tapabocas como quien protege la masculinidad. Cuarenta voluntarios de la ONG Rio de Paz se reunieron para una protesta en la playa de Copacabana: cavaron 100 tumbas en la arena, distribuyeron banderas de Brasil sobre las cruces. Las tumbas eran simbólicas sobre las muertes de la pandemia. Una cinta decía “Brasil va contra la corriente del mundo”.

La verdad de las tumbas provocó la furia de un aliado del presidente Bolsonaro, quien hizo de su cuerpo el instrumento de destrucción. Mientras arrancaba las cruces y destruía las tumbas, un padre de luto arreglaba las cruces. “Yo estaba pasando por la playa y vi aquella manifestación en apoyo a las víctimas. Fue un acto voluntario de un padre que está con un dolor muy grande aquí”, dijo el hombre que no estaba en el acto, pero fue el cuerpo valiente en la escena. El luto por el hijo muerto lo convirtió en un activista de un acto público en donde no había planeado participar. Fue un activista por el derecho al luto público.

¿Qué tienen esas dos escenas en común? Ellas desafían espacios de aparición pública; son actos de coraje por la verdad. Las calles pintadas o las playas ahuecadas son actos de valentía contra el poder que controla el espacio público, gente que se encuentra a través de la experiencia del luto. Judith Butler hace un recorrido sobre cómo la parresia, el “discurso valiente”, es una forma de resistencia y riesgo: es el cuerpo que dice la verdad en un juego en el que se arriesga la propia vida, pues la voluntad de la verdad es más fuerte que el miedo. Los que pintan con tinta amarilla las calles donde Floyd fue asesinado o erigen las cruces en Copacabana con el trasfondo de esta pandemia enuncian con sus cuerpos el luto que vence el miedo.

Debora Diniz es brasileña, antropóloga, investigadora de la Universidad de Brown.

Giselle Carino es argentina, cientista política, directora de la IPPF/WHR.

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