Columna

La tensión racial descoloca a los medios estadounidenses

En las redacciones estamos viendo un choque entre el progresismo de viejo y nuevo cuño

Protesta por la muerte de George Floyd en Seattle (EE UU).Ted S. Warren (AP)

Los disturbios raciales tras la muerte del afroamericano George Floyd a manos de un policía blanco no sólo están tensionando las calles de Estados Unidos: más de una docena de editores han dimitido o han sido cesados en medios progresistas influyentes. El caso más sonado es el de James Bennet, que estaba al frente de la opinión de The New York Times, por publicar la tribuna de un senador republicano que pedía una respuesta militar a las protestas. Al director ejecutivo del Philadelphia Inquirer también le han invitado a marcharse después de titular que los edificios importaban ta...

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Los disturbios raciales tras la muerte del afroamericano George Floyd a manos de un policía blanco no sólo están tensionando las calles de Estados Unidos: más de una docena de editores han dimitido o han sido cesados en medios progresistas influyentes. El caso más sonado es el de James Bennet, que estaba al frente de la opinión de The New York Times, por publicar la tribuna de un senador republicano que pedía una respuesta militar a las protestas. Al director ejecutivo del Philadelphia Inquirer también le han invitado a marcharse después de titular que los edificios importaban también (en referencia al lema Las vidas negras importan); una reportera negra ha demandado al Pittsburgh Post-Gazette por no dejarle cubrir las manifestaciones, después de que ella se significara en redes sociales.

¿Se trata de purgas o de empezar a predicar con el ejemplo? Para el escritor Matt Taibbi, los medios progresistas se están disparando en el pie porque piensan más en no ofender que en enriquecer los debates. Más autores se quejan de un ambiente de ultracorrección política en el que pesan más las narrativas morales que los datos. Al mismo tiempo, este debate está poniendo encima de la mesa que en muchas empresas la diversidad es solo de cara a la galería. Con las nóminas en la mano, muchos reporteros negros cobran menos que sus colegas en la misma categoría. Se quejan de que cuando empezaron las protestas, muchos directivos blancos se fueron a sus segundas residencias en los Hamptons. Hasta la editora de Vogue ha reconocido que los fotógrafos, los entrevistados, los modelos negros son prácticamente anecdóticos, y que deben hacerlo mejor. Un mea culpa que huele a forzado por salvar su imagen comercial.

Si hay un tema que escuece en EE UU es el racismo. Es estructural. Es odioso. Cuando un adolescente negro se junta con amigos blancos, el terror de sus padres es que alguno haga alguna tontería, porque en vez de una reprimenda a su hijo puede caerle pena de cárcel, o directamente morir. Hay tantos estudios que prueban la discriminación para acceder a una vivienda, a educación de calidad, y a un trato judicial adecuado que sonroja aún más la actitud del presidente Trump. Evita abordar ese debate porque lo que le conviene en campaña electoral es hablar de manifestantes violentos, cuando fueron una minoría.

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Sin solucionar un problema, se está creando otro. El racismo está siendo abducido por las guerras culturales. En las redacciones estamos viendo un choque entre el progresismo de viejo y nuevo cuño. Un conflicto entre quienes creen que hay que presentar los hechos de la manera más aséptica posible y los que defienden que el buen periodismo exige un posicionamiento moral. Se necesita muy buen bisturí para extirpar malas prácticas sin que los relatos emocionales empiecen a mandar sobre los datos.

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