Columna

Gran Alborán

El ídolo al que le tiran bragas a escena admite a corazón abierto que el ropero, por muy cómodo que sea, nunca es lo bastante amplio para quien lo habita a la fuerza

Pablo Alborán, horas antes de un concierto en Madrid.

Un día, antes del virus, las pavas de mis hijas me llamaron al curro con mucho misterio, me convocaron a una cumbre urgente y me dejaron en vilo. Al llegar a casa, pensando ya en soluciones a abandonos de estudios, acosos escolares, embarazos adolescentes o todo eso junto, las muy hijas de su madre me soltaron supersolemnes y cariacontecidas: “Mamá: somos hetero”. Mira, casi las mato, primero a gritos y luego a besos. Resulta que habían visto la escena en la serie Sex Education y me habían montado el numerito para concienciarme de lo fácil que lo tenemos algunos y lo difícil que lo tien...

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Un día, antes del virus, las pavas de mis hijas me llamaron al curro con mucho misterio, me convocaron a una cumbre urgente y me dejaron en vilo. Al llegar a casa, pensando ya en soluciones a abandonos de estudios, acosos escolares, embarazos adolescentes o todo eso junto, las muy hijas de su madre me soltaron supersolemnes y cariacontecidas: “Mamá: somos hetero”. Mira, casi las mato, primero a gritos y luego a besos. Resulta que habían visto la escena en la serie Sex Education y me habían montado el numerito para concienciarme de lo fácil que lo tenemos algunos y lo difícil que lo tienen otros para ser como somos sin dar explicaciones a nadie. Lo lograron. No había caído en que nadie tiene que decirle a nadie lo que se da por supuesto. Y que el problema es de quienes lo damos.

Este miércoles, Pablo Alborán causó tremendo revuelo al anunciar que es homosexual a sus 31 añazos. Sin ser ninguna sorpresa, la confesión de Pablo es noticia. Una buena noticia por él y no tan buena por nosotros. Alborán —una década cantando al amor y arrastrando a millones de fanáticas— ha salido del armario cuándo, cómo y porque ha querido. O cuándo, cómo y porque ha podido. Qué sabe nadie. Y lo ha hecho como empezó. Solo, de frente, en su casa, mutada la camisola del chaval que empezaba por la camiseta apretada del hombre feliz y libre que dice empezar a ser tras soltar lastre. Ahí estaba, daba gusto verlo. El novio de España. El yerno perfecto. El ídolo al que le tiran bragas a escena admitiendo a corazón abierto que el ropero, por muy cómodo que sea, nunca es lo bastante amplio para quien lo habita a la fuerza. Un estudio de la Complutense dice que tres de cada cuatro empleados ocultan en el trabajo que son gais, como Pablo. Lo dudo. Pero nunca he tenido que decir a nadie en casa ni en la calle ni en el curro que soy mujer, blanca y hetero por fuera para poder ser como soy por dentro.

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