¿Dejará algo positivo la cuarentena?
Estamos ante la acelerada gestación de recién llegadas conductas, estilos de trabajo y hasta de palabras
En varios países –Perú o Brasil, por ejemplo- se está aún en la cresta de la ola de la pandemia del SARS-CoV-2. Dentro de un contexto así, parecería una broma de mal gusto, especular sobre si algo vinculado a ella pudiera tener algo de positivo. El drama que continúa es tal, que es difícil no seguir viendo las cosas color de hormiga. No reseño aquí los evidentes y conocidos dramas individuales y sociales que la pandemia ya generó.
Más allá de la foto y de las lógicas impresiones generalizadas de horror ante el dolor y muerte producido por el impune virus, estamos ante la acelerada gesta...
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En varios países –Perú o Brasil, por ejemplo- se está aún en la cresta de la ola de la pandemia del SARS-CoV-2. Dentro de un contexto así, parecería una broma de mal gusto, especular sobre si algo vinculado a ella pudiera tener algo de positivo. El drama que continúa es tal, que es difícil no seguir viendo las cosas color de hormiga. No reseño aquí los evidentes y conocidos dramas individuales y sociales que la pandemia ya generó.
Más allá de la foto y de las lógicas impresiones generalizadas de horror ante el dolor y muerte producido por el impune virus, estamos ante la acelerada gestación de recién llegadas conductas, estilos de trabajo y hasta de palabras. Algunas parecerían haber llegado para quedarse y otras ciertamente se irán diluyendo cuando las cuarentenas se vayan levantando.
Por ejemplo, el lenguaje. Frente a lo nuevo –la pandemia- la sucesión de términos directamente vinculados a ella que no usábamos, o ni siquiera conocíamos, hace escasos cuatro meses y que son hoy parte del habla cotidiana: la “meseta”, la “prueba rápida” o “molecular”, la “covid-19”, la “cuarentena”. Pasará la pandemia y estos términos irán quedando relegados y empezarán a usarse frente a otro tipo de situaciones.
Otras cosas irán también pasando al recuerdo. La reclusión forzada, que varios han aprovechado para la lectura o para fortalecer la cercanía con los niños –o las mascotas- en casa, por ejemplo. Y que en muchos –adultos y niños- está aún afectando su conducta. Todo esto irá siendo reemplazado gradualmente por la “normalidad” en la que vivíamos antes.
La educación escolar a distancia, por ejemplo, pasará a ocupar un espacio secundario y, a lo más, tener más peso como de complemento de la educación tradicional. Porque en la crisis se han dado pasos muy logrados. Por ejemplo, el acertado programa “Aprendo en Casa” del Ministerio de Educación del Perú que dejará, eso sí, el legado de la extensión del internet y la llegada de tablets a pequeños poblados rurales. Pero el irremplazable ingrediente de socialización de la educación escolar in situ hará que ésta recupere su espacio apenas las condiciones sanitarias lo permitan.
Han llegado para quedarse, sin embargo, las generalizadas reuniones virtuales y el teletrabajo, antes era marginal y eventual. Su utilidad en las rutinas de trabajo es extraordinaria y como muchos, me he acostumbrado ya al teletrabajo. Esta semana, por ejemplo, me ha tocado participar en siete reuniones por vía electrónica con participantes de más de una decena de países en cada una de ellas. Sin medios virtuales en uso cotidiano esas reuniones no se habrían producido, tanto por la compleja logística como por costos.
Podría no ser internacional el encuentro sino local, pero con las ventajas serían parecidas: las reuniones empiezan y terminan a tiempo, ningún costo y sin necesidad de salir de casa. Además, se cumple con la “distancia social”, trabajando sin riesgo a la salud.
Dicho esto, sin embargo, quedan –y, acaso, quedarán- espacios institucionales sin atender. Por ejemplo, organizaciones complejas como la ONU en donde hasta el momento no se ponen de acuerdo si se pueden adoptar decisiones con voto secreto –y cómo- en la Asamblea General o en el Consejo de Seguridad. Aplicar lo virtual de manera extendida, más allá de la pandemia, aparece, así como un reto apremiante para varias organizaciones y entidades.
No obstante, hay mucho que también se pierde con esta nueva modalidad de trabajo. O, al menos, que se deja de ganar. Si la informática permite que muchos trabajos se hagan y comuniquen con eficiencia, se pierde el contacto vivo y personal. El acortamiento de la distancia física y sicológica entre personas, como, por ejemplo, la informalidad distendida de un encuentro en un café, abre no sólo mundos inesperados de relaciones personales sino también de abordaje y manejo de temas sustantivos, lo que puede ser de gran utilidad.
¿Todo posible por vía electrónica? En alguna medida sí, pero nada reemplazará, a fin de cuentas, una mirada personal directa, a los ojos. Y una presencia física para derribar barreras, descubrir y descubrirse.