Columna

Quitad las rodillas blancas de los cuellos negros

Sin exterminar el racismo no se puede vencer ni la covid-19 ni la crisis climática

Dos jóvenes lloran durante el entierro de Joao Pedro Matos Pinto, en la ciudad de Sao Gonçalo, vecina de Río de Janeiro (Brasil).Antonio Lacerda (EFE)

"No consigo respirar”. La frase de George Floyd, de 46 años, negro, asesinado por un policía blanco en Minneapolis, Estados Unidos, no es solo el grito de un momento. Es la frase de una época en que se muere por falta de aire. La violencia asfixia a más negros que a blancos. La covid-19 asfixia a más negros que a blancos. La crisis climática va a asfixiar a más negros que a blancos. Hay una rodilla blanca en cada cuello negro. Cuando se discute la construcción de una sociedad más ecológicamente justa en la pospandemia, hay que entender que no habrá otro mundo posible hasta que se arranquen las...

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"No consigo respirar”. La frase de George Floyd, de 46 años, negro, asesinado por un policía blanco en Minneapolis, Estados Unidos, no es solo el grito de un momento. Es la frase de una época en que se muere por falta de aire. La violencia asfixia a más negros que a blancos. La covid-19 asfixia a más negros que a blancos. La crisis climática va a asfixiar a más negros que a blancos. Hay una rodilla blanca en cada cuello negro. Cuando se discute la construcción de una sociedad más ecológicamente justa en la pospandemia, hay que entender que no habrá otro mundo posible hasta que se arranquen las rodillas blancas de los cuellos negros.

Cuando pronunció la frase que resume su vida, George Floyd se encontraba en alguna fracción de los interminables ocho minutos y 46 segundos del proceso de asfixia por la rodilla blanca que le presionaba el cuello. La petición de socorro de Floyd ha cruzado fronteras y ha reverberado en el mundo. En Brasil, el grito de Floyd se unió al de João Pedro, de 14 años, negro.

El 18 de mayo, él estaba jugando en casa de sus tíos, en Río de Janeiro, cuando la policía echó la puerta abajo. En tres habitaciones, hay 70 marcas de disparos. Al niño le dieron en la espalda. La policía secuestró su cuerpo y la familia solo lo encontró, sin vida, 17 horas después. La muerte a tiros de niños negros en las favelas de Brasil es frecuente. En 2019, los niños del Complejo de Favelas Maré escribieron al Tribunal de Justicia contando cómo era su vida. Uno de ellos dijo: “No me gusta el helicóptero porque dispara hacia abajo y la gente muere”.

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El drama biopolítico que vive hoy Brasil está atravesado por el racismo. Jair Bolsonaro fue elegido con un discurso racista. La covid-19 la trajeron al país las élites blancas que pasaron las vacaciones en Europa. Pero los estudios demuestran que la enfermedad mata a más negros que a blancos. La mayoría de los que no pueden aislarse porque necesitan trabajar en la calle también son negros, y son los que tienen las viviendas más precarias. Incluso en la pandemia, la policía sigue matando a negros. En abril, la policía mató a 177 personas, la mayoría negras, solo en Río de Janeiro.

Sin exterminar el racismo, el aire seguirá faltando. No se podrá vencer ni la pandemia ni la crisis climática. Clamar por un nuevo pacto de civilizaciones en la pospandemia implica que cada blanco quite inmediatamente la rodilla del cuello de un negro, lo que significa perder privilegios y compartir los espacios de poder en todas las áreas.

Traducción de Meritxell Almarza.


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