Colapso
No es novedad que la derecha española se entregue al ruido y la furia cuando la izquierda ocupa el poder, pero la pandemia ha teñido esta centenaria tradición con colores muy siniestros
Yo también colapsé Madrid una vez, así que sé de lo que hablo. El 28 de abril de 2002 estuve un par de horas atascada en la glorieta de Neptuno, cantando, gritando, tocando el claxon en un coche repleto de niños con banderas y bufandas para celebrar que el Atleti había vuelto a Primera División. Sólo salí de allí cuando vino la Policía a poner orden, y nunca más nos dejaron acercarnos en coche a nuestra fuente. Porque colapsar el tráfico de una ciudad es muy fácil. Gestionar la frustración de quienes creen que, al lograrlo, han culminado una hazaña extraordinaria va a resultar mucho más difíci...
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Yo también colapsé Madrid una vez, así que sé de lo que hablo. El 28 de abril de 2002 estuve un par de horas atascada en la glorieta de Neptuno, cantando, gritando, tocando el claxon en un coche repleto de niños con banderas y bufandas para celebrar que el Atleti había vuelto a Primera División. Sólo salí de allí cuando vino la Policía a poner orden, y nunca más nos dejaron acercarnos en coche a nuestra fuente. Porque colapsar el tráfico de una ciudad es muy fácil. Gestionar la frustración de quienes creen que, al lograrlo, han culminado una hazaña extraordinaria va a resultar mucho más difícil. A este paso, la buena noticia de los abrazos futuros se verá eclipsada por la rabiosa decepción de quienes descubran que ni los conciertos de cacerola, ni las banderas con crespones negros, ni los insultos reenviados por redes sociales tienen el poder de cambiar la realidad. No es novedad que la derecha española se entregue al ruido y la furia cuando la izquierda ocupa el poder, pero la pandemia ha teñido esta centenaria tradición con colores muy siniestros. Porque sería normal que muchos de quienes siguen aplaudiendo a las ocho en su balcón no volvieran a salir más tarde con una sartén y una cuchara. Pero es incomprensible que los percusionistas aficionados de las nueve en punto no aplaudan una hora antes de protestar contra el Gobierno, y eso es lo que está pasando. La sociedad española, herida, golpeada, amenazada por un duelo masivo y la perspectiva de una crisis económica pavorosa, tendrá que lidiar también con esta disociación patológica, en la que los muertos de todos se han convertido en los muertos de Sánchez mientras que los éxitos de todos dejan de celebrarse para no favorecerle. Y no sé cómo vamos a salir de este colapso.