Columna

El mundo es redondo

Resulta difícil explicar la deriva del Gobierno socialista, desde su imprevisto nacimiento a la gestión del desastre sanitario

Pedro Sánchez , durante la reunión del comité técnico del coronavirus el pasado sábado.Borja Puig de la Bellacasa / HAN (EFE)

Para el filósofo polaco Adam Schaff, la mejor prueba de que el mundo es redondo consiste en observar que cuando uno empieza a dirigirse hacia la extrema izquierda, acaba en la extrema derecha. La marcha en sentido contrario puede darse también, con diferente contenido. Sucede sobre todo en el ámbito de la comunicación social, cuando desde la derecha, la búsqueda de eficacia del mensaje acaba imponiéndose a las ideas de cambio. El precio pagado resulta muy alto, dado que la dimensión finalista de la izquierda acaba subordinada a la preferencia, propia del marketing, por los objetivos a corto pl...

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Para el filósofo polaco Adam Schaff, la mejor prueba de que el mundo es redondo consiste en observar que cuando uno empieza a dirigirse hacia la extrema izquierda, acaba en la extrema derecha. La marcha en sentido contrario puede darse también, con diferente contenido. Sucede sobre todo en el ámbito de la comunicación social, cuando desde la derecha, la búsqueda de eficacia del mensaje acaba imponiéndose a las ideas de cambio. El precio pagado resulta muy alto, dado que la dimensión finalista de la izquierda acaba subordinada a la preferencia, propia del marketing, por los objetivos a corto plazo. La tendencia se agrava si esa tensión se da en una circunstancia crítica como la que vivimos aquí y ahora.

De otro modo resulta difícil explicar la deriva del Gobierno socialista, desde su imprevisto nacimiento a la gestión del desastre sanitario. Lo que pudo ser una política reformadora, incentivada por Unidas Podemos, se convirtió, bajo el signo de la fragilidad, en una cohabitación conflictiva, con Iglesias aplastando cualquier reticencia ministerial socialista. Y en esto llegó el coronavirus, cuya incidencia Sánchez trató inicialmente de minimizar, al otorgar prioridad a la política de imagen, de la propia imagen mirando al futuro electoral, e ignorando los devastadores efectos del retraso en su política antivirus. Hasta hoy, cuando sus ministros —Fernando Grande-Marlaska, Teresa Ribera— proclaman una alucinante autosatisfacción por encima de la montaña de muertos, reducidos a cifras, descensos y repuntes en las informaciones oficiales.

Ello explica que a pesar de los errores iniciales, y posteriores, debidamente escondidos en la red, a diferencia de los equipos técnicos de otros países, Fernando Simón siga siendo el complemento insustituible del “mando único” militarizado de Sánchez. Consolémonos con una opinión, compartida por la mayoría de españoles: Casado o Ayuso lograrían hacerlo mucho peor. Ayuso lo mostró ya en Ifema.

El diseño de la comunicación por el número dos de Sánchez sostiene el castillo de naipes, convirtiendo la comunicación oficial, del Gobierno y sus medios, en un círculo cerrado. Optimismo de rigor, sin explicar la ausencia de los necesarios rastreamientos de los posibles contagios, la política económica ante Europa, ni las consignas precisas para la razonable “desescalada”. ¿Y qué fue de los Pactos de la Moncloa?

El guion en TVE se repite siempre: números y comentario oficial, imágenes de una sociedad confiada en la “nueva normalidad”, silencio para toda disidencia. General Santiago dixit. Por efecto de la siniestra sugerencia del CIS, puestos a combatir los “bulos”, los españoles respaldan limitar la libertad de expresión. A los mayores nos queda la satisfacción de disfrutar bien pensadas franjas de paseo y revivir en los telediarios los ecos del no-do. Con todo, esperemos que acierten.

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