Columna

Virulencia

La libertad no se regala, la debe conquistar cada uno

Paseo marítimo de Barcelona, este domingo, durante el estado de alarma.Albert Garcia (EL PAÍS)

Episodios como el que ahora sufrimos suelen influir en el giro de las ideas. No sabemos cómo será la comunidad que emerja de la peste, pero algo habrá cambiado en el registro de valores de los ciudadanos, aunque no podemos adivinar hacia dónde se orientarán. La experiencia lúcida, la que es imposible de negar, es haber vivido nuestra sustancia civil como cosas, como mercancías, como ganado estabulado. No hemos sido humanos durante meses, una vida.

No es una situación desconocida, es la que vivieron de un modo infinitamente trágico los judíos o los súbditos del comunismo durante el siglo...

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Episodios como el que ahora sufrimos suelen influir en el giro de las ideas. No sabemos cómo será la comunidad que emerja de la peste, pero algo habrá cambiado en el registro de valores de los ciudadanos, aunque no podemos adivinar hacia dónde se orientarán. La experiencia lúcida, la que es imposible de negar, es haber vivido nuestra sustancia civil como cosas, como mercancías, como ganado estabulado. No hemos sido humanos durante meses, una vida.

No es una situación desconocida, es la que vivieron de un modo infinitamente trágico los judíos o los súbditos del comunismo durante el siglo XX. Así pues, es algo sabido, pero nosotros lo conocemos ahora bajo el poder de las máquinas. Primer susto, el Gobierno puede acarrearnos con extrema facilidad hacia nuestra salvación o nuestra ruina sin que sepamos defendernos. Segundo, la formación intelectual queda reducida a las pantallas. Tercero, el Gobierno se puede permitir la más perfecta nulidad e incompetencia porque lo único que ofrece como justicia mental y moral son números y oponerse a los números es caer en su poder. Los medios de información abren todos los días con unos cálculos que nos indican cuál irá siendo nuestro destino técnico.

Se confirma, por tanto, lo que descubrió la filosofía del último siglo, puro Heidegger: los humanos somos mercancías y la política es un ejercicio técnico al servicio de los demagogos. Estos, a su vez, no saben a dónde van ni les importa, pero se agarran al poder cuanto pueden porque así creen escapar al mercado por arte de brujería. De ahí que no existan jefes o presidentes: las decisiones las toman unos asesores venales que manipulan los números y manejan técnicamente a las masas.

La libertad no se regala, la debe conquistar cada uno.

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