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Silvia Pinal
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Silvia Pinal, una diva a prueba de escándalos

La actriz supo navegar las controversias siendo mujer del sistema del PRI y Televisa, la gran provocación de Buñuel y un gran nombre del cine mexicano

Silvia Pinal en 'El ángel exterminador', película de 1962 dirigida por Luis Buñuel
Silvia Pinal en 'El ángel exterminador', película de 1962 dirigida por Luis Buñuel.Producciones Gustavo Alatriste
Luis Pablo Beauregard

Sería un error recordar a Silvia Pinal, fallecida este jueves en Ciudad de México a los 93 años, solo como aquel rostro elegante y amable de Mujer, casos de la vida real, el programa que calentó la parrilla vespertina de Televisa desde 1985. La emisión proyecta quizá una larga sombra sobre la trayectoria de la primera actriz. La producción dramatizaba historias verídicas y las combinaba con la autoayuda y el catálogo de valores que la principal televisora del país llevaba a la pantalla pequeña. Pero aquella versión de La Pinal estaba desprovista del desparpajo y provocación que la marcó durante su vida. Como ella misma dijo en una entrevista de 2016: “Soy quien soy y no me parezco a nadie”.

La Pinal vivió muchas vidas en una. Fue una célebre actriz que elevó el nombre del cine mexicano. Una recia mujer que ayudó a las mujeres a contar sus historias y a no quedarse calladas ante la violencia intrafamiliar, que vivió en carne propia. Una obediente soldado del PRI como diputada y primera dama del Estado de Tlaxcala. Amaba al partido y a ese sistema incluso a pesar de haber sido víctima de espionaje de la policía política del régimen. Su nombre siempre estuvo en lo más alto y nunca fue sinónimo de escándalo.

Antes de ser uno de los rostros de ese sistema simbiótico entre Televisa y el PRI, Silvia Pinal fue el diablo. El triángulo que formó junto con el productor Gustavo Alatriste, su marido, y el director maño Luis Buñuel inició en 1961 con Viridiana. El trío volvió a la carga en repetidas ocasiones. En 1964, Alatriste propuso al genio español llevar a la pantalla la historia de un anacoreta del siglo IV que pasó 40 años en lo alto de una columna en un desierto de Siria. Los aprietos económicos del productor en ese momento truncaron la visión que Buñuel tenía para Simón del desierto. En la película, Pinal es la tentación que busca descarrilar a san Simeón con provocaciones de la carne. Le mostraba las piernas, le mesaba las barbas y le ofrece su abultado escote para que bajara y diera la espalda a Dios.

Para sociedades conservadoras como la mexicana y la española, Pinal fue la imagen de la seducción. Como sucede en la historia del cine, el galardón principal de Cannes para Viridiana fue combustible puro para la polémica. El periódico del Vaticano, L’Osservatore Romano, mostró al mundo católico su perplejidad de que el jurado del certamen francés por permitir la exhibición de una película “irreverente”.

Esa misma palabra podría haberse aplicado a una mujer como Pinal en la sociedad mexicana de los 50. Ya para esa década era un gran nombre en el cine mexicano gracias a Un rincón cerca del cielo, Locura pasional y La dulce enemiga, cintas que le valieron sendos premios Ariel, los cuales presumía con los galardones en la antesala de su casa en el Pedregal.

A mediados de los años cincuenta, Pinal comenzó una tormentosa relación con Emilio Azcárraga, el empresario apodado El Tigre. Era el hijo de Emilio Azcárraga Vidaurreta, el propietario de Telesistema Mexicano, el origen de la hoy poderosa empresa Televisa. En la intimidad, Silvia le apodaba Pato. El dulce mote ocultaba que, en realidad, La Pinal era una mujer de armas tomar con ninguna tolerancia para el machismo.

-”Oye, mujer, ponte unos discos, ¿no?”, le dijo una tarde Azcárraga a su pareja.

-”¡No soy tu criada, ponlos tú!”, le reviró la actriz, de acuerdo a la biografía del empresario escrita por Claudia Fernández y Andrew Paxman.

Aquel romance tuvo final de telenovela. Silvia era entonces una mujer divorciada, con una hija y una figura de la farándula. En 1958, Azcárraga, quien nunca le fue fiel a Pinal, cedió a las presiones de su padre y la dejó a cambio de un amor más estable y con más futuro con una francesa. El rompimiento fue amargo, pero ninguno de los dos lo tomó con rencor. La relación profesional e incluso de amistad perduró varias décadas. En 1968, La Pinal debutó en los culebrones de la empresa con Los caudillos, un drama histórico sobre la guerra de Independencia producido por Miguel Alemán y escrito por el poeta Eduardo Lizalde y el dramaturgo Miguel Sabido.

Como buena celebridad, su vida no careció de polémicas. Una de las más difíciles, según sus propias palabras, la vivió bajo su propio techo. La Pinal, siempre enamoradiza, tuvo un amargo desenlace con Fernando Frade, un galán más joven que ella que era la sensación para “las gringas y el viejerío de Acapulco”, el gran balneario de la jet set capitalina. El romance descarriló cuando Silvia aceptó la invitación a una cita de un industrial divorciado. La venganza llegó de la peor forma. Frade comenzó una relación con Silvia Pasquel, una de las hijas de Pinal. Esta “trascendió lo más sagrado”, admite la actriz en sus memorias, Esta soy yo (Porrúa, 2015).

Aquella relación tuvo además una agravante. Pasquel y Frade concibieron a una hija, a la que llamaron Viridiana, el nombre de la primogénita de Pinal y quien murió en un accidente de automóvil. Esto dolió particularmente a la actriz, quien se distanció de su hija al considerar que el episodio dejó una herida que nunca se cerró del todo. La pequeña Viridiana llevó en el nombre el peso de una tenebrosa maldición. La niña murió ahogada a los dos años en la piscina de la familia. Estos secretos se guardan bajo la leyenda de la diva Silvia Pinal.

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Sobre la firma

Luis Pablo Beauregard
Es uno de los corresponsales de EL PAÍS en EE UU, donde cubre migración, cambio climático, cultura y política. Antes se desempeñó como redactor jefe del diario en la redacción de Ciudad de México, de donde es originario. Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana y el Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Los Ángeles, California.
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