Teresa Margolles y su lacerante testimonio del dolor: “El arte ayuda a no olvidar”
MARCO presenta la primera revisión en América dedicada a la artista mexicana, una de las mayores exponentes del arte contemporáneo, con una muestra de 23 obras que profundizan en la violencia y la impunidad
Su nombre de combate era Karla. Cantante, trabajadora sexual, persona transgénero. Su escenario era el decadente centro de Ciudad Juárez, urbe del norte de México tristemente célebre por matar a sus mujeres. Karla fue ases...
Su nombre de combate era Karla. Cantante, trabajadora sexual, persona transgénero. Su escenario era el decadente centro de Ciudad Juárez, urbe del norte de México tristemente célebre por matar a sus mujeres. Karla fue asesinada el 22 de diciembre de 2015, el caso fue cerrado de inmediato y el crimen no ha sido esclarecido. Para la artista Teresa Margolles fue un golpe brutal, doloroso. Ella había trabajado durante años con Karla, quien le abrió el mundo de esas personas trans que sobrevivieron con dignidad a la demolición del centro histórico de la ciudad de Chihuahua, la destrucción de sus cabarets y clubes nocturnos por la moralina oficial. Personas a quienes había fotografiado en sus posturas de resistencia, por lo que cuando escuchó la noticia del asesinato se desmoronó. “La mataron porque era pobre, porque era vieja, porque era trabajadora sexual, porque era trans”, asegura Margolles.
La artista fotografió a su amiga vestida de blanco, tacones con cristales, el flequillo bien peinado cubriéndole la frente, detrás un montículo de tierra, testigo de la destrucción del que era su lugar de trabajo. La fotografía en blanco y negro es un proyecto artístico que incluye también un testimonio sonoro sobre el crimen, un facsímil de certificado de defunción y una piedra. “Ella estaba trabajando y llegaron unos muchachos supuestamente a solicitar sus servicios. Ella confió y metió a uno de ellos. La jota (homosexual) lamentablemente se estaba drogando ese día con el chico y el chavo la invitó a dar la vuelta, iban caminando, la metió en una tapia y la torturó, la golpeó, le pegó con piedras, le destruyó su rostro. La dañaron muy feo, la masacraron, la torturaron", narra la voz que acompaña la instalación. “Para nosotras, las chicas transgéneros, fue una sorpresa. A lo mejor, lo hicieron por gusto, no sabemos realmente qué pasó”, agrega.
La crudeza del relato es una característica de la obra de Mergolles (Sinaloa, 1963), quien confronta a la gente con su arte, que profundizan en la violencia y la impunidad que desgarra México. El homenaje a su amiga ocupa una de las salas del Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO), la gran pinacoteca del norte de México que desde este fin de semana organiza la primera revisión en América dedicada a Margolles, una de las mayores exponentes del arte contemporáneo.
La exposición, titulada Teresa Margolles ¿Cómo salimos? y que estará abierta hasta el 22 de marzo de 2026, reúne 23 obras de 18 proyectos realizados desde 2003 y es una muestra del lacerante testimonio del dolor de Margolles. “El asesinato de Karla quedó impune. Se cerró el caso y lo único que quedó es mi amistad. Dije: “¿Qué puedo hacer por ti?” Y la forma de hacerlo es preservar su memoria siempre. Estar recordando que no se olvida, por lo menos, en el arte. En el arte le vamos a hacer el mejor tributo que puede tener. Y el mío es que le den chance en los museos", afirma la artista durante una visita a la muestra organizada para periodistas.
La exposición de Margolles ocupa 1.400 metros cuadrados del museo y reúne piezas que muestran el compromiso de esta artista huraña, de pocas palabras, serena, incansable. Margolles ha documentado con su trabajo no solo el dolor que agrieta a su país, sino los traumas de América Latina, una región fértil en violencia, bestialidad, impunidad, pero también tierra de resistencia. Uno de los proyectos más conmovedores de la muestra se titula Tenemos un hilo en común, que expone una serie de bordados hechos por mujeres de Nicaragua, Panamá, Brasil, Guatemala, Puebla y Ciudad Juárez, en México. Las telas están impregnadas con la sangre de mujeres asesinadas, porque la artista trabaja con restos de la violencia (cristales de parabrisas baleados durante hechos violentos, agua con las que las autoridades limpiaron escenas del crimen, por ejemplo), fluidos o huellas humanas, porque para ella el arte es una herramienta para hablar de la muerte y el dolor.
Uno de los tejidos, Cuando la mayoría éramos Sandinistas, fue bordado por mujeres artesanas de Masaya, ciudad del sur de Nicaragua reputada por haber sido polo de resistencia durante la dictadura somocista (1934- 1979) y haber plantado cara al actual régimen de Daniel Ortega, que ahogó en sangre las protestas de sus vecinos. La tela de la exposición está impregnada con la sangre de una mujer asesinada en Managua, la capital nicaragüense. “Ellas, al sentir la tela, el olor y al sentir la sangre, les vino la memoria, y dijeron: ‘Mira, cuando todas éramos sandinistas’. El diseño lo hicieron juntas, quería que discutieran, que hablaran precisamente de cuando eran sandinistas”, comenta Margolles. Esta instalación está acompañada de videos de las tejedoras, que en el caso de las nicaragüenses muestra una conversación en la que recuerdan cuando los jóvenes eran enviados a las selvas a defender la revolución sandinista debido a una guerra de agresión patrocinada por los Estados Unidos de tiempos de Ronald Reagan.
Margolles también explora el drama de los migrantes. En su proyecto titulado Trayecto, la artista reúne fotografías del éxodo de venezolanos a través de Colombia. Ella conversó entre 2017 y 2019 con más de un centenar de trabajadores venezolanos que laboraban sobre el Puente Internacional Simón Bolívar, que une al país con Venezuela. Margolles solicitó las camisetas de los participantes para montar con estas piezas que guardan su sudor una obra potente: exhibe en enormes fotografías a color los cuerpos masculinos, sus torsos, mientras ellos se quitan las camisas. No se ven sus rostros, pero la humildad de sus ropas son toda una declaración, porque atestiguan su esfuerzo por el trabajo, su anhelo de una mejor vida, la dureza del éxodo. La instalación está acompañada de cubos de cemento, dentro de los que Margolles guardó cada una de las camisetas y los marcó con las iniciales de cada migrante. Cubos que contienen el sudor dramático de la migración.
El dolor de la violencia en México es, sin embargo, el tema que más se impone en la colosal exposición montada por MARCO. Los visitantes pueden escuchar los escalofriantes sonidos de la morgue, a través de auriculares que reproducen el ruido de cuchillos al ser afilados o el de serruchos en lo que parece ser el espeluznante corte de huesos humanos, porque Margolles se formó como médica forense y comprendió desde la morgue que los cadáveres hablan. En los pasados años noventa integró el colectivo SEMEFO (Servicio Médico Forense), que combinó performance, instalación y sonido para interrogar los límites entre la vida y la muerte. Otra de las piezas se titula Aproximación al lugar de los hechos, comisionada para esta exposición, que consiste en señalizar con agua los lugares donde en Monterrey ocurrieron asesinatos entre enero y octubre de este año. La instalación incluye 30 planchas de hierro caliente sobre las que caen las gotas del agua que fue absorbida en las escenas del crimen.
“Es una escultura sonora”, explica la artista, “porque cada gota que cae tiene distinto ritmo, distinta emoción. El agua que está cayendo es con lo que se señalizó el lugar donde cayó el cuerpo de una persona violentada. Con una esponja se obtiene el agua. El goteo que cae en la plancha caliente refleja cuando te avisan: ‘Tu hijo murió’. Sientes el golpe, pero siempre, aunque se evapore, va a estar la huella, porque un asesinato destruye una familia. Esa huella constante destruye un barrio, una ciudad, un país. Puede evaporarse, sí, pero siempre va a estar marcado lo ocurrido, nunca se va a borrar”, afirma la artista sobre su pieza sonora, una escultura que evoca a las víctimas de la violencia y cuyo título proviene de la terminología forense.
Su interés para evitar el olvido se muestra también en obras como Banca, creada en 2002 en Puebla, una banqueta que podría estar en cualquier parque, pero que fue hecha con cemento mezclado con el agua que se utilizó para el lavado de cadáveres tras las autopsias. O El testigo, de 2013, una serie de fotografías en las que los árboles, penetrados por balas perdidas, permanecen heridos, pero vivos. O Blowback / El poder, de 2022, un vestido confeccionado con fragmentos de vidrios de parabrisas baleados durante los hechos acaecidos en Culiacán durante el denominado “Jueves Negro”, el 19 de octubre de 2019, durante el rescate del hijo de Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán, cuando balaceras en distintos puntos de la urbe dejaron miles de ciudadanos indefensos, decenas de militares retenidos y criminales fugados de prisión.
La exposición está montada de forma muy cuidada y hecha para interpelar al visitante, porque es difícil quedar indiferente ante los hechos que denuncia Margolles. “Ella recoge el testimonio del dolor de lo que llamamos la vida contemporánea”, explica Taiyana Pimentel, directora de MARCO, curadora de la exposición y quien ha colaborado con la artista desde hace varias décadas. “El dolor y el vacío que dejan la pérdida humana en la sociedad es el centro discursivo de Margolles, quien desde sus tempranos momentos forenses fue delineando, paso a paso, el desmoronamiento emocional provocado por las muertes violentas y las desapariciones forzadas, desde el campo individual hasta el colectivo”, agrega.
Esta muestra incluye tres comisiones de Margolles para MARCO, una de ellas es una instalación sonora sin título (aunque en el museo explican que la artista ha pensado llamarla Elegía a la patria), que cuenta con 32 paneles de vidrio que fueron desmontados de locales comerciales ubicados en zonas urbanas afectadas por el abandono a consecuencia de la violencia. Provenientes de ciudades como Tijuana, Ciudad Juárez, Culiacán y Monterrey, cada vidrio vibra a un ritmo diferente, emulando el sonido particular del tren que atraviesa el país hacia el norte y cruza la frontera.
“Es una creadora que no responde a un boom”, dice Pimentel, “que tiene un proceso de trabajo de muchos años, pero tiene un elemento que es muy peculiar: su perseverancia sobre el discurso. El lugar que Teresa ocupa en la historia del arte contemporáneo es relativo a la migración, a las fronteras, a la violencia, relativo al dolor que ella ha ido recogiendo, porque una parte muy conmovedora de su trabajo es darle visibilidad, un rostro, a las víctimas, pero no gratuita, sino a través de un fragmento, de una materia, de una cerámica, de una bota. Es una artista que opera desde el arte para recuperar la memoria”, afirma la curadora.