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Los sonidos que simbolizan la resistencia de las vaquitas marinas

Una organización de conservación ha instalado monitores acústicos para ayudar a comprender el comportamiento de la marsopa que vive bajo amenaza en el Golfo de California

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La vaquita marina es un animal enigmático. Fue descubierta en los años 50, cuando un biólogo encontró un cráneo en las playas de San Felipe, Baja California. Se llevó el espécimen e hizo un hallazgo relevante: una nueva especie de origen mexicano. La buscó hasta que la logró ver con sus ojos propios. Era parecida a un delfín, pero más pequeña y con manchas en sus costados y alrededor de los ojos. Solo habita en el alto Golfo de California, donde vive bajo amenaza desde hace años. Es difícil verla, pero el trabajo de las autoridades ha hecho más fácil escucharla.

En cuatro meses de 2025 se tiene un registro de 254 encuentros acústicos de la vaquita marina. Estos han sido posibles después de que organizaciones de conservación que trabajan en la zona desplegaran 1.228 detectores en 497 sitios entre mayo y septiembre. Los sonares han ayudado a conocer que el animal se está expandiendo en su zona de reproducción. El monitoreo ayudó a avistar y registrar entre siete y diez especímenes de vaquitas por la tripulación de los barcos de la organización de conservación Sea Shepherd.

“Ya no hablamos de desaparición, sino de resistencia”, dice Ernesto Vázquez Morquecho, biólogo investigador de la organización de conservación Sea Shepherd, quien explica algo elemental. “No conocemos mucho de esta especie, como su tipo de alimentación, sus etapas de reproducción ni la forma de relacionarse. Incluso, no podemos decir qué va a pasar si desaparece, porque seguimos sin saber su trabajo dentro de la cadena”, dice el científico.

Los monitores acústicos han ayudado a una cosa más, a poder escuchar de qué manera se comunica la vaquita, que emite “cliqueos” de 139 kilohercios, inaudibles para el oído humano.

El alto Golfo de California, donde viven unas 20.000 personas, depende de la pesca y los negocios relacionados con esta actividad. Los pescadores viven limitados, decepcionados porque los proyectos turísticos quebraron por la falta de visitantes internacionales a pesar de la construcción de balnearios que luego quedaron abandonados. La forma más simple de ganar el sustento es tirar las redes y pescar, pero las restricciones ambientales los tienen al borde del colapso económico.

La región es hábitat del camarón azul, una especie bien cotizada en Estados Unidos, pero ese país tiene un bloqueo comercial por medidas impuestas para la protección de la totoaba y la vaquita marina. La pesca indiscriminada de ese pez es un negocio criminal que se basa en la extracción de una vejiga, conocida como buche.

“Un solo buche equivale a lo que un pescador gana en tres meses de trabajo legal”, dice Ramón Franco Díaz, presidente de la Federación de Cooperativas de Pescadores Ribereños de San Felipe. “Esa es la raíz del problema: la desesperación se mezcla con la tentación”, agrega.

El buche se vende en el mercado asiático, principalmente en China y Hong Kong, a precios que superan los 6.000 dólares por kilo. Por eso algunos lo llaman “la cocaína del mar”. “Cualquier pescador puede vivir bien unos tres meses con un solo buche”, señala Díaz. Los compradores en realidad son intermediarios que lo venden a terceros que creen que el órgano tiene propiedades medicinales y afrodisíacas.

El valor de la totoaba ha creado un mercado negro que ha provocado episodios de violencia en las costas de San Felipe y el Golfo de Santa Clara, que alimentan las redes de contrabando transnacional.

Según la organización Sea Shepherd, en la Reserva de la Biosfera del alto Golfo de California, el tráfico involucra células criminales con vínculos en Sinaloa, Sonora y Baja California que controlan el acopio, refrigeración y envío clandestino de buches hacia Asia a través de aeropuertos, contenedores marítimos y redes de tráfico humano y de drogas.

“Es crimen organizado ambiental”, afirma Julián Escutia Rodríguez, director ejecutivo de Sea Shepherd México. “Y cuando una especie se extingue, algo se rompe. Pero aquí lo que se rompió es el equilibrio entre economía, mar y ley”, añade el activista de la organización sin fines de lucro para la conservación.

La pesca ilegal se sostiene gracias a una economía paralela que paga en efectivo, evita impuestos y sustituye el ingreso pesquero formal. La dinámica ha generado tensiones con los pescadores legales, quienes, aunque participan en programas de conservación, deben convivir con la presencia de embarcaciones clandestinas.

Los pescadores formales han sido respaldados por organizaciones civiles como Sea Shepherd, Pesca ABC y Pronatura Noroeste, así como por autoridades mexicanas, entre ellas la Secretaría de Marina y la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp).

La pesca ilegal de totoaba tuvo un auge en 2015, lo que causó una masiva muerte de ejemplares de vaquita marina, pues las redes que se utilizan para el pez son altamente peligrosas para la marsopa. En 2020, se decretaron acciones de mayor importancia ecológica, incluyendo la imposición de un polígono especial frente a las costas de San Felipe. La medida provocó el rechazo de pescadores que se manifestaron con protestas que incluyeron quema de lanchas. “Muchos no quieren estar metidos en eso, pero el mar da y también quita”, confesó un pescador bajo anonimato. “Uno puede ver pasar una lancha de noche y saber que no es de aquí, pero nadie dice nada”.

Los operativos federales en el mar y la extensión del polígono de protección, delimitado en 2020, no bastaron para contener las redes ilegales, que suelen colocarse fuera del radar oficial. Se optó por medidas más extremas, como la instalación de lozas con ganchos especiales que impiden que prosperen las “redes fantasmas”, que se quedan atoradas en el fondo marino.

La Secretaría de Marina (Semar) y organizaciones civiles como Sea Shepherd Conservation Society y Pronatura Noroeste han intensificado desde hace un par de años el retiro de las “redes fantasma”. Desde 2023 han extraído más de 1.200 y 90 toneladas de material plástico. Estas medidas ayudan a conservar y, al mismo tiempo, a implementar otros proyectos para poder estudiar a la marsopa, como la integración de los radares que han ayudado a monitorear los sonidos de este enigmático animal. A pesar de todo, la vaquita sigue resistiendo.

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