Humberto del Bosque y la justicia de mantequilla en México
El hombre, con cáncer de esófago, demanda justicia por el asesinato de su hijo en 2013, por el que no ha recibido reparación pese a que cuatro marinos ya tienen sentencia firme por su desaparición
Un paréntesis. En eso se ha convertido la vida de Humberto Del Bosque. Una pausa que lo ha devorado todo: ahorros, salud, sueños… La posibilidad de cualquier futuro. Durante los últimos 12 años, Del Bosque, de 68 años, ha vivido a expensas de los juzgados, de burocracias procesales y otros tantos laberintos gubernamentales, obligado por unas circunstancias impuestas: la desaparición y el asesinato de su hijo Armando en agosto de 2013 en el noreste de México. Cuatro marinos tienen sentencias en firme por la desaparición, un proceso penoso para este hombre, que resiste colgado de un solo deseo, que la justicia sea completa, que a los marinos los condenen también por el homicidio del muchacho.
Parece cansado Del Bosque, sensación que él mismo confirma mientras desliza su mano izquierda dentro de una carpeta, donde da con un papel medio arrugado. Es un informe radiológico. Tras superar un infarto y un accidente de tráfico que lo mantuvo un mes en cuidados intensivos, este hombre batalla ahora contra un cáncer en el esófago, última de las plagas que le ha mandado la vida. “Es el estrés crónico”, teoriza, sin demasiadas dudas. Del Bosque está molesto con la burocracia estatal. La sentencia contra los marinos incorporaba un apartado de reparación y cuidados médicos que de momento no se materializa, con la quimioterapia a las puertas. “En todos estos años no me han pagado ni una aspirina”, protesta el hombre.
Retazos de su paréntesis vital pueblan el ciberespacio, recuerdos de tantos años de pelea. Muchos aluden al origen, aquel 3 de agosto de 2013, cuando la vida familiar se partió para siempre, un momento tan decisivo que lo anterior parece la vida de otros. “Nosotros nos dedicábamos al sector minero”, recuerda el hombre. “Le prestábamos servicios a una explotación de carbón, perforaciones, detonaciones, esas cosas”, añade. La mina estaba entre el poblado de Colombia, en Nuevo León, en la frontera con Estados Unidos y la vecina ciudad de Nuevo Laredo, en Tamaulipas. Del Bosque y sus dos hijos estaban al frente de la empresa. Armando, de 33 años y su hermano se encargaban del día a día. Del Bosque supervisaba. “Al mes yo percibía entre 300.000 y 400.000 pesos”, cuenta.
El día en que todo cambió era sábado. Como a la hora de comer, Armando llamó a su padre y le contó que dos tipos habían ido a su casa a robarle y amenazarle. Del Bosque pidió detalles y su hijo señaló a dos hampones del poblado, de la familia Cruz Martínez, conocidos en la zona, según cuenta, por contrabandistas. El hombre le propuso a su hijo que fueran a la comandancia de la policía, a contar lo ocurrido. Eso hicieron. Una vez allí, los dos agentes con que contaba el poblado les dijeron que iban a pedir apoyo a la Marina, que tenía una base de operaciones cerca de allí. “Lo que pasa es que esta gente eran malhechores y andaban armados, por eso fueron a pedir el apoyo”, explica Del Bosque.
Padre e hijo se fueron cada uno a su casa, en el mismo poblado. Una hora después, los policías llamaron a Del Bosque para que volvieran. Este llamó a su hijo y le dijo que agarrara el coche y fuera a la comandancia. Que se veían allí. “La siguiente vez que lo vi fue casi enfrente de la comandancia, tirado en el suelo. Estaba sometido por marinos, junto a su coche, un Ford Mustang plateado”, recuerda el hombre. Del Bosque dice que los marinos subieron a Armando a la batea de una de sus camionetas; que otro marino se subió al Mustang y lo puso en marcha; que todos los vehículos partieron en dirección a la base de la Armada en el poblado de Colombia; que se acuerda perfectamente de la cara del marino que se llevó el carro de su hijo. “Luego supe que era el capitán Raúl Sánchez Labrada. Haga de cuenta que fue como si mi cerebro le tomara una fotografía”, zanja.
Sánchez Labrada protagoniza buena parte de los retazos virtuales sobre el caso de Humberto Del Bosque y su hijo. Condenado a nueve años de prisión junto a otros tres marinos, el antiguo capitán de corbeta se ha esforzado estos últimos años en denunciar que todo fue un montaje, que el proceso en su contra estuvo plagado de irregularidades. Preso en la cárcel militar de Ciudad de México, ha dicho en varias entrevistas que el caso del hijo de Del Bosque es solo una venganza por un trabajo que hizo un mes antes, el seguimiento y la captura de Miguel Ángel Treviño Morales, alias Z40, líder del grupo criminal Los Zetas, enviado hace unos meses de México a Estados Unidos. Según Sánchez Labrada, él nunca detuvo a Armando Del Bosque, jamás lo vio.
El exmarino argumenta que los policías de Colombia y su matriz en el municipio de Anáhuac, en Nuevo León, colaboraban con Los Zetas en esa época. Conocedores de su trabajo para detener al Z40, aguardaban el momento de echarle el guante. Ocurre, sin embargo, que hay cantidad de testigos que lo vinculan a la detención del joven Del Bosque, entre ellos su padre, que dice que el mismo día en que se lo llevaron se encaró con él, en su base de operaciones. “Fui dos veces allí y salió él”, cuenta, “la primera me dijo que estaban detenidos los dos, mi hijo y uno de los que había denunciado, incluso esa vez me dio su tarjeta. Me dijo que volviera más tarde”, añade. Cuando volvió, Sánchez Labrada cambió de tono. Del Bosque dice que el exmarino le aseguró que ellos no tenían a su hijo. Él le contestó, “Pero, ¿cómo? Si yo te vi”. Según el hombre, Sánchez Labrada le contestó: “Tú no viste nada, cabrón”.
El cuerpo de Armando Del Bosque apareció dos meses después de aquello, en un rancho cercano, “una zona de cacería de venados”, según explica. “De hecho, los que encontraron el carro y el cuerpo estaban ahí limpiando el rancho, para la temporada de caza”, añade. Del Bosque dice que la Marina manejaba “centros de detención” no oficiales en la época, en esa zona, donde llevaban sospechosos. Piensa que quizá a su hijo lo llevaron a alguno. La pregunta es por qué. Por qué si su hijo fue a denunciar un robo y amenazas de unos hampones locales, un marino que supuestamente había cazado a uno de los principales criminales del noreste, el Z40, preferiría detenerlo a él y no a los otros. Del Bosque dice, como si fuera algo 100 veces explicado, que los hampones, los Cruz Martínez, eran informantes de la Marina.
El hombre reflexiona y vuelve a lo anterior. “Bueno, pero, además, ¿en qué cabeza cabe que yo voy a sacrificar a mi hijo para que detengan al que agarró al Z40?”, protesta. La historia reciente está de su lado. Hace ahora cuatro años, la Secretaría de Marina pidió perdón por la desaparición forzada de casi 30 personas en esta zona, entre 2017 y 2018, la primera vez que la dependencia se vio obligada a hacerlo. Al menos 30 marinos fueron procesados por las desapariciones. Humberto Del Bosque tuvo que dejar su casa en Colombia, según cuenta, por las amenazas de los marinos. “Me mandaban el helicóptero a volar encima de mi casa”, dice, con una mueca parecida a la sonrisa, un gesto, en realidad, preñado de tristeza.
La batalla continúa para el hombre, en varios frentes. Desde junio aguarda que un juez determine cuánto dinero debe pagarle el Estado por todo lo que ha pasado. “Yo vendí todo, mi empresa, rematé mi maquinaria… Fácil, dejé de ganar más de 20 millones de pesos, lucro cesante, que le llaman”, argumenta. Además de eso, dos temas centran sus días, el proceso por homicidio contra los mismos marinos condenados por la desaparición de su hijo y la quimioterapia, que debe empezar en breve. Si está desesperado, no muestra un ápice. Solo parece cansado, muy cansado.