Un ojo en el TMEC y el otro en el Mundial
México deberá saber qué está dispuesto a ceder. Todo estará sobre la mesa. No será una discusión meramente comercial
Esta semana se presentó oficialmente el balón que rodará por las canchas de México, Estados Unidos y Canadá el año que viene. Trionda -el nombre de la pelota- lleva los tres colores emblemáticos de cada país -azul, verde y rojo- e imágenes representativas de cada uno -las estrellas para Estados Unidos, el águila para México y la hoja de maple como símbolo de Canadá. El Mundial de futbol se inaugurará en México el 11 de junio de 2026 y sus más de 100 partidos se jugarán en canchas de los tres países. El mayor evento deportivo volcará la mirada global a este lado del planeta.
El reloj comercial y el deportivo correrán al mismo tiempo. México, Estados Unidos y Canadá estarán jugando en otra cancha un partido que puede cambiar el rumbo de la economía de los tres.
El 1 de julio de 2020 entró en vigor el TMEC sustituyendo formalmente el TLCAN que había estado vigente desde 1994. El bloque comercial de América del Norte es el segundo en volumen negociado, después de la Unión Europea. Las transacciones que aquí suceden hablan más de integración que de mero comercio de bienes o servicios. Las operaciones de otro bloque muy relevante por tamaño -el RCEP formado por países de Asia Pacífico- están enfocadas en las exportaciones hacia fuera del propio grupo, mientras que en Norte América es más factible hablar de procesos organizados en función de la competitividad de cada país miembro.
En el TMEC firmado a finales de noviembre de 2018 se estableció que cada seis años habría una revisión de los términos, la llamada cláusula del ocaso. El 1 de julio de 2026, mientras tiene lugar el partido número 80 del Mundial, empezará la revisión.
Es la primera vez que algo así sucede. Ni siquiera hay claridad en el procedimiento preciso que se seguirá. Sabemos que Estados Unidos debe tener, porque así está mandatado, un proceso formal de consultas que ya inició. Como resultado habrá una audiencia pública en la que se presentarán opiniones sobre la operación del acuerdo y posibles áreas de mejora. La información ahí planteada servirá para que la Oficina del Representante Comercial de ese país -USTR- defina la posición negociadora que tendrá.
Ni México ni Canadá están obligados a llevar estos procesos, pero ambos optaron por seguirlos. México, a través de la Secretaría de Economía, está recibiendo comentarios y Canadá anunció que tendría un proceso similar durante el otoño.
Si bien uno de los escenarios consiste en una revisión amable y cordial, en la que se revisen algunos términos menores que permitan alargar la vigencia del tratado por otros 16 años, todo parece indicar que hay una baja probabilidad de que suceda. Es más factible imaginar un escenario complicado, en el que se abran más capítulos a negociaciones complejas y guiadas por el afán proteccionista de Estados Unidos. Sería ingenuo pensar en escenarios más sencillos.
México se encuentra en una situación complicada. Primero, tendrá que decidir hasta dónde querrá impulsar su propio espíritu proteccionista. Es decir, en algún punto habrá que definir si los discursos de soberanía energética y alimentaria van en serio. Soberanía energética implicaría, por ejemplo, que se produjera localmente toda la energía que México demanda, situación que hoy es imposible. Sobra decir que prácticamente todo el gas y una gran parte de las gasolinas provienen de Estados Unidos. El argumento es el mismo para el tema alimentario. El discurso de soberanía en ese sentido se contrapone con uno de apertura comercial.
En segundo lugar, México deberá tener claro si quiere jugar en equipo o prefiere hacerlo solo. ¿Quiere procurar mantener un acuerdo trilateral -para lo cual tendría que aliarse con Canadá – o se arriesgará a permitir que Estados Unidos coquetee con un acuerdo bilateral? No solo es economía, es política. No es únicamente diplomacia, es también teoría de juegos.
México deberá saber qué está dispuesto a ceder. Todo estará sobre la mesa. No será una discusión meramente comercial. En la agenda estará migración, seguridad, fentanilo, propiedad intelectual y cualquier tema que se le pueda ocurrir al presidente de Estados Unidos. Los temas ríspidos se centrarán en lo automotriz, en el acero, el aluminio, biotecnología, pero también en lo agro y hasta en la ciberseguridad.
¿Sabe México ya cuáles son sus non-negotiables? No queremos ceder algo que ni siquiera estaba en la mesa, como sucedió en 2018.
Faltan muchos meses para que empiece la negociación, pero la realidad es que ya inició. Hay ofrendas que México ha hecho buscando la buena voluntad de Estados Unidos -como los aranceles presentados en el paquete económico- y conversaciones que llevan meses dándose. Pero hay otra fecha que será relevante para tratar de leer el tono de lo que viene y es el fin de la pausa arancelaria que se dará a finales de este mismo mes. ¿Será México capaz de exigir, por ejemplo, que se eliminen los aranceles que hoy ya están vigentes que son violatorios del acuerdo?
La coincidencia del Mundial y la renegociación no es menor: ambos eventos pondrán a los tres países bajo los reflectores del mundo.
La integración comercial de América del Norte ha sido, durante tres décadas, la jugada más efectiva que México ha tenido para crecer. No ha sido perfecta, pero sí ha sido el camino más claro hacia la modernización industrial y la estabilidad macroeconómica. El TMEC —antes TLCAN— dio estructura, certidumbre y mercado. Hoy, en un contexto global más proteccionista, con tensiones tecnológicas y geopolíticas más marcadas, ese acuerdo vuelve a ser nuestro campo de juego más importante.