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Sheinbaum y Morena: un año de remolcar a un partido golpeado por la corrupción y los excesos

Los escándalos que envuelven a las principales figuras de Morena dejan a la presidenta como la mayor representante de la austeridad, honestidad y devoción por el trabajo que promovió el fundador del partido

La presidenta Claudia Sheinbaum caminaba hacia el Zócalo para dirigirse a las multitudes. Era marzo, en plena crisis por la guerra arancelaria de Donald Trump. Sheinbaum pasó detrás de los dirigentes de Morena, que no la vieron porque estaban ocupados tomándose una foto. A decir de los analistas, el episodio mostraba el ensimismamiento de Morena y sus principales figuras. A un año de ese retrato familiar ―sin Sheinbaum―, la realidad confirma que la presidenta y el partido caminan por direcciones distintas. Una encuesta reciente de Enkoll muestra que, mientras la simpatía de los ciudadanos por la formación guinda ha caído, en gran parte por los escándalos de corrupción y frivolidad de sus dirigentes, el respaldo a Sheinbaum, la primera mujer en gobernar el país latinoamericano, se mantiene casi intacto.

Fundado por Andrés Manuel López Obrador hace una década con la bandera de la lucha contra la corrupción y la pobreza, Morena —acrónimo de Movimiento de Regeneración Nacional— ha tenido un crecimiento imparable y hoy controla casi todas las palancas del poder. Con gobernadores en 23 de los 32 Estados, incluida la capital; mayoría calificada en las dos Cámaras del Congreso para aprobar reformas y leyes sin oposición; y dominio en la Suprema Corte de Justicia y otros tribunales federales y estatales —como parte de la reforma judicial—, pocas cosas podrían, en teoría, frenar el avance del proyecto político al que Sheinbaum ha prometido dar “continuidad con cambio”.

Uno de sus primeros gestos de poder al convertirse en presidenta fue marcar cierta distancia de la formación guinda. Al poner en pausa su militancia, en septiembre de 2024, dijo que no quería que Morena se convirtiese en un “partido de Estado”, una declaración llamativa en un país acostumbrado por el PRI a la simbiosis entre las instituciones y la formación política del presidente. Ese gesto entrañaba un segundo significado, más sutil: que no había que instalarse en el poder como si fuera un patrimonio permanente. Para despejar ambigüedades, la presidenta pidió explícitamente a sus correligionarios preservar el legado de López Obrador: la austeridad, la honestidad, la entrega al trabajo.

Sin embargo, los líderes morenistas han fallado en el compromiso, y han forzado a Sheinbaum a intervenir directamente en la vida interna del partido cuando este se ha vuelto un problema. Héctor Quintanar, un estudioso del origen y evolución de Morena, afirma que el partido “se ha dedicado desde 2018 a administrar el éxito” de López Obrador y que solo parece movilizarse para las campañas previas a cada votación, con lo que “reduce su papel al de una agencia electoral”. La dirigencia del partido se ha impuesto la meta de afiliar a 10 millones de personas con miras a las intermedias de 2027, el primer referéndum de Sheinbaum como presidenta y de Morena como partido con una influencia no vista desde la época de mayor poder del PRI.

Sheinbaum, más obradorista que Morena

Los especialistas señalan que la presidenta, y no Morena, ha resultado la mayor guardiana de los valores del obradorismo. Ya desde la contienda interna en la que se disputaba la candidatura presidencial, ella contrastaba con los otros aspirantes porque nunca militó en el PRI, hizo política desde los movimientos universitarios y no arrastraba cuestionamientos sobre su trayectoria y patrimonio. “A Sheinbaum se le percibe como un ente independiente del partido y como su baluarte moral, como la verdadera heredera del prestigio obradorista”, sostiene la analista Viri Ríos. “Ella representa esos valores: la austeridad, el profesionalismo, la ética del trabajo. Si ves su agenda, ella dedica su vida a gobernar”, agrega. Ríos señala que, al mismo tiempo, Morena “es cada vez más percibido por el votante como un partido político como todos, con sus impresentables, sus escándalos de corrupción, de nepotismo”, indica.

El verano pasado fue demoledor para la imagen del partido. Varios dirigentes, incluido el secretario de Organización de Morena, Andrés López Beltrán, nada menos que el hijo del expresidente, se fueron a vacacionar a Europa y Asia exhibiendo derroche, ostentación y frivolidad. La actual dirigente de la formación, Luisa Alcalde, pidió mesura a sus correligionarios, aunque, en su descargo, dijo que ahora los funcionarios veranean con sus propios recursos, cuando antes, en los gobiernos del PRI y el PAN, lo hacían con dinero del erario.

Varios escándalos por la fortuna de algunos morenistas ocuparon los titulares. El senador Gerardo Fernández Noroña reconoció una propiedad de 12 millones de pesos, a la que dijo tener derecho. “Yo no tengo la obligación personal de ser austero”, señaló. El senador sostuvo que la austeridad que mandata el obradorismo es en el gasto público, no privado, obviando que el expresidente también exhortaba a los funcionarios a vivir “en la justa medianía”, por consideración a los millones de pobres del país. Hace apenas unos días, se descubrió que el senador Adán Augusto López amasó una fortuna de 79 millones de pesos en dos años y que no declaró a la Función Pública.

La revelación de la riqueza de López apuntaba en un inicio a una filtración desde el propio Gobierno, una posibilidad negada por la presidenta, que en cambio apremió al senador a dar explicaciones por sí mismo. “Ella está siendo muy astuta en permitir que las figuras más oscuras dentro del partido se hundan en su propio lodo y, con ello, ella gana espacios de poder”, observa Ríos. “Yo la veo mucho más empoderada a un año del inicio de la presidencia, y eso no suele suceder así, pues normalmente los presidentes van perdiendo poder conforme avanza el sexenio”, agrega.

Los logros de Sheinbaum por remolcar a Morena no son, sin embargo, permanentes. Todavía desde el bloque gobernante en el Congreso, formado en alianza con el PT y el PVEM, se han frenado algunas de sus iniciativas, como la reforma para impedir la reelección o para romper con la práctica del nepotismo, muy recurrida por los políticos de todos los partidos. Los gobernadores morenistas son otro foco de combate, que han impulsado en sus Estados agendas contra la libertad de expresión, sin contar que han hecho poco por reducir las cifras de inseguridad, además de que algunos arrastran también señalamientos de corrupción y nexos con el crimen organizado. Quintanar apunta que estos antecedentes contribuyen al menoscabo de la percepción del partido. “Un liderazgo democrático se forja no solo con hazañas de su líder, sino también con buen gobierno y una biografía confiable, y hay que articular ambas cosas”, explica.

Hacia el ‘claudismo’

Sheinbaum ha hecho una declaración de principios al desarticular desde el Ejecutivo una red de huachicol fiscal que involucraba a altos mandos de la Secretaría de Marina. También al apresurar el traslado desde Paraguay de Hernán Bermúdez, el exsecretario de Seguridad de Tabasco en el tiempo en que Adán Augusto López fue gobernador, y que es acusado de dirigir La Barredora, un grupo criminal vinculado al Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Con ello, explican los especialistas, Sheinbaum aborda de manera distinta el problema de la corrupción, asumiendo el coste político del desprestigio en torno a figuras importantes de su propio partido, algo raro en otros sexenios.

Eso también le ha ayudado a asumir el liderazgo del movimiento y restar influencia a López, Monreal y Noroña, colocados en lugares clave por López Obrador, desde donde disputaban espacios de poder a Sheinbaum. “Creo que el mayor logro no visible de su primer año [de Gobierno] es la instalación de su liderazgo, que no estaba dado de suyo por todo este arreglo tan rivalizado que había dejado López Obrador. En este momento no hay nadie que pueda disputarle a ella ser la guía ideológica de qué es y a dónde va la Cuarta Transformación [el nombre que el expresidente le dio a los gobiernos de Morena]”, explica el analista Jorge Zepeda.

La lucha contra la corrupción, sostiene Zepeda, responde a un razonamiento económico —el boquete en las finanzas públicas por el huachicol fiscal es enorme—, pero también político, pues la mandataria advirtió que su proyecto de construir “el segundo piso de la Cuarta Transformación” podía verse frenado desde el interior de su partido. “En cierta manera, estos escándalos le facilitan la tarea, le dan la posibilidad de una negociación favorable en todos los reacomodos políticos”, señala el especialista. Sheinbaum no solo ha podido acotar los obstáculos puestos desde Morena, sino también a poderes fácticos como el Ejército o la iniciativa privada. El empoderamiento de Sheinbaum no se podría explicar sin otro factor, añade Zepeda: la disciplina de López Obrador de mantenerse al margen del Gobierno, desde su exilio autoimpuesto en Palenque, Chiapas.

Para sacar adelante su agenda, Sheinbaum ha formado un grupo compacto de colaboradores más identificados con la naciente corriente claudista, aunque se inscriben en Morena y el obradorismo. Se trata de funcionarios que han incorporado el estilo de gobernar de Sheinbaum, incansable, honesto y austero, conteniendo las presiones externas sin dar lugar a la imposición autoritaria. Allí se incluyen Omar García Harfuch, secretario de Seguridad y el hombre fuerte de la presidenta en el combate al crimen; Pepe Merino, jefe de la Agencia Digital, una institución con ojos y manos en casi todos los registros del Gobierno; Rosa Icela Rodríguez, secretaria de Gobernación, encargada de la gestión de los conflictos internos, y el diputado Alfonso Ramírez Cuéllar, un eficaz operador político que comanda decenas de legisladores por fuera del rebaño de Monreal.

Hablar de corrientes o facciones dentro de Morena está penado por los propios Estatutos del partido, un formalismo que sin embargo no se adecua a la realidad. El movimiento claudista es, de momento, espectral, está naciendo. “Es una base de poder político enorme, pero lo último que le interesa a ella es introducir fisuras que puedan ser vistas como facciones rivales. ¿Para qué lo haría, si ella es la heredera del obradorismo?”, observa Zepeda. Sheinbaum hizo campaña con la bandera de “Continuidad con cambio”, un eslogan concebido, de hecho, por López Obrador. En la práctica, la fórmula terminará por invertirse, dice Zepeda. “Ella va a acentuar la noción de continuidad, aunque en la operación haya mucho de cambio”, afirma.

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