Yásnaya Elena A. Gil: “La literatura mexicana tiene que ser multilingüe o no puede ser llamada mexicana”
La autora publica un nuevo libro sobre el racismo contra las lenguas indígenas y las posibles salidas para defender a los pueblos y sus lenguas
La lingüista mixe Yásnaya Elena A. Gil es, como la describe el historiador Federico Navarrete, “una de las pensadoras más originales e interesantes del México contemporáneo”. La editorial Almadía publicó recientemente su nuevo libro, Ää: Manifiestos sobre la diversidad lingüística, una recopilación de sus mejores ensayos en español en los que la autora destruye minuciosamente todos los discursos racistas contra las lenguas indígenas, y explica en detalle todos los universos cognitivos que se pierden cada vez que se extingue una de esas lenguas. “Nuestras lenguas no mueren solas, a nuest...
La lingüista mixe Yásnaya Elena A. Gil es, como la describe el historiador Federico Navarrete, “una de las pensadoras más originales e interesantes del México contemporáneo”. La editorial Almadía publicó recientemente su nuevo libro, Ää: Manifiestos sobre la diversidad lingüística, una recopilación de sus mejores ensayos en español en los que la autora destruye minuciosamente todos los discursos racistas contra las lenguas indígenas, y explica en detalle todos los universos cognitivos que se pierden cada vez que se extingue una de esas lenguas. “Nuestras lenguas no mueren solas, a nuestras lenguas las matan”, dijo en un discurso del 2019, incluido en el libro. “¿Cómo vamos a fortalecer nuestras lenguas cuando matan a quienes las hablan, los silencian y los desaparecen?” señaló la escritora.
La autora nació en 1981 en Oaxaca y, después de estudiar y trabajar unos años en Ciudad de México, regresó en 2015 a vivir en su pueblo de Ayutla. Desde allí habló con El PAÍS sobre la violencia lingüística que se esconde detrás del nacionalismo mexicano, o sobre los retos para imaginar un México realmente multilingüe en el que tengan la misma importancia el mixe o el náhuatl al inglés o al francés.
Pregunta. Muchas de las reflexiones en este libro vienen de conversaciones con su abuela. ¿Quién era ella y cómo influenció su forma de ver la lingüística?
Respuesta. Yo nací en Ayutla y fui criada por mi mamá, mi abuela, mis abuelos y mis tíos. Era una crianza mucho más comunal, entonces mi abuela fue una persona fundamental en mi vida, y ella tenía una pasión muy fuerte por las palabras. Ella tenía un registro de mixe muy alto: la buscaban para dar discursos o en situaciones rituales para pasar la palabra. Ella hablaba un mixe muy poético. Además, su hermano estudió latín, entonces sabía muchas cosas del latín y del mixe, pero no español. Mi abuela cantaba en latín y rezaba en latín, pero era muy militante de la lengua mixe. A muchos de mis amigos, que le hablaban en español, los regañaba. Tenía mucha pasión por las palabras y también por la escritura. Para mi abuela fue muy importante que yo aprendiera español más tarde, le parecía muy importante hablar en mixe por una cosa más de defensa.
P. Una idea clave de su nuevo libro podría resumirse en esta frase: “Sacrificamos México en aras de crear la idea de México”. ¿Cómo es que el proyecto de Estado-nación mexicano ha ido en contra de la diversidad lingüística?
R. Mi pregunta inicial al escribir era una pregunta muy sencilla: ¿Por qué es precisamente en este momento de la historia cuando se están perdiendo las lenguas de una manera tan asombrosa? A una velocidad nunca antes vista. Una respuesta que no me satisfacía es que era culpa de la globalización. No me satisfacía porque, si fuera la globalización, lenguas como el danés, que tiene un cuarto de hablantes de los que tiene el yoruba (que es una lengua indígena en África) perderían hablantes al mismo ritmo. ¿Pero por qué el yoruba está perdiendo tantos hablantes tan rápido y el danés no?
Me di cuenta que aquello estaba relacionado más con la construcción de los Estados. Nunca antes en la historia de la humanidad se había fragmentado el mundo en 200 Estados, y hay 6.000 lenguas en el mundo, o como 6.000 naciones. Y la idea del Estado-nación tiene un componente ideológico muy fuerte y es hacerte creer que un Estado es también una sola nación. De ahí va la idea de que sacrificamos México, porque da la idea que somos una sola nación, y nunca ha sido así. Entonces, si esos pueblos quedaron encapsulados dentro de estas cajitas, nunca antes se ha controlado tanto el mundo como en cajas y fronteras. No compartimos ningún rasgo cultural todos los mexicanos. Ser mexicano es un estatus legal, pero te quieren convencer de que también es un estatus identitario y cultural. Es por eso que el danés no está en riesgo: no importa que sean tan poquitos, lo que importa es que tienen un Estado detrás, un Ejército, una Marina, una construcción del Estado-nación.
P. En varias partes del libro habla de las violencia de ese Estado-nación cuando no provee traductores a lenguas indígenas en el sistema de salud. ¿Ha visto esto continuar durante la pandemia?
R. Sí. Hace poco escribí algunas reflexiones sobre los temores de las personas de la tercera edad de mi comunidad. Uno de los mayores temores era que, si tenían que irse a un hospital, no iban a poder tener un intérprete que ellos mismos llevaran. Culturalmente la idea de morir sin compañía, y sin alguien que te esté diciendo palabras en tu lengua, es muy violento.
Obviamente, sabemos que no somos prioridad para el sistema de salud, que de por sí es muy precario en Oaxaca. La comunicación de los síntomas es una parte fundamental en el diagnóstico, entonces, no puedes ejercer tu derecho a la salud y tu derecho humano a la vida sin derechos lingüísticos. Y lo mismo pasa con el derecho al debido proceso en el sistema judicial. Y lo mismo con el derecho a la educación. Los derechos lingüísticos posibilitan el disfrute de los derechos humanos: son también derechos humanos.
P. En el libro hay dos críticas fundamentales: le preocupa la discriminación contra las lenguas indígenas, pero también la romantización de las lenguas indígenas. ¿Cómo es el camino alterno que no romantiza ni discrimina?
R. Esas son, de algún modo, dos caras de la misma moneda: porque en la romantización se va como del ‘mito del salvaje’ al ‘mito del buen salvaje’. Pero al final, salvaje. Yo creo que la romantización hace que la gente no se acerque [a las lenguas], y que parezca un asunto de antropólogos o de hippies a los que les interesan las lenguas. Esa no es una relación de respeto y de iguales. Al final hay que entender que una lengua indígena, lo único que la convierte en una lengua en indígena, es una posición en la historia, es un asunto político y no un asunto lingüístico. Hay que verlas como iguales, con toda la potencia que se les fue negada.
En cambio en la época colonial tu podías, por ejemplo, tener una cátedra en la Universidad Pontificia de México en náhuatl o en otomí. Era perfectamente posible. O podrías seguir un proceso judicial totalmente en zapoteco. Y los primeros libros de este continente fueron en estas lenguas y había mucha mayor producción de libros en lenguas indígenas. Eso ahora es impensable. Pero ves que eso fue perfectamente posible, y que es posible crear sociedades multilingües. Estas sociedades multilingües posibilitarían una construcción de una sociedad con más entendimiento intercultural y mayor paz. La mejor manera de entender a los otros es aprendiendo su lengua.
P. Precisamente insiste mucho en el libro en defender la diversidad lingüística porque permite expandir las formas de entender el mundo.
R. Sí, me interesa mucho eso. Voy a hacer una comparación algo burda: imaginemos que yo soy una bióloga y llego a un mundo en el que todos los pájaros son azules. Podría decir que una característica inherente de ser pájaro es ser azul. Pero, ¿y si lo que sucedió fue que se extinguió toda la diversidad de colores de pájaros que había antes? Mi conclusión sería errónea. Así mismo, las conclusiones que saquemos a futuro sobre el lenguaje humano va a ser que son todas lenguas muy parecidas: lenguas hegemónicas que vienen de una misma familia, porque casi todas son indoeuropeas. Entonces voy a tener conclusiones erróneas sobre el lenguaje, sobre la capacidad humana de pensamiento. Esa extinción, como lingüista, me preocupa.
Cada vez que describimos algo en otras lenguas nos damos cuenta de las distintas posibilidades. Por ejemplo, existen distintas metáforas para describir el tiempo. O las posibilidades de articular. En las lenguas bantú hacen esto [hace el sonido de un beso], y ese click es una consonante. Pero aún cuando lamento mucho esas pérdidas de metáforas o articulaciones, ahora me importan más los hablantes que las lenguas. Porque si una lengua desaparece, eso es un síntoma de que hubo violencia sobre los que las hablan.
P. Uno de sus ensayos defiende la tesis: “la literatura indígena no existe”¿Por qué no existe y cómo podemos imaginar una industria editorial en la que exista?
R. Bueno, no quiero romantizar la época colonial, porque fue terrible: perdimos a más de la mitad de nuestra población entre hambrunas y guerras. Pero en la parte lingüística, los españoles tenían una obsesión con imponer su religión pero no su lengua. ¿Cuánta gente hablaba español entonces? Casi nadie. La evangelización, por ejemplo, se hizo en náhuatl o en latín. Los caracteres latinos los conocimos en náhuatl, no en español. La lengua franca fue el náhuatl. Lo más lógico y práctico es que el Estado mexicano hubiera elegido esa lengua, pero muy extrañamente decidieron imponer la lengua de una minoría muy pequeña, la de los criollos que hablaban español. Pero en esa época es posible ver que se estaba imprimiendo en muchas lenguas. La primera gramática del zapoteco se publicó ocho años antes que la primera gramática del inglés. Ahora, en cambio, es muy raro ver libros en mixe.
Decir que la literatura indígena no existe era más bien como una provocación para decir que no podemos hacer una generalización en lo lingüístico, porque son 11 familias lingüísticas muy distintas entre sí. Si no hacemos esa generalización con el persa y el español, ¿por qué las hacemos con el mixe y el tarahumara? La literatura mexicana tiene que ser multilingüe o no puede ser llamada mexicana. Porque la realidad mexicana es multilingüe.
P. La mayoría de los ensayos en el libro se escribieron entre 2011 y 2015. ¿Ha visto algo distinto en el nuevo Gobierno de López Obrador con respecto al manejo de las lenguas indígenas?
R. Siento que aún no hay un entendimiento de este problema. Creo que es un asunto estructural y no tanto de un Gobierno u otro. Se cree que trabajar por las lenguas es hacer un concurso de poesía y que no pasa por el derecho a la autonomía. Lo lingüístico es muy político, pasa por la defensa de la autonomía, por cómo opera tu sistema educativo o tu sistema judicial. Y no ha habido una mayor voluntad del Gobierno, ni de izquierda ni de derecha, por dar mayor autonomía. Les da mucho miedo: empiezan a decir “es que se va a balcanizar México”. Y el nacionalismo mexicano es muy fuerte, y atraviesa a la izquierda y a la derecha.
Así que no, no hay un cambio para hacer que el Estado se vuelva multilingüe. La Administración debería ser multilingüe no solo en la Secretaría de Cultura sino en todo: Finanzas, la Secretaría de Economía, la Secretaría de Comunicaciones, la de Agricultura. Así como una perspectiva de género tiene que atravesarlo todo, también una perspectiva lingüística lo tiene que atravesar todo.