¿Cuál es el mejor regalo para el Día del Padre?
Yo me pasé 40 años buscando el obsequio ideal para mi progenitor. Ahora, al celebrar esta jornada con mis hijos, la respuesta me llega clara y concreta: el mejor presente éramos nosotros
Cuando eres pequeño y se acerca el Día del Padre, te revientas el cerebro buscando el regalo más original y perfecto para tu progenitor, algo que demuestre lo mucho que lo quieres y el tiempo que le has dedicado, hasta que llega...
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Cuando eres pequeño y se acerca el Día del Padre, te revientas el cerebro buscando el regalo más original y perfecto para tu progenitor, algo que demuestre lo mucho que lo quieres y el tiempo que le has dedicado, hasta que llegas a una conclusión que se repite en muchas familias: gritar desesperado y sin ideas: “¿Qué carajo le regalamos a papá?”.
Porque puedes pasar años junto a una persona y no saber con qué regalo acertarás o, directamente, qué le gusta. Y es que la gran mayoría de padres con ingresos estables ya se compran ellos solos lo que les apetece cuando les apetece, dejando a la familia en ese círculo vicioso de duda y practicidad ante cada evento a celebrar. ¿Le compramos algo que no le guste y le obligamos a que finja y ponga cara de mucha ilusión? ¿Le compramos algo útil que, en el fondo, vaya a usar aunque sea poco simbólico como regalo? ¿O simplemente le damos un abrazo y no le compramos nada porque podemos usar el comodín de: “Esto del Día del Padre seguro que es un invento de El Corte Inglés y no queremos caer en el consumismo”?
Al final, lo habitual es que los niños pequeños regalen algo personalizado y creado por ellos mismos, “hecho a mano”, que dicen las tiendas que te cobran más por cosas que han evitado un proceso industrial: dibujos, manualidades, una postal… Aquí importa más el componente emocional y simbólico que el objeto concreto en sí. Porque, no nos engañemos, a veces son cuatro garabatos en un papel arrugado hecho en tres minutos mientras oyes el ascensor que sube y te acuerdas de que te habías olvidado del Día del Padre.
Después, al crecer, ya llegan opciones socorridas que te las pueden envolver para regalo en la tienda, como colonia, una corbata, un cinturón, un disco, un libro de no ficción o algo que crees que puede gustarle porque un día al hacer zapping miró dos minutos un programa sobre eso. O, si no queda más remedio, la clásica taza-camiseta-figura de Oscar con la inscripción: “El mejor padre del mundo”.
Y ya de adultos, los hijos quieren ser prácticos y acertar seguro (o creen que no tienen tiempo para ir de tiendas) y acaba llegando el papel que te salva el día: “Vale para...”. Ese vale es una promesa de futuro, un certificado ante ningún notario que equivale a un regalo que igual iréis a comprar juntos, creando otro recuerdo cotidiano más o menos memorable entre padre e hijos, o que, si nadie se acuerda de reclamarlo, se quedará guardado en un cajón sin canjearse jamás.
Y si de verdad no tienes ni tiempo ni talento para preparar un vale creativo, entonces llega al rescate el sobre con el dinero. Porque todo buen hijo, por perezoso que sea, busca un sobre o lo va a comprar para meter el dinero. Sacar la pasta de la cartera y dársela en mano es quitarle todo romanticismo al regalo, y solo se entiende si alguien ha tenido una infancia complicada y ahora quiere devolverle el trauma al padre alargándole el dinero como el que le daba 100 pesetas para comprar chicles en el quiosco.
Si quieres ser original y dedicas un rato a buscar por internet propuestas de regalos sorprendentes para el Día del Padre, te salen como opciones posibles un paseo en globo, un curso de coctelería, una cata de cervezas, una sesión de paddle surf… que vaya, muy hípster tiene que ser tu padre para que eso le encaje (Al menos, yo espero que nunca me regalen nada de esto).
En marzo, las newsletters y las promociones online te acosarán con propuestas de todo tipo de obsequios más prosaicos, desde herramientas para arreglar el jardín hasta libros donde salga la palabra “padre” en el título. Estas opciones serán ignoradas cada día, red social a red social, hasta que alguien vea que quedan dos días para la festividad (esa actualización moderna del “que sube en el ascensor, niños, dibujadle algo”) y pinchará desesperado en el primer enlace para salir del paso quedando más o menos bien.
Como curiosidad personal, sé por la editorial que mi manual de paternidad para padres primerizos, que es algo que puede regalarse durante los 365 días año porque todos los meses hay gente esperando bebés, tiene un alto porcentaje de su venta anual a mitad de marzo, para que llegue a tiempo para el Día P.
Para algunos, lo importante es cumplir, entregar algo tangible dentro del plazo paternal, para que tu progenitor sepa que has pensado en él, aunque no sea de mucho celebrar ese día. Para otros, se tiene éxito si se le puede preparar al padre una experiencia exterior más o menos vistosa (paseo, excursión, espectáculo, comida en restaurante), algo que fotografiar y explicar.
Pero desde mi humilde experiencia de hijo y de padre, si la fecha paternal cae entre semana, algo tan simple y simbólico como estar todos juntos sin prisas ni compromisos, comer una pizza o una buena tortilla de patatas y ver en la tele algo que nos guste a todos le hará mucha más ilusión que el paddle surf.
Yo me pasé 40 años buscando el regalo ideal para el Día del Padre. Ahora, al celebrarlo con mis hijos, la respuesta me llega clara y concreta: el mejor regalo para mi padre éramos nosotros.
Y ahora sé que le encantó siempre.
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