Abuelos y nietos: dos generaciones, dos navidades y una ilusión

Con más de 70 años de diferencia, mayores y pequeños relatan sus vivencias y recuerdos de estas fiestas marcadas por la ilusión de la infancia

En la imagen, Pablo Camarero (86 años) y Pepi Gómez (84 años) charlan mientras esperan la llegada de su familia a la comida de Navidad.A. C.

Las reuniones familiares y con amigos se han convertido en las actividades preferidas de estos días festivos, sobre todo teniendo en cuenta la llegada de la normalidad a unas celebraciones que han estado marcadas los dos últimos años por la covid-19. Comidas y cenas donde se congregan niños, jóvenes, padres y abuelos para disfrutar del espíritu navideño. Momentos especiales en los que es habitual que los miembros de las generaciones adultas echen la vista atrás para recordar con ...

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Las reuniones familiares y con amigos se han convertido en las actividades preferidas de estos días festivos, sobre todo teniendo en cuenta la llegada de la normalidad a unas celebraciones que han estado marcadas los dos últimos años por la covid-19. Comidas y cenas donde se congregan niños, jóvenes, padres y abuelos para disfrutar del espíritu navideño. Momentos especiales en los que es habitual que los miembros de las generaciones adultas echen la vista atrás para recordar con nostalgia cómo eran las navidades de su infancia.

Marina Chamizo Coello tiene 10 años, cursa quinto de Primaria y pese a sus ganas por disfrutar de estas vacaciones, sabe que, al igual que años anteriores, tendrá que asistir a un campamento junto a otros niños. Sus padres trabajan y los abuelos ya están muy mayores para poder hacerse cargo de ella. Por eso, sus progenitores han buscado un centro donde pueda pasar los días en los que ellos tienen obligaciones laborales.

Pero, este año, Marina no asistirá a su escuela, las plazas se han agotado y no ha sido posible incorporarse junto con los amigos de su cole. Así que se desplazará a otro centro. “No coincido con ninguno de mis amigos”, señala. Sin embargo, este hecho no le entristece especialmente: “Conoceré a otros niños y niñas y me ayudará a perder la vergüenza”, asegura esta estudiante de quinto curso.

De todo el año, estas son las fiestas que más le gustan. Pese a que desearía pasar más tiempo con sus padres, pues no tiene hermanos, es consciente de que no es posible. Por eso, cuando está con ellos, aprovecha para hacer manualidades, jugar a juegos de mesa, hacer magia —una afición que le apasiona—, y cocinar rosquillas, bizcocho o pan. Tampoco pierde de vista que en estas semanas, a lo mejor, recibirá la visita de Papá Noel o de los Reyes Magos, aunque tiene predilección por estos últimos.

“Me he pedido bastantes regalos. En una lista he escrito aquello que más me gustaría que me trajeran y en otra lo que no me importaría que no me trajeran”, comenta. Entre sus preferencias se encuentra todo lo relacionado con el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, donde Harry Potter y sus amigos Hermione Granger y Ron Weasley viven intensas aventuras. Entre sus peticiones hay libros, una barita de Harry Potter o disfraces de los personajes de la serie literaria creada por J. K. Rowling.

Las navidades de Marina son bastante distintas a las que vivió Pablo Camarero de Blas (86 años) durante su infancia en una casa baja del madrileño barrio de Villaverde Bajo, junto a sus padres, ferroviario y ama de casa, y sus dos hermanos. Pese al deterioro cognitivo que impide que no recuerde momentos recientes, mantiene intactas las vivencias de sus fiestas navideñas cuando era un niño. Recuerda vívidamente las nevadas que casi siempre acompañaban las navidades y que obligaban a los vecinos a mantener las aceras despejadas para que pudieran salir a la calle a jugar. En ocasiones, eran tan copiosas que prácticamente resultaba imposible su limpieza, lo que provocaba que pasaran algunos días en el interior del hogar.

Pablo se siente un privilegiado porque, en los primeros años de su niñez, pudo “asistir al cole”. Y recuerda que estas fiestas eran muy divertidas porque eran días en los que aprovechaba para jugar con los vecinos de su calle. Su padre, que trabajaba en Renfe, solía viajar a Castrillo de la Vega (Burgos), de donde eran originarios, para comprar medio cordero, que duraba para todas las fiestas: “Además, teníamos un patio pequeño donde criábamos conejos y gallinas”. En época de necesidades, era impensable otro tipo de alimentos: “No comíamos marisco, ni pescado, ni verdura o fruta”. Productos que eran manjares inasequibles para las clases trabajadoras de posguerra.

Pepi Gómez Alonso (84 años y mujer de Pablo) pasó su infancia también en Madrid, en Villaverde Alto, un barrio situado a las afueras del centro de la ciudad. La familia estaba compuesta por el matrimonio (él era albañil y ella ama de casa) más seis hermanos. Recuerda que fue muy poco tiempo al colegio: “Siempre tenía que ayudar en casa, así que entraba y salía del cole dependiendo de las necesidades que había en casa”. Al igual que Pablo, durante las fiestas de Navidad solo se reunían los miembros de la familia: “No era habitual cenar o comer con otros familiares. En mi caso, la mayoría de mis tíos y primos estaban en Andalucía o en Barcelona”. Recuerda la gallina en pepitoria que cocinaba su madre, como un plato especial, y los mantecados y rosquillas que afanosamente elaboraba su madre en el horno del barrio, solo algunos días antes del día de Navidad, “para evitar que se los comieran antes del inicio de las fiestas”.

Cenas y comidas de antaño que se acompañaban por los sonidos de la radio, ya que hasta 1956 no se produjeron las emisiones regulares de Televisión Española. Pepi también apunta que durante su infancia, la década de los cuarenta, no existía la tradición de tomar uvas para recibir el Nuevo Año.

Papá Noel no recorría los hogares españoles en aquel entonces, así que Melchor, Gaspar y Baltasar eran los encargados de visitar a los niños en la noche mágica del Día de Reyes. Pepi apunta que se pedía una muñeca que “era de cartón” y, si no tenían cuidado, “cuando se mojaba, se deshacía”: “También nos traían zapatos o algo de ropa que necesitábamos”. Rememora esas fechas con nostalgia, pero sin tristeza: “Me quedo con todos aquellos recuerdos que fueron maravillosos, donde lo pasábamos tan bien pese a las carencias económicas que teníamos”.

Casi 70 años separan la infancia de Marina de la de Pablo y Pepi, y muchas cosas han cambiado a lo largo de todos estos años en cuanto a la manera de celebrar estas fiestas navideñas. Sin embargo, pese al paso de los años, hay una cosa que se mantiene viva y es el brillo que muestran los ojos de las personas que aparecen en este artículo, independientemente de la edad de las mismas. Porque, como asegura Mary Ellen Chase, educadora estadounidense: “La Navidad no es una fecha; es un estado en la mente”.

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