Mi hijo no cuenta nada al salir de clase: ¿cómo inicio una conversación fluida?
Hacer preguntas abiertas que den pie a respuestas elaboradas, usar el humor y la broma y saber cuándo es el mejor momento para iniciar una conversación son grandes alicientes para atraer la atención y el interés del menor hacia un diálogo espontáneo
Uno de los aspectos que más preocupan a los padres es la falta de respuestas de los hijos ante las preguntas cotidianas. Los niños y las niñas tienden a contestar con monosílabos o con una sola palabra ante cuestiones que a las familias les gustaría abordar con mayor profundidad y detalle. En muchas ocasiones son los adultos quienes esperan una respuesta diferente ante la misma conducta rutinaria, sin darse cuenta de que la dinámica no puede modificarse si el cambio no se origina en ambas partes. Es decir, para que la respuesta del niño sea distinta a la habitual es el adulto quien debe iniciar el cambio de la dinámica desde el origen.
Para comenzar a cambiar dicha situación es importante conocer que hay varios aspectos que fomentan que la respuesta del menor sea escueta. Uno de ellos es el modo en que los adultos tienden a preguntar a los niños con cuestiones cerradas del tipo “¿qué tal en el colegio?”, “¿cómo te lo has pasado hoy?”, “¿has aprendido algo nuevo en Matemáticas?”, donde la respuesta se puede dar con una sola palabra como “sí”, “no”, “bien” o “nada”.
Esta dinámica puede modificarse de un modo muy sencillo: planteando la pregunta de otro modo y enfocándose más en el plano emocional, ya que “sin emoción no hay aprendizaje”, como afirma el catedrático de Fisiología y doctor en Neurociencia Francisco de Mora (Granada, 1945). Las preguntas abiertas, tales como “¿qué es lo que más te ha gustado hoy?”, “¿cuál ha sido la asignatura más divertida?”, “cuéntame algo que hayas aprendido que te haya hecho feliz”, dan pie a respuestas más elaboradas, que hacen conectar con la emoción vivida, con la memoria y el placer por expresar lo acontecido.
Dar ejemplo puede ser otro de los elementos de comunicación a tener en cuenta. En ocasiones, el adulto centra la conversación en preguntar al niño lo que ha hecho en su día a día, olvidándose de hablar de sí mismo, como si la familia se centrara únicamente en los menores. Si se inicia la conversación explicando cómo nos ha ido el día, qué cosas hemos hecho, cuáles han sido los mejores o los peores recuerdos del día, seguramente el menor conectará con sus propias vivencias y tratará incluso de interrumpir la conversación para contar lo que ha hecho él en su jornada.
Otro aspecto a tener en cuenta y que influye mucho en la participación de los menores dentro de una conversación es que la repetición tiende a ser agotadora para ellos, es decir, el factor sorpresa es un aliciente para comenzar nuevas conversaciones. Saber lo que va a preguntar y responder el otro dentro de un diálogo, en ocasiones, hace que se evite tal encuentro por falta de espontaneidad y novedad. Usar la ironía, el humor o la broma pueden ser grandes alicientes para atraer la atención y el interés del niño hacia una nueva conversación. Basta con poner una voz sorprendente, hablar cantando o hacer algo inesperado, para que entre en el juego sin ser prácticamente consciente de que está iniciando una conversación con el adulto.
Los momentos de conexión con los hijos deben ser desde el afecto y el amor, es decir, no únicamente para trasmitir mensajes, intercambiar información de la rutina y anotarla en nuestro diario mental, sino que debe haber una conexión emocional, que no sea como un intercambio de datos. A veces (o casi siempre), menos es más. Siempre será mejor hablar de un solo tema que tratar de hacer un resumen rápido de todo el día en los cinco minutos de trayecto del colegio a casa. Nadie mejor que papá o mamá para conocer al hijo, y saber los temas que le preocupan más, cuáles son más interesantes para él, cuáles le cuesta más abordar y cuáles le hacen conectar más fácilmente. Buscar intereses del niño para iniciar un diálogo puede ser una gran herramienta. Ese grupo de música que tanto le gusta, ese deporte que le encanta practicar, esa canción que siempre va cantando, ese juego al que le encanta jugar... son pequeños atractivos que pueden hacer conectar al niño con el adulto siempre y cuando este haga el esfuerzo de interesarse por dichas aficiones e intereses.
El momento para conectar y comenzar una conversación también es fundamental. No es lo mismo hablar con el niño recién levantado que antes de ir a la cama. Seguramente, el adulto prefiera a primera hora y el menor a última, que es cuando suele hacer recapitulación del día y necesita compartir aquello que le inquieta a modo de cierre diario y “limpieza de mente”. Es decir, los niños (y los adultos) antes de acostarse comienzan a recordar su día completo y en muchos casos necesitan sacarlo fuera, expresarlo a través de la palabra y las emociones, para compartirlo y sacarlo de su cabeza con sus figuras de referencia.
Finalmente, es vital recordar que la paciencia es la clave en la crianza. Esto se debe a que las conductas de los hijos son, en la mayoría de los casos, un reflejo natural de la etapa evolutiva en la que se encuentran. Es decir, es normal que salgan cansados del colegio y en ocasiones prefieran descansar y callar un rato hasta llegar a casa y poder empezar una conversación una vez iniciado el juego en la tarde o ya en la cama tras leer el cuento. También es esperable que los hijos, según vayan creciendo, tengan nuevos intereses y sientan que sus padres no les comprenden ni empatizan como lo hacían antes, pero aquí, una vez más, es labor del adulto esforzarse. Y así seguir encontrando momentos de conexión que respeten el ritmo evolutivo del menor y, a la vez, muestren esa disponibilidad y presencia incondicional para él.
Finalmente, es vital recordar que la paciencia es la clave en la crianza. Esto se debe a que las conductas de los hijos son, en la mayoría de los casos, un reflejo natural de la etapa evolutiva en la que se encuentran.