La sobreprotección en la adolescencia cría hijos cobardes y pasivos
No dejar que los jóvenes se equivoquen, se responsabilicen de sus tareas o solucionen a sus problemas, así como mostrar una preocupación excesiva por su seguridad o controlar sus relaciones personales, les impide desarrollar su autonomía y autoconfianza, cultivar su esfuerzo, paciencia y disciplina
Qué complicado resulta en ocasiones para las familias con un hijo adolescente en casa darle la libertad y la autonomía que precisa para crecer. Regalarle el espacio que necesita para empezar a volar solo y conocer el mundo que le rodea como él desea. Permitirle que empiece a tomar sus propias decisiones, aunque cometa errores. Qué difícil resulta aceptar que un hijo o hija ha llegado a la adolescencia casi sin darnos cuenta. A ...
Qué complicado resulta en ocasiones para las familias con un hijo adolescente en casa darle la libertad y la autonomía que precisa para crecer. Regalarle el espacio que necesita para empezar a volar solo y conocer el mundo que le rodea como él desea. Permitirle que empiece a tomar sus propias decisiones, aunque cometa errores. Qué difícil resulta aceptar que un hijo o hija ha llegado a la adolescencia casi sin darnos cuenta. A los padres es habitual que el instinto les mueva a protegerles de situaciones retadoras que puedan ponerles en peligro o hacerles sentir mal. Sienten la necesidad de evitarles el sufrimiento, protegerles de posibles riesgos, rescatarles de emociones complejas o evitarles que se frustren por miedo a dañar su autoestima. Una protección natural e instintiva que puede acabar siendo excesiva, limitando al joven más que ayudándolo.
Sobreproteger es proteger a un adolescente cuando no lo necesita y, normalmente, los padres y madres actúan movidos por los propios miedos, inseguridades o expectativas desacertadas. Un acompañamiento basado en la dependencia que lleva a no dejar que los hijos se equivoquen, que se responsabilicen de sus tareas o encuentren la solución a sus problemas, en ocasiones después de equivocarse o no conseguir lo que pretenden a la primera. Mostrando una preocupación excesiva por su seguridad, tendiendo a monitorizar las actividades que realizan o controlando las relaciones personales que establecen, llegando a colmarle de regalos que no necesita para que se sienta feliz, a cuidarlo de forma innecesaria o a alabar desmesuradamente sus cualidades olvidando sus defectos. Llegando a justificar las malas actitudes o los errores que comente para que no se frustre o tenga consecuencias negativas.
Las familias sobreprotectoras suelen ver riesgos donde no existen e intentan allanar el camino de sus hijos para que consigan todo aquello que desean por pavor a que sufran o se frustren. Una hiperprotección que impide a los adolescentes aprender y desarrollar las habilidades y competencias esenciales para su desarrollo integral, convirtiéndoles en agentes pasivos que esperan que sean sus padres los que solucionen los problemas o contratiempos. Un proteccionismo que le roba al adolescente la posibilidad de desarrollar su autonomía y autoconfianza, que le impide cultivar su esfuerzo, paciencia y disciplina. Que pueda descubrir sus fortalezas, trabajar las debilidades y buscar soluciones creativas a las dificultades.
Un joven sobreprotegido tendrá pánico al error, no será capaz de responsabilizarse de sus obligaciones ni modular y gestionar correctamente sus emociones. Se sentirá ansioso, deprimido e incapaz de hacer frente a las situaciones estresantes, y ante cualquier obstáculo se desmotivará con facilidad y se sentirá desvalido pudiéndose convertir en un pequeño tirano dependiente y muy influenciable. Tendrá, además, muchas dificultades para mantener una buena relación con sus iguales, pudiendo mostrar conductas erróneas para llamar la atención de los demás.
Con este acompañamiento tan proteccionista lo único que conseguimos es desprotegerle para la vida. El adolescente necesita protección, qué duda cabe, pero una protección adecuada a su edad y a sus necesidades educativas, sociales y emocionales. La mejor forma que tienen las familias de preocuparse por el bienestar y la seguridad de su hijo es encontrando un equilibrio entre la protección y la independencia. En este período de desarrollo tan convulso y repleto de cambios físicos, psicológicos, sociales y emocionales, el joven necesita sentirse capaz, libre y autónomo para poder explorar con independencia nuevas experiencias, construir y definir una nueva identidad, para decidir lo que le conviene o no y elegir lo que le hace o no feliz.
Necesita a su lado adultos que le muestren su confianza, que le animen a marcarse objetivos, que le regalen el tiempo que necesita para aprender. Que le recuerden a diario que la vida se compone de aciertos y desaciertos y que están a su lado sin condición.
Tres claves para dejar de proteger a un adolescente
- Permitir que tome decisiones es una excelente forma de fomentar la independencia. Dejar que tropiece, que pruebe y cometa errores aunque no haga las cosas bien a la primera. Que se enfrente a la frustración y se responsabilice de las consecuencias de sus elecciones.
- Potenciar su autoconfianza para que sienta seguridad en sí mismo haciendo crecer así su autoestima. Cuando un joven se siente seguro es más probable que asuma riesgos de forma responsable y sea capaz de resolver los problemas que vayan apareciendo. Ayudarle a reconocer sus fortalezas y a establecer metas realistas y alcanzables potenciará sus ganas de aprender y mejorar a diario.
- Permitirle explorar cosas y lugares nuevos, conocer a nueva gente, aprender de manera autónoma siendo consciente de los pros y contras de sus conductas y decisiones. Establecer en casa límites claros y consensuados ayudará al adolescente a desarrollar el espíritu crítico, la escucha consciente y el autocontrol.
Allanarle la vida a un adolescente no es la mejor manera de quererle. El joven necesita equivocarse, probar, desarrollar estrategias que le permitan llegar a ser un adulto comprometido y que se sienta con la capacidad de hacer frente a todos los desafíos que le deparará la vida.
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