Mamparas de plexiglás, reflejos fantasmagóricos y... una mosca

En tiempos de coronavirus nada está escrito. La pantalla de plástico fue de obligado cumplimiento y al debate asistió una estrella no invitada

Una mosca se colocó en el cabello del vicepresidente de EE UU, Mike Pence, durante el debate.Vídeo: ERIC BARADAT / AFP | REUTERS
Washington -

En tiempos de incertidumbre, lo más normal es que una estrella no invitada, en este caso una mosca, acabe aterrizando en la cabeza del vicepresidente de Estados Unidos y permanezca toda negra ella sobre el cabello blanco como la nieve de Mike Pence, tanto tiempo -cerca de dos minutos- como para lograr titulares y cuenta propia en Twitter. “Todo el mundo está celoso porque tengo el mejor asiento esta noche en el debate”, tuiteaba @MikePenceFly. Fue el clímax de ...

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En tiempos de incertidumbre, lo más normal es que una estrella no invitada, en este caso una mosca, acabe aterrizando en la cabeza del vicepresidente de Estados Unidos y permanezca toda negra ella sobre el cabello blanco como la nieve de Mike Pence, tanto tiempo -cerca de dos minutos- como para lograr titulares y cuenta propia en Twitter. “Todo el mundo está celoso porque tengo el mejor asiento esta noche en el debate”, tuiteaba @MikePenceFly. Fue el clímax de una noche de debate entre los candidatos a vicepresidente de Estados Unidos para las elecciones del próximo 3 de noviembre que, por cierto, comenzó con retraso. Ese dato ya debería de haber dado una pista de que el control sobre lo que sucede cada día en el mundo es una entelequia en 2020.

En tiempos de pandemia, con el presidente de Estados Unidos contagiado por la covid-19, pero asegurando que se siente mejor que nunca y que ha sido una bendición de Dios la enfermedad, los organizadores del debate en Salt Lake City no estaban por la labor de engrosar el número de enfermos dentro de las filas del poder. En la nación los muertos ya superan los 210.000 y los contagiados los siete millones. En el entorno de la Casa Blanca, hay 34 personas enfermas de coronavirus, entre ellas el mandatario y su esposa, Melania.

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Con la seguridad sanitaria en mente, por primera vez en la historia, como tantas otras cosas desde que la covid-19 llegó para instaurar la nueva normalidad, el escenario del debate fue modificado y se instalaron unas apropiadas pantallas de metacrilato -o plexiglás- que protegían el flanco de los candidatos como lo hace un cristal de seguridad en un banco para evitar un asalto. Se duplicó la distancia de seguridad. El público en el plató en el que se convirtió la Universidad de Utah fue reducido al mínimo. El uso de mascarillas era de obligado cumplimiento. Como sucedió la semana pasada con Donald Trump y Joe Biden, no hubo apretón de manos.

Había que evitar la agresión del coronavirus, algo a lo que en principio se negó la campaña del candidato republicano, Mike Pence. Quizá ponía en duda su hombría, al fin y al cabo la Casa Blanca saca pecho frente a la enfermedad y el presidente se arranca la mascarilla delante de las cámaras en un acto de desafío ante un virus que tiene al planeta temblando sin fecha próxima de caducidad en la incertidumbre de cuándo habrá una vacuna y cuándo volverán los apretones de mano, los abrazos, la vida como se conocía.

La pandemia lo infecta todo. Se hablará poco o mucho de ella durante el debate -y sin duda no se habló lo suficiente-, allí estaba, presente en esas detestables pantallas de plástico que nos recuerdan que cada acto de cada día, cada decisión, cada movimiento está afectado por el coronavirus. Las cámaras de televisión ofrecían un plano de la senadora Kamala Harris con un reflejo casi fantasmal del vicepresidente Mike Pence en el biombo de plexiglás.

Esas mismas cámaras mostraban a Pence de rostro muy blanco, deficiente en vitamina D, a pesar de haber disfrutado del aire libre -aunque no hubo sol- en el acto celebrado en el Rose Garden de la Casa Blanca, lugar que se supone zona cero de los contagios de coronavirus en la Administración de Donald Trump. Lo que tenía el evangélico Pence eran unos sospechosos ojos de color rosa que las lenguas más maléficas de Twitter atribuían a una conjuntivitis aguda, uno de los síntomas, cómo no, de coronavirus.

El plexiglás y sus reflejos paranormales dejaron de ser interesantes cuando apareció la mosca, que no paraba de sumar seguidores en Twitter. Incluso Joe Biden decidió sacar rédito económico de un suceso tan fuera del guion y solicitaba a sus seguidores que donaran cinco dólares, jugando con el doble sentido, para que “esta campaña pueda volar”. Ni un minuto que perder, ni un dólar que dejar de recaudar. La mosca ya forma parte de la historia de los debates en la carrera por la Casa Blanca de Estados Unidos. Y se lo querían perder.

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