Golpe electoral de los ultras a la UE
Si Francia o Alemania caen en manos de gobiernos contrarios a la integración, el motor europeo quedará paralizado
El ascenso de la ultraderecha en el escrutinio de este domingo convierte al 9-J en una sacudida electoral similar o incluso superior al referéndum en Francia que en 2005 condenó a muerte el proyecto de Constitución europea. Ahora como entonces, la tentación de Bruselas es aparentar que se trata de un tropiezo menor, sin consecuencias tangibles para el devenir de la Unión Europea. Ahora como entonces, la superación del estado de negación dejará paso al estupor ante el hecho de que partidos abiertamente antieuropeos como el francés Reagrupamiento Nacional y Alternativa para Alemania (AfD) ...
El ascenso de la ultraderecha en el escrutinio de este domingo convierte al 9-J en una sacudida electoral similar o incluso superior al referéndum en Francia que en 2005 condenó a muerte el proyecto de Constitución europea. Ahora como entonces, la tentación de Bruselas es aparentar que se trata de un tropiezo menor, sin consecuencias tangibles para el devenir de la Unión Europea. Ahora como entonces, la superación del estado de negación dejará paso al estupor ante el hecho de que partidos abiertamente antieuropeos como el francés Reagrupamiento Nacional y Alternativa para Alemania (AfD) se hayan convertido en la primera y segunda fuerza más votada en sus respectivos países que son, para más inri, el corazón que marca el ritmo de la Unión.
El motor francoalemán de la UE no tiene repuesto. Si París o Berlín caen en manos de gobiernos contrarios a la integración europea, la UE quedará paralizada en el mejor de los casos o herida de muerte en el peor escenario.
Los mercados, que no son dados a pasar por ninguna de las fases del duelo, ya han dado este mismo lunes la primera sacudida, al constatar que el presidente francés, Emmanuel Macron —forzado a convocar elecciones legislativas tras la victoria de Marine Le Pen en las europeas— puede convertirse en un pato cojo para el resto de su mandato (hasta 2027). Y que el tripartito del canciller alemán, Olaf Scholz, ya de por sí debilitado y sujeto a profundas divisiones, sale aún peor parado de unos comicios en los que los tres partidos de Gobierno (socialistas, verdes y liberales) han quedado por debajo de AfD y suman un 31% de votos, solo un punto más que la oposición conservadora de CDU/CSU.
El interrogante sobre el futuro de Macron y la fragilidad del Gobierno de Scholz casan mal con la ambición que la UE requiere para afrontar una legislatura llamada a ser la de una gran transformación previa a una nueva ampliación del club. El ex primer ministro italiano Mario Draghi, que en los próximos días presentará su esperado informe sobre el futuro del club, asegura que Europa necesita “un cambio radical” si quiere preservar su modelo económico y social en la actual escena mundial. Con los mimbres que apuntan las urnas del 9-J, el salto hacia adelante que sugiere el italiano no solo parece inviable, sino que muchos gobiernos se plantearán la necesidad de ajustar a la baja el grado de integración europea.
El único denominador común de todos los partidos ultras, más allá de la añoranza por una Arcadia feliz que nunca existió, es la voluntad de encerrar a cada país sobre sí mismo y cortar cualquier lazo de solidaridad con el resto. Wilders promete a los contribuyentes holandeses que ni un solo euro de sus impuestos se destinará a financiar autovías o ferrocarriles de alta velocidad en España. Orbán garantiza a los suyos que ni un solo refugiado cruzará las fronteras húngaras para aliviar la carga de los países en primera línea de llegada. Le Pen encandila a sus agricultores con una renacionalización de la política agrícola que en la práctica supone el fin de los subsidios europeos y el cierre del mercado francés a productos españoles, italianos, portugueses o griegos.
Algunas fuentes europeas se consuelan soñando que esos partidos, si llegan al poder, se habituarán en Bruselas a la negociación, el compromiso y la solidaridad que cada día mantiene en pie la Unión Europea. Pero su pedigrí indica lo contrario. Llevan años intentando ponerse de acuerdo entre ellos y tras cada aparatosa cumbre ultra —la última en Madrid, organizada con Vox— solo logran repetir manidas proclamas sobre la defensa de la familia tradicional o el valor de la herencia cristiana, pero sin ser capaces de pactar ningún programa concreto porque sus propuestas se contradicen entre sí.
Por eso, a diferencia de EE UU, Brasil o Argentina, la Unión Europea no puede permitirse la victoria de una ola ultra. Le va la vida en ello.
Sigue toda la información internacional en Facebook y X, o en nuestra newsletter semanal.