50 segundos infernales en el funicular de la Gloria
Once de los 16 fallecidos en el accidente del elevador de Lisboa eran extranjeros, una muestra de la presión del turismo masivo sobre un transporte concebido hace 140 años. Un informe confirma que la rotura del cable fue la causa del siniestro
Solo un país como Portugal, tan atravesado de sorna como de poesía, puede bautizar un lugar donde se entierran los muertos como el cementerio de los Placeres. Frente a su portón de entrada, en Campo de Ourique, se localiza el inicio de la carrera del tranvía 28, el más popular de todos los que recorren la vieja Lisboa aferrados a cables aéreos que serpentean salvando ramas de árboles y recodos imposibles. Como guardafrenos, André Marques se hartó durante años de hacer esta carrera, larga, enrevesada y adorada por los turistas, antes de encargarse del funicular que ha pasado a la historia de Po...
Solo un país como Portugal, tan atravesado de sorna como de poesía, puede bautizar un lugar donde se entierran los muertos como el cementerio de los Placeres. Frente a su portón de entrada, en Campo de Ourique, se localiza el inicio de la carrera del tranvía 28, el más popular de todos los que recorren la vieja Lisboa aferrados a cables aéreos que serpentean salvando ramas de árboles y recodos imposibles. Como guardafrenos, André Marques se hartó durante años de hacer esta carrera, larga, enrevesada y adorada por los turistas, antes de encargarse del funicular que ha pasado a la historia de Portugal como el más trágico de siempre por el descarrilamiento en el que el pasado miércoles murieron 16 personas y sufrieron heridas otras 22.
“Era bromista, alegre, me dio muchos consejos para tratar de realizar un buen servicio y evitar los retrasos”, relataba uno de sus colegas junto a la parada del cementerio horas antes de que las bocinas de todos los tranvías de la ciudad sonasen a la par durante un minuto este sábado, mientras comenzaba el funeral por el trabajador en Oleiros, su localidad natal. Marques accionó los frenos del carruaje cuando se rompió el cable que une las dos cabinas del elevador —la que sube y la que baja, ambas vinculados por un sistema de contrapeso—, pero sus intentos para evitar una caída acelerada fueron vanos, según las primeras conclusiones oficiales sobre lo ocurrido. En 50 segundos se consumó el descenso a los infiernos.
Tenía 45 años y dos hijos y, como todos los guardafrenos veteranos, podía ocuparse indistintamente de los elevadores o de los tranvías. Llevaba tres lustros en Carris, la empresa municipal de transportes que gestiona lo nuevo (777 autobuses) y lo viejo (60 tranvías, funiculares y ascensores). Junto a vehículos pensados para el futuro, conviven medios concebidos en el XIX.
El elevador de la Gloria, con 140 años, es el segundo más antiguo de Lisboa y fue electrificado en 1914. Nadie pensó hace un siglo que acabaría siendo una de las principales atracciones de la ciudad para los turistas, que celebran esas cosas antiguas que otros países han desterrado y que Portugal ha convertido en señas de identidad. La calzada artesanal de adoquines de basalto es una. Los tranvías y funiculares amarillos, otra.
El resultado del bum turístico que vive el país, entre los 14 más visitados del mundo en 2024 (29 millones de viajeros, un 9,3% más que el año anterior), se traduce también en una mayor presión sobre transportes que hasta entonces habían servido solo para la movilidad local.
El perfil de los actuales usuarios quedó retratado mortalmente el miércoles: los extranjeros fueron 11 de los 16 fallecidos. “En el siglo XIX no se previó que el sistema transportaría tres millones de personas al año. Se puede aguantar un tiempo, pero no siempre. La fatiga de los materiales puede llevar al colapso”, explica Carlos Neves, presidente del colegio de Ingeniería Mecánica de la Orden de Ingenieros.
Lisboa, como otras ciudades europeas, muere de éxito. “El turismo es un factor de perturbación para el modelo que existía antes de los flujos de visitantes actuales. Es una actividad indispensable, pero el turismo no solo puede significar ingresos, también debemos adaptar todos los sistemas al nuevo perfil de usuarios y a su utilización”, sostiene el ingeniero.
Ahora que la conmoción se asienta, comienza a incidirse sobre las responsabilidades del siniestro en un elevador que ya había descarrilado en 2018 por desgaste en las ruedas. Entonces no hubo víctimas, pero el incidente desveló fallos en el mantenimiento. Hasta dentro de 45 días no habrá un informe técnico sobre el accidente del miércoles, registrado horas después de una inspección que no detectó ninguna anomalía en el cable de tracción, que une los dos vagones de la Gloria.
Las primeras conclusiones oficiales del Gabinete de Prevención e Investigación de Accidentes de Aeronaves y Ferrocarriles, conocidas este sábado, confirman en todo caso que el siniestro se produjo por la rotura del cable entre ambas cabinas cuando apenas habían recorrido seis metros. Los frenos activados por André Marques “no tuvieron efecto para reducir la velocidad del vehículo”.
El sistema de contrapesos, y la electrificación, permiten recorrer 265 metros por una pendiente del 17,7% a dos kilómetros por hora. Dos minutos que el miércoles se redujeron a la mitad y que debieron parecer una eternidad a Marques y a pasajeros como la actriz británica Kayleigh Smith, fallecida junto a su novio William Nelson. 50 segundos de terror hasta que el funicular se empotró contra el hotel Suizo Atlántico a 60 kilómetros por hora. Luego, humo, polvo, gritos, llantos infantiles y una intervención rápida de equipos de rescate que permitió, según el primer ministro, Luís Montenegro, salvar algunas vidas.
En 2007, la empresa Carris decidió subcontratar las labores de mantenimiento de los cuatro funiculares y el ascensor de Santa Justa, a pesar de que habían sido declarados monumento nacional cinco años antes. Conservó, sin embargo, a su cargo las revisiones de tranvías y autobuses. “No sabemos por qué se externalizó en los elevadores y no en el resto, pero se interrumpió la transmisión del conocimiento especializado entre los trabajadores", apunta Manuel Leal, dirigente de la Federación Sindical de Transportes y Comunicaciones. “Queremos que la investigación abierta, además de esclarecer las causas directas del accidente, profundice en el proceso de privatización de los talleres de Carris para averiguar si esta situación contribuyó a que ocurriese”, exige.
Al día siguiente de la tragedia, el presidente de Carris, Pedro de Brito, defendió tanto el gasto destinado a mantenimiento como los trabajos de la empresa MNTC, que ganó los concursos de 2019 y 2022 para asumir las inspecciones. El último concurso público, sin embargo, quedó desierto porque ninguna de las concurrentes se ajustó a la propuesta económica establecida por la compañía: 1,19 millones de euros, menos de lo que ofertó en 2022 (1,72 millones). Esto obligó Carris a realizar una adjudicación directa a MNTC para prolongar el mantenimiento de los funiculares durante cinco meses mientras se prepara otro concurso.
Un recorte que ahora es visto con recriminaciones. “Poupam em farinha e gastam em farelo”, reprochaba Pedro Teixeira el viernes, tras el mostrador de Casa Macario, tienda histórica de cafés y oportos. Un dicho popular para indicar recortes en lo importante y despilfarros en lo accesorio. “No hay indicios de sabotaje en el elevador. Por lo tanto, ha habido problemas en el mantenimiento. Es imperdonable y espero que haya consecuencias técnicas y políticas”, reclama. El estruendo de sirenas le alertó del suceso mientras trabajaba en la rua Augusta, no lejos de la desgracia. “Podría habernos pasado a cualquiera de nosotros, sentimos las pérdidas como propias”.
Teixeira vaticina que algunos pasajeros tendrán miedo cuando reabra el elevador de la Gloria. La toledana Marina Payo Cerdeño es la prueba de ello. En las escaleras del ascensor de Santa Justa, cerrado tras el accidente al igual que los restantes funiculares históricos para ser revisados a fondo, confiesa su temor. Sagrario Cerdeño Martín, su madre, discrepa: “Yo subiría, igual que cuando hay un accidente de avión o coche vuelves a ellos”.
Una lógica que también repite Vítor Santos, conductor de Carris y sindicalista. “Ese mismo día hubo un derrumbe en un edificio en el barrio de Graça. ¿Vamos por ello a parar todas las obras? No, los accidentes ocurren. Ahora hay que evaluar si el mantenimiento estaba bien o mal hecho“, plantea. Santos rechaza que se especule sobre el exceso de pasajeros. “En cada viaje solo entraban 42 personas y el guardafrenos hacía ese recuento. En este caso, por suerte, iban menos personas, pero nunca hay sobrepeso en estos transportes”, afirma el conductor.
En los dos extremos de la calzada de la Gloria se han improvisado memoriales con flores, velas, notas y 16 pequeños peluches. En el que se ubica en la plaza de los Restauradores, la italiana Federica Pieronne depositó el viernes un ramo. “Hemos venido cada año a esta ciudad, llevo a Lisboa en el corazón”, comentaba. Pieronne trabaja en las Galerías Lafayette, en París, y no duda de que la mejor forma de ayudar en el futuro consiste en seguir usando el elevador.
Ella y su marido estuvieron muy cerca de la tragedia el miércoles. Escucharon sirenas de ambulancias, y ahí se quebró para siempre la imagen que tenían de Lisboa como una ciudad feliz, radiante, tal vez amarilla como los colores de los tranvías y las margaritas depositadas por la familia Mendes en homenaje a las víctimas. Un desconocido lo dejó escrito en el suelo: “Lisboa perdió la luz”.