Un ejército de ‘start-ups’ para apuntalar la defensa de Ucrania (y sin ayuda de Trump)
El empuje de cientos de pequeños emprendedores ucranios, con aportaciones millonarias desde dentro y fuera del país, transforma la industria militar nacional y atenúa la superioridad del ejército ruso en el campo de batalla
En la foto que muestra el ucranio Iván Frankiv, que preserva su nombre real por seguridad, aparece como un chaval de escuela al que se le daba muy bien la radiofrecuencia, tanto como para ganar un premio. Casi dos décadas después, alguien se acordó de aquello y le hizo esta pregunta: ¿podría fabricar un detector de drones? “Desde el colegio todo se había desarrollado mucho”, admite Frankiv, hoy de 31 años, “pero en un mes creé mi primer detector”. Corría la primavera de 2023 en Ucrania, que entraba en el segundo año de invasión rusa a gran escala. El invento funcionó, comenzó a trabajar con la...
En la foto que muestra el ucranio Iván Frankiv, que preserva su nombre real por seguridad, aparece como un chaval de escuela al que se le daba muy bien la radiofrecuencia, tanto como para ganar un premio. Casi dos décadas después, alguien se acordó de aquello y le hizo esta pregunta: ¿podría fabricar un detector de drones? “Desde el colegio todo se había desarrollado mucho”, admite Frankiv, hoy de 31 años, “pero en un mes creé mi primer detector”. Corría la primavera de 2023 en Ucrania, que entraba en el segundo año de invasión rusa a gran escala. El invento funcionó, comenzó a trabajar con la Guardia Nacional y montó, junto a varios socios, la empresa Kara Dag Technologies. El pasado septiembre recibieron medio millón de dólares (461.000 euros) de un fondo de inversión estadounidense. Una aventura de éxito que se suma a la de cientos de pequeños emprendedores ucranios que han apuntalado la industria militar del país para atenuar la superioridad que Rusia tiene en el campo de batalla, y con una inercia innovadora a prueba de los vaivenes de grandes aliados como Estados Unidos.
Lo expresó con claridad el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, el pasado 24 de febrero, en la reunión de aliados internacionales celebrada en Kiev: “Esta es una guerra tecnológica”, dijo. Hay batallas de infantería entre las líneas de arboledas que dividen el terreno; hay tanques, cañones, lanzaderas, misiles balísticos y aviones de combate. Pero la aplicación de la tecnología en esta guerra es histórica, y es ahí donde Ucrania ha tratado de ganar cierta ventaja. Según un informe de la Kyiv School of Economics (KSE), en 2022 no había inversiones estatales en start-ups (empresas de nueva creación y centradas en tecnología de la información) específicas de defensa; un año después la suma recibida por este tipo de empresas emergentes era ya de cinco millones de dólares; y en 2024 escaló a 50 millones. Y sigue creciendo. Brave1, la plataforma del Gobierno que facilita la financiación de la tecnología de defensa, ha apoyado en dos años a unas 1.500 compañías y 3.200 proyectos con aplicación militar.
La vida de Frankiv no era esta. Antes de la gran ofensiva rusa, se dedicaba al marketing financiero. Su sueño era vivir en Suiza. Durante muchos meses, aquel trabajo le permitió a él y a sus colegas costear la producción de detectores de drones (400 dólares la unidad): un aparato del tamaño de un móvil, con una larga antena que permite registrar la señal de un dron y neutralizarla. Cuando pasa, el operador enemigo pierde la visión en primera persona que tenía en su monitor y el aparato cae o se estrella. Dicen sus clientes que 10 unidades pueden salvar la vida de un centenar de soldados en un año. Con la inyección del fondo de inversiones han multiplicado por cuatro la producción. Su objetivo es alcanzar las 300 unidades al mes.
No se paran aquí. Los ingenieros de esta empresa con oficinas-laboratorios en Kiev y Rivne trabajan en un dispositivo (una cámara láser que escanea el cielo e interpreta variaciones a través de inteligencia artificial) para localizar el penúltimo desafío en el frente: los drones con fibra óptica. “Nos habló de ellos por primera vez un soldado de Zaporiyia”, cuenta Frankiv. Esta es una de las pequeñas revoluciones en la industria de defensa ucrania: como Frankiv, son muchos los empresarios de este ejército de start-ups que mantienen contacto directo con las brigadas para producir según las necesidades del combate.
La inyección de estos pequeños proyectos privados forma parte del cambio radical en Ucrania de aquel modelo de industria militar vetusto en el que solo manufacturaba la estatal Ukroboronprom, lastrada por la burocracia y la corrupción. Este gigante de tiempos de la URSS se transformó en la sociedad anónima Industria de Defensa de Ucrania, con dos objetivos: aumentar la producción a través de las empresas de armamento locales —según datos oficiales, hay 500 productores de armas operativos en el país, para los que trabajan alrededor de 300.000 empleados— y disminuir la corrupción. En paralelo trabajan dos ministerios: el de Industrias Estratégicas y el de Transformación Digital. La demanda de armas, además, urgida por la invasión rusa, ha necesitado de la compra y financiación en el extranjero, ausente en el pasado: la plataforma local Zbroyari atrajo en 2024 un total de 1.500 millones de dólares de nueve países donantes para financiar a productores de armamento nacionales.
Pero si hay un puntal que ha aprovechado el sector emprendedor en Ucrania es el de la producción de drones (cuatro millones de unidades en 2024, según el KSE), un arma utilizada en este frente como nunca antes en la historia de los conflictos. Al menos ahora, tres años después del inicio de la gran ofensiva del Kremlin, porque al principio lo que hubo que desempolvar fueron los manuales de la guerra convencional. “Por aquel entonces, tras el comienzo de la invasión a gran escala”, cuenta Vasil, de 40 años, “los rusos no pusieron mucha atención a los drones”.
Como tantos otros, Vasil, nombre elegido por este ucranio para proteger su identidad, no tenía ni experiencia ni interés en asuntos bélicos. Lo que sí tenía era formación en tecnologías de la información, en las que se desempeñaba. Reparó en que estos aparatos no tripulados podrían marcar la diferencia, pero también en que había poca formación. Encontró instructores entre operadores del mundo del cine, habituados a manejar estos dispositivos; buscó terreno y pidió permiso al ejército. En abril de 2022, junto a varios compañeros de trabajo, Vasil puso en marcha una escuela de drones. El precio para alumnos: cero. La financiación: fondos propios, donaciones de particulares y aportaciones de empresas tecnológicas.
“Nuestra motivación”, explica, “era proteger a la gente”. Su escuela se convirtió pronto en un centro muy popular. Y surgieron más para absorber la demanda. “Quizá no éramos capaces de enseñar táctica militar, pero sí cómo no desperdiciar un dron”, continúa. La escuela creció hasta instruir a una media de 100 alumnos al mes. Pero el éxito de estos dispositivos en la guerra ha sido tal que son muchos los instructores militares con buena formación que enseñan hoy desde el terreno.
Así que, a menor demanda en la escuela, nuevo campo de actuación: si los ingenieros de Frankiv tratan de averiguar cómo neutralizar un dron de fibra óptica (dirigido a través del cable, porque estos aparatos no emiten señales de radiofrecuencia que permitan inutilizarlos con medios tecnológicos), los socios de Vasil se han sumergido en la producción de estos aparatos. Su coste es de unos 900 euros, más del doble de los modelos convencionales, pero su impacto en el frente es notable.
Poco después de que Zelenski pronunciara aquellas palabras sobre el carácter tecnológico de la guerra, el presidente ucranio se llevó al grupo de líderes internacionales a una pequeña muestra de armamento. Entre los invitados a la exhibición, del lado de las empresas, estaba Mijailo Rudominski, de 25 años, fundador de Himera, una firma que fabrica sistemas de comunicación táctica. “Antes de la guerra”, dice este joven, “me consideraba un pacifista”. “Nunca pensé que fuera a hacer algo así”. Con la invasión lanzada, Rudominski se propuso crear aparatos de radio accesibles para las brigadas, que pudiera fabricar a gran escala y a salvo de la guerra electrónica rusa. Lo consiguió en solo dos meses. En el último año, Himera ha obtenido más de medio millón de dólares solo en fondos de la red de inversores local United Angels Network.
Cuenta Rudominski que una de las claves del éxito, como con Frankiv y sus detectores de drones, es el acercamiento al frente. “Tengo unos 200 contactos de soldados”, relata, “les pregunto qué necesitan y así somos más eficientes”. Empleados de su empresa, que cuenta con medio centenar de trabajadores, han viajado a 15 kilómetros de los combates para mostrar sus productos. “Es una forma de decirles a los militares que estamos para ayudar y no para ganar dinero”, subraya. No obstante, el éxito de estos sistemas de comunicación ha despertado ya el interés de compra de varios aliados de la OTAN. Entre ellos, Estados Unidos.