La sombra del jefe de Wagner sigue presente en el cementerio de los mercenarios en Krasnodar

El camposanto acoge a un millar de hombres de Prigozhin, que murió tras protagonizar un motín contra Putin. En los pueblos de la provincia no cesan los entierros y se palpa la ausencia de jóvenes, que han ido al frente

Área del Grupo Wagner en el cementerio de Bakínskaya, Krasnodar, el pasado 18 de junio.Javier G. Cuesta

Emulan a una barrera antitanque, pero bajo sus lápidas yacen casi 1.000 vidas extinguidas. Son cerca de un millar de pirámides de mármol extendidas en el horizonte del camposanto de Bakínskaya, una stanitsa —poblado cosaco— en la región del sur de Rusia de Krasnodar. Es uno de los cementerios donde el Grupo Wagner ha enterrado a sus bajas de la invasión de Ucrania. Uno más de la región: las coronas de flores de los militares muertos salpican las afueras de los pueblos y los entierros no cesan. En todos lados ...

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Emulan a una barrera antitanque, pero bajo sus lápidas yacen casi 1.000 vidas extinguidas. Son cerca de un millar de pirámides de mármol extendidas en el horizonte del camposanto de Bakínskaya, una stanitsa —poblado cosaco— en la región del sur de Rusia de Krasnodar. Es uno de los cementerios donde el Grupo Wagner ha enterrado a sus bajas de la invasión de Ucrania. Uno más de la región: las coronas de flores de los militares muertos salpican las afueras de los pueblos y los entierros no cesan. En todos lados hay anuncios de reclutamiento y ofertas de empresas funerarias. Jóvenes y mayores han ido al frente, las autoridades pagan bien al que sobrevive.

Krasnodar era la principal base de la compañía de mercenarios hasta que la unidad fue forzada a integrarse en las Fuerzas Armadas rusas hace un año por la hostilidad de su dueño, Yevgueni Prigozhin, hacia el alto mando. Aquel enfrentamiento culminó en una rebelión fallida y la muerte en accidente de avión, en circunstancias todavía sin aclarar, de quien fue conocido como El Chef de Putin. Su fantasma, sin embargo, sobrevuela aún el Kremlin.

En el cementerio, el recuerdo de Prigozhin sigue presente. Su figura fue evocada de nuevo por los círculos nacionalistas tras la destitución el pasado mayo del ministro de Defensa Serguéi Shoigú y los arrestos dentro de su círculo. Pese a su integración en el ejército, el Kremlin no se ha atrevido a cerrar los principales canales de Telegram de la compañía, como Orquesta Wagner, con más medio millón de suscriptores. En pleno estancamiento del frente, sus seguidores recuerdan las victorias de Prigozhin y su temperamento frente al silencio de otros mandos. “Era desesperante, era irascible y provocaba terror, sobre todo entre los nuestros. Era historia y ahora es leyenda”, recuerda un miembro de ese canal.

A diferencia de Bakínskaya, el cementerio de Goriachi Kliuch está vetado al público. Se trata de un lugar sagrado para Wagner. Los mercenarios construyeron allí su iglesia y el pasado abril alzaron, en desafío al Kremlin, sendas estatuas de Prigozhin y de su mano derecha, el comandante Dmitri Utkin, también muerto en la destrucción del avión apenas dos meses después de que el presidente Vladímir Putin dijera que había “perdonado” a los que participaron en el motín.

Son gestos pequeños, pero muy simbólicos dentro de la tensión que palpita en Rusia. En los cementerios de Wagner han quitado las banderas con la famosa calavera del grupo de mercenarios y las críticas contra el Ministerio de Defensa son sutiles ahora. Los canales de la compañía de Prigozhin han declinado hacer comentarios a este periódico, aunque antes, en los homenajes a su fundador, algunos miembros de Wagner reconocieron a El PAÍS que la rebelión fue un error y su muerte, “cosas de la política”.

Continuo goteo de muertos

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Una parte del cementerio de Bakínskaya alberga los restos de los soldados rasos de Wagner “muertos por la patria entre 2022 y 2023″, la mayoría en los meses de plomo de la sangrienta ofensiva sobre Bajmut. Pero el goteo de muertos continúa: en un rincón hay apartadas varias losas con el año 2024 escrito en ellas.

En otra parte del camposanto, la zona civil, hay decenas de tumbas más. Allí yacen oficiales, tanto de Wagner como del ejército. En algunas lápidas está dibujado el símbolo de los spetsnaz del GRU, las fuerzas especiales del servicio de inteligencia militar ruso. “Nuestro símbolo es un murciélago. Después de todo, los de la inteligencia seguimos contigo, hermanito”, dice una de las losas ilustrada con el fallecido portando una ametralladora pesada. Otra asegura que “ser soldado es ser inmortal”.

Enfrente, dos sepultureros apuntalan la tumba de otro oficial que perdió la vida en enero de 2023 a los 58 años. Su edad no es excepcional: muchos voluntarios rusos enterrados allí nacieron entre los años sesenta y ochenta. “Pero también hay jóvenes y padres”, enfatiza uno de los sepultureros mientras prepara con cemento fresco las losas de aquella tumba. Según explica bajo anonimato a este periódico, en Bakínskaya yacen combatientes procedentes de toda Rusia.

Moscú no publica sus cifras de bajas. Según el Ministerio de Defensa británico, la cifra de muertos y heridos rusos hasta abril ascendía a 450.000, mientras que la cadena británica BBC y los diarios rusos Mediazona y Meduza estiman en más de 120.000 los fallecidos. Estos medios han recopilado desde el principio del conflicto datos de difuntos de fuentes abiertas, como herencias. Según el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, el ejército ruso sumaba 180.000 muertos hasta febrero, frente a unos 31.000 ucranios.

Área del Grupo Wagner en el cementerio de Bakínskaya, Krasnodar, el pasado 18 de junio.Javier G. Cuesta

“Perdemos la vida en un instante, pero el dolor dura para siempre”, dice el epitafio de un oficial. Más de 19.500 miembros de Wagner murieron en la carnicería de Bajmut entre otoño de 2022 y la primera mitad de 2023, según Mediazona y BBC. Sus periodistas tuvieron acceso a un listado de pagos póstumos de la compañía y constataron que unos 17.000 fallecidos eran reos —algunos con delitos de sangre— indultados por Putin.

La sangría no se ha detenido en 2024. A pocos kilómetros de Bakínskaya se ve desde la carretera un cortejo fúnebre de decenas de personas tras el retrato de otro militar en una aldea cercana.

Los entierros masivos de soldados han provocado protestas en la región de Krasnodar. El alcalde de la vecina Goriachi Kliuch —llave caliente, en ruso— pidió el año pasado su sepultura en otra parte, pero fue enmudecido por las amenazas de algunos diputados en Moscú de enviarle al frente. Según el empleado funerario de Bakínskaya, las autoridades seguirán sepultando militares en su cementerio. “Todos dicen que lo van a cerrar, pero creo que seguirán. Ya no queda espacio en ninguna parte”, opina antes de suspirar ante los cientos de tumbas: “Una lástima”.

El Ministerio de Defensa ruso reanudó las operaciones del Grupo Wagner en Krasnodar tras purgar sus filas. Su principal base en la zona está situada en la localidad de Mólkino, muy próxima a sus cementerios de Bakínskaya y Goriachi Kliuch.

Ofertas de alistamiento y funerales

Más allá de Wagner, Krasnodar es un caladero para el ejército ruso. En aquella provincia, la muerte se ha convertido en un proceso industrial. La propaganda de los centros de alistamiento se mezcla con los descuentos de las funerarias. Los carteles del ejército prometen “un trabajo para hombres de verdad”, y en sus letreros se compaginan las imágenes de soldados pertrechados con armas de asalto y pasamontañas con sueldos astronómicos para el ruso medio: algo más 200.000 rublos mensuales (unos 2.000 euros) más un primer pago de un millón de rublos a medias entre la administración local y el Gobierno.

Se trata de salarios inalcanzables para el ruso medio. Además, la letra pequeña de los carteles recuerda que los familiares pueden percibir otros beneficios en caso de morir su ser querido en el frente. Entre otros, un pago de cinco millones de rublos, unos 50.000 euros. En julio, Putin duplicó el primer pago que reciben los voluntarios, de 195.000 a 400.000 rublos (casi 4.000 euros). Y las regiones han entrado en una carrera para ver quién ofrece los mayores salarios.

“Todo el mundo se ha ido al frente, allí pagan bien”, señala Sasun, el dueño de un restaurante en Krasnodar que se reconvirtió a taxista hace un año porque se quedó sin clientes. “No ganaba nada durante seis meses, muchos jóvenes se marcharon. Estoy liquidando el negocio ahora“, lamenta este inmigrante armenio de más de 50 años. “Los negocios han cambiado totalmente”, suspira.

Además de ser un punto de reclutamiento, Krasnodar es un paso clave para el ejército. El movimiento de tropas que marchan a Donbás o regresan a sus hogares desde el frente es constante. En la estación central de autobuses, una decena de militares espera junto a sus seres queridos antes de subir al autobús Novorosiísk-Lugansk. Es de noche y apenas hablan, puede ser su última vez juntos.

Entre los militares hay un chaval muy joven acompañado por su madre. Vestido con una camiseta con la Z, el símbolo ruso de la invasión de Ucrania, parece más un adolescente que acude a su primer día de universidad que alguien que va a intentar sobrevivir los próximos meses entre drones y artillería.

Otro combatiente, de unos 50 años, aguarda con el semblante serio junto a su mujer. Ambos se funden en un abrazo antes de subir al autobús, y vuelven a despedirse con los dedos de la mano una vez está en el interior del vehículo. Cuando este parte, ella rompe a llorar.

El frente deja secuelas. En la parada nocturna en una gasolinera de Kropotkin, un soldado de otro autobús se une con un café a la mesa junto con otra pasajera. Con el rostro hundido y una larga barba abandonada, el militar encadena sus movimientos con una lentitud terrible, pero lo más llamativo es su mirada, la mirada de las mil yardas, la expresión inerte de sus ojos. “Todo está complicado”, dice en una breve conversación el soldado que luce el distintivo ‘Demonio’ en el hombro.

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