Órdagos, promesas y drama para cenar: así se negocian los altos cargos de la UE

La ambición de los populares europeos, los recelos con los negociadores y el malestar de Giorgia Meloni, aislada del centro de poder decisivo, dilatan el acuerdo político para la nueva cúpula de la UE

La presidenta de la Comisión Europa, Ursula von der Leyen, acompañada de líderes de varios Estados miembros, durante la cumbre celebrada en Bruselas el 17 de junio.Associated Press/LaPresse Geert Vanden Wijngaert (APN)

Cuando se sirvió la cena, un menú de pastel de cebolla, abadejo frito con verduras mediterráneas y tarta al ron, el ambiente en la sala se había agriado. El ágape de trabajo de los líderes de los países de la UE para debatir sobre los nombramientos de los altos cargos de la Unión —sin teléfonos móviles ni asesores en la habitación del Consejo Europeo de Bruselas— empezaba con dos horas de retraso y con la mayoría de los órdagos políticos ya sobre la mesa. Pero no sobre esa mesa finamente preparada que ...

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Cuando se sirvió la cena, un menú de pastel de cebolla, abadejo frito con verduras mediterráneas y tarta al ron, el ambiente en la sala se había agriado. El ágape de trabajo de los líderes de los países de la UE para debatir sobre los nombramientos de los altos cargos de la Unión —sin teléfonos móviles ni asesores en la habitación del Consejo Europeo de Bruselas— empezaba con dos horas de retraso y con la mayoría de los órdagos políticos ya sobre la mesa. Pero no sobre esa mesa finamente preparada que no terminó de alumbrar el pasado lunes un compromiso político para encumbrar a la futura cúpula europea.

Antes, en otra habitación de ese edificio acristalado en forma de cubo, uno los centros de más poder de las instituciones comunitarias, los negociadores de las tres principales familias políticas europeas habían empezado el regateo para designar a quienes presidirán durante los próximos cinco años la Comisión Europea y el Consejo Europeo y a la persona que ostentará la jefatura de la diplomacia de la UE. Primero, una reunión a cuatro: dos negociadores populares, el polaco Donald Tusk y el griego Kyriakos Mitsotakis, y dos socialdemócratas, el español Pedro Sánchez y el alemán Olaf Scholz. Después, otra reunión junto al holandés Mark Rutte y el francés Emmanuel Macron, liberales. Seis de los 27 jefes de Estado y de Gobierno en torno a una pequeña mesa baja con un par de cocacolas, agua con gas, algo de fruta y unas cuantas carpetas.

La lista de candidatos estaba clara días antes: la conservadora Ursula von der Leyen para repetir al frente del Ejecutivo comunitario; el socialista portugués António Costa para el Consejo y la liberal estonia Kaja Kallas de alta representante para Política Exterior y Seguridad. Pero las apuestas empezaron a subir. “Los populares se pusieron codiciosos, quieren que se visibilice que han ganado las elecciones europeas y exigen la mitad de los cinco años de mandato del Consejo Europeo, dos años y medio”, explica una fuente al corriente de las negociaciones. Los socialdemócratas se negaron. La negociación encalló.

El resto de líderes esperaba sorbiendo café o aprovechaba para mantener reuniones bilaterales. Y la sala principal empezó a caldearse. “No aceptaremos un acuerdo precocinado”, lanzo la primera ministra ultraderechista de Italia, Giorgia Meloni, visiblemente molesta por no formar parte de esa mini-cumbre negociadora. “La italiana se ha mostrado como la ganadora de las elecciones europeas que han escorado más hacia la derecha la Unión, como líder de un Gobierno estable de la tercera economía de la UE, y vio que, a la hora de la verdad, se la ignoraba por ultra”, describe una alta fuente comunitaria.

La italiana compartió su enfado con el primer ministro checo, Petr Fiala, de su misma familia política europea, los Reformistas y Conservadores (ECR), y con el nacionalpopulista húngaro Viktor Orbán. También los conservadores sueco, Ulf Kristersson, e irlandés, Simon Harris, empezaron a criticar que no se tuviera en cuenta a los “países pequeños”. “Muchos líderes estaban muy molestos por ese ambiente de que se estaban fraguando cada vez más pactos secretos, también para los puestos intermedios”, dice una alta fuente comunitaria.

La reunión de alto nivel se pronosticó como algo distinta a las anteriores, en las que predominaron los navajazos políticos. Como en la de 2014, que estuvo precedida por una mini-cumbre del eje del norte, opuesto al nombramiento del conservador luxemburgués Jean-Claude Juncker. O la de 2019, en la que todo saltó por los aires cuando el candidato avalado por la poderosa canciller Angela Merkel, el socialdemócrata holandés Frans Timmermans, cayó por vetos procedentes del propio Partido Popular Europeo (PPE), la familia de la alemana, recuerda Juan Pablo García-Berdoy, que fue el embajador representante de España ante la UE en ese momento y hasta 2021. “Los liberales barajaron a [la danesa Margrethe] Vestager. Pero finalmente Macron puso sobre la mesa el nombre de Ursula von der Leyen, que era una buena salida para Merkel”, señala el diplomático.

Tras las elecciones europeas del 9-J, en las que la subida de la ultraderecha ha dejado muy tocados a los gobiernos de Francia y Alemania— el tándem motor de la UE—, la guerra de Rusia contra Ucrania, la de Israel en Gaza y un clima global muy turbulento, había prisa por cerrar el asunto. Pero el juego de poder es inevitable. Los principales nombres están muy claros y apenas nadie cuestiona la terna Von der Leyen, Costa, Kallas —la presidencia del Parlamento Europeo, a la que aspira a repetir la maltesa conservadora Roberta Metsola, aunque solo sea la primera parte de la legislatura, apenas se debatió el lunes―, que cumple el equilibrio de género, familias políticas y regional. Pero todos quieren la mejor cuota posible en el próximo Ejecutivo comunitario. “Aquí se habla de muchas cosas, pero sobre todo de intereses nacionales, y más cuanto más nacionalista eres”, apunta García-Berdoy, hoy responsable de Asuntos Públicos Europeos para la consultora LLYC.

“Todo el mundo sabe cuál es el papel de Italia, que hoy tiene el Gobierno más sólido de todos”, incidió el miércoles Meloni, que reconoció que presionará para que su país tenga “un papel del más alto nivel”. De eso se trata ahora. De hecho, algunos observadores creen que el enfado de la líder italiana es “sobreactuado” y una forma de presión política. Pero no solo para este acuerdo, sino para mostrar cómo podría ser un Consejo Europeo en crisis permanente si se aísla a la ultraderecha. Los líderes se reunirán de nuevo este jueves y viernes en Bruselas para cerrar el acuerdo. Pero los contactos no cesan. Tampoco con Von der Leyen, a quien todos reclaman una buena cartera a cambio de su apoyo y, en algunos casos, también del de su grupo parlamentario en la decisiva votación de julio en la Eurocámara, en la que necesitará 361 votos de 720.

La alianza de PPE, socialdemócratas y liberales que ha sostenido históricamente a la Unión —y su mandato— suma 399 escaños. Una cifra demasiado ajustada en un proceso de votación secreto en el que la alemana no tiene garantizados ni siquiera todos los de su partido. Eso hace que suban las apuestas por el apoyo que le daría la holgura necesaria, que para algunos sectores de la derecha está en un acercamiento a Meloni (24 eurodiputados), mientras que otros miran hacia los Verdes (51 escaños). De hecho, la colíder de ese grupo, Terry Reintke, se paseó el lunes por las salas más públicas del Consejo mientras decenas de periodistas se agolpaban en la cafetería para ver los partidos de la Eurocopa y en otra zona debatían los líderes.

Cordón sanitario

Italia quiere una vicepresidencia ejecutiva. Un buen puesto, a ser posible una cartera económica, que muestre en casa y fuera el liderazgo de Meloni y que también ella —presidenta de un partido con raíces neofascistas como Hermanos de Italia, involucrado últimamente en escándalos de memoria histórica, pero que algunos conservadores, como la propia Von der Leyen, ven como una ultraderecha aceptable— sabe negociar, jugar y pactar.

La italiana no sintió lo mismo el pasado lunes. Su familia ultra europea, ECR —en la que también están los españoles de Vox o los polacos de Ley y Justicia (PiS)—, se perfila como la tercera fuerza política en la Eurocámara, tras el desplome de los liberales. Y Meloni esperaba que hubiera algún tipo de reorganización de la jerarquía en la negociación.

Ya en la previa de aquella cena y en las conversaciones anteriores —Macron y Scholz se vieron con Von der Leyen aprovechando la reunión del G-7 poco antes— quedó claro que no iba a ser el caso. De hecho, el canciller alemán exigió que Meloni y su ECR fueran excluidos de las conversaciones, según varias fuentes. Un cordón sanitario a partidos de ultraderecha que gobiernan (o sostienen Ejecutivos) en ocho Estados miembros. Y, como Meloni, también quieren su cuota de poder para elegir a la cúpula comunitaria.

La primera ministra italiana “no leyó” bien el tipo de cumbre que dirime los altos cargos de la UE, apunta una fuente diplomática en una delegación de peso. Ya no se trata tanto de políticas como de política. “Al final está todo hecho entre populares, socialistas y liberales”, zanjó con sorna Orbán mientras esperaba su coche oficial para volver a su lujoso hotel, en el centro de Bruselas. ”Me pareció surrealista que algunos presentaran propuestas de nombres para puestos de alto nivel sin reflexionar primero sobre cuáles eran las señales provenientes de los ciudadanos y cuál debería ser el cambio de ritmo en las prioridades”, resumió un par de días después Meloni.

Para cuando se sirvieron el café y las tisanas de hierbas tras la cena del lunes, y se abrieron las puertas a los asesores, ya había quedado claro que no habría una declaración de compromiso político como Von der Leyen querría. Ahora es momento de que el acuerdo, el debate, se “marine”, apuntó Macron. Que macere hasta el próximo jueves, cuando los líderes esperan llegar a un acuerdo que marcará el futuro de la UE.

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