La Iglesia después de Francisco
El pontificado de Bergoglio, el papa más anciano del último siglo, se acerca al final después de 11 años de reformas y pulsos ideológicos. ¿Será irreversible su primado?
Hay muchas formas de ver la cuestión, pero nadie duda de que el pontificado de Francisco encara su recta final. A sus 87 años (cumplirá 88 en diciembre), es ya el Papa de mayor edad en la silla de Pedro desde León XIII (murió a los 93 años en 1902) y acumula un papado en la media de duración (llegó al Vaticano en 2013). Jorge Mario Bergoglio no ha dado muestras de fatiga mental, pero sí física. Los problemas en la rodilla le obligan ya a desplazarse casi siempre en silla de ruedas (o apoyado en un bastón) y...
Hay muchas formas de ver la cuestión, pero nadie duda de que el pontificado de Francisco encara su recta final. A sus 87 años (cumplirá 88 en diciembre), es ya el Papa de mayor edad en la silla de Pedro desde León XIII (murió a los 93 años en 1902) y acumula un papado en la media de duración (llegó al Vaticano en 2013). Jorge Mario Bergoglio no ha dado muestras de fatiga mental, pero sí física. Los problemas en la rodilla le obligan ya a desplazarse casi siempre en silla de ruedas (o apoyado en un bastón) y una cierta fragilidad en los pulmones le ha expuesto los dos últimos años a agudas complicaciones respiratorias con largos ingresos hospitalarios. No está en su cabeza renunciar por ahora, como él mismo ha dicho en varias entrevistas, pero en la curia y en los mentideros de la Iglesia hace tiempo que han comenzado las quinielas. “Es algo que solo sabe el Espíritu Santo”, señala un obispo entornando los ojos y mirando al cielo. “Pero por si acaso, algunos prefieren estar preparados”.
Francisco ha estructurado su pontificado en torno a una cierta misión reformadora con una agenda muy concreta. Todos esos planes, al menos desde la parte orgánica, se han completado. Las finanzas y el Banco Vaticano (con el cierre de 5.000 cuentas), leyes contra los abusos sexuales, los migrantes en el centro de la agenda social, la comunicación (él mismo se ha convertido en su principal portavoz), reforma de la organización de la curia con una nueva Constitución Apostólica y un colegio cardenalicio heterogéneo geográficamente que ha liquidado la tradicional hegemonía italiana. En el horizonte queda el final del gran sínodo sobre la sinodalidad (una gran y larga reunión de obispos para convertir la toma de decisiones en la Iglesia en algo más colegiado) y algunos viajes agendados, como el próximo y exigente desplazamiento a Asia y Oceanía (Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur).
También persistirá el intento por ganar algo de influencia diplomática en los posibles procesos de paz en Gaza y Ucrania, hasta ahora infructuoso y, a menudo, contraproducente. El resto parece más bien un compás de consolidación y, sobre todo, de corrección de errores o respuestas más o menos improvisadas a crisis que se van abriendo.
Massimo Faggioli, historiador de la Iglesia y profesor de Teología en la Villanova University (Filadelfia), cree que todavía “hay algunos elementos a tener en cuenta”. “Creo que quiere quedarse al menos hasta la conclusión del sínodo, o sea finales de 2024, comienzos del 2025. También querría lanzar el Jubileo. Él siempre ha dicho que ha asimilado la decisión de Benedicto XVI de renunciar, pero no la ve como un precedente que deba crear necesariamente escuela. Es contrario a generar expectativas de ese tipo”, apunta. “¿Un cónclave? Lo interesante es saber qué piensan del pontificado de Francisco los cardenales que llegarán a esa cita: algunos han sido muy claros, de una parte y otra. Pero hay una grande zona gris en medio que no conocemos, porque ignoramos sus opiniones y cómo el pontificado de Francisco ha sido recibido en sus iglesias locales: y eso es algo que influye a un cardenal en un cónclave”.
Una de las maneras más frecuentes de valorar la implantación de un pontificado en la Iglesia católica y la influencia que tendrá en la elección del siguiente Papa es echar un vistazo al colegio cardenalicio. Su composición, o sea, el número de purpurados que ha elegido el papa regente permitiría pensar que el siguiente pontífice debería ser alguien nombrado por él o, al menos, continuista de su agenda. Pero el Espíritu Santo es caprichoso y la realidad no siempre es exactamente así. La tarde del 18 de abril de 2005, por ejemplo, 115 cardenales entraron en la Capilla Sixtina para elegir al sucesor de Juan Pablo II. El polaco había nombrado a 113 de aquellos purpurados durante sus 26 años de pontificado y para todos ellos era la primera vez que elegirían a un pontífice. Todo parecía más que atado para que una de sus criaturas tomase el relevo. Pero los cónclaves no son una ciencia exacta. El Espíritu Santo se inclinó al día siguiente por la opción más contracultural con aquel margen numérico y eligió a Joseph Ratzinger, uno de los únicos dos que no había nombrado Wojtyla. El otro, el estadounidense William Baum, iba en silla de ruedas.
Los números que apuntalan la obra de Francisco en un futuro cónclave, al margen de casos como el de Benedicto XVI, son cada vez más abultados. De los 237 cardenales actuales, 131 han sido nombrados por Bergoglio. Pero lo más importante es que solo podrían votar en un cónclave los menores de 80 años, es decir, 127. Y de ese poderoso grupo, 92 son criaturas del actual pontífice (el 72,4%). Ese porcentaje permite medir el poder del Papa el día que los cardenales entren en la Capilla Sixtina y ensarten el papelito con su voto en la cuerda que los une a todos. “Quién sabe. La mayoría de los cardenales elegidos por él podrían pensar que su sucesor debe ser alguien opuesto. No sería la primera vez. La elección papal suele ser como un péndulo que primero va hacia un lado y luego hacia el otro. Y este ha sido un pontificado intenso, de ruptura, algo polarizador… y no me extrañaría que el próximo cónclave eligiese un papa que hiciese digerir algunas cuestiones lanzadas por Francisco. Más conservador o más institucional, menos movido”, apunta Faggioli.
Hay pocas voces que consideren que Francisco pueda dar un paso al lado en un plazo de tiempo corto. Giovanni Maria Vian, experto historiador de la Iglesia y director durante 11 años del L’Osservatore Romano, el periódico del Vaticano, está seguro de que “no renunciará, morirá en el cargo”. “Él mismo lo ha dicho. Y parece sensato. El problema en estos casos es el deterioro mental, pero no parece el caso. Y una renuncia es un problema. La cohabitación con Benedicto ha sido tranquila, pero no es ninguna garantía para el futuro”, apunta Vian, que también abre la posibilidad de que el posible sucesor cambie algo el rumbo. “Aunque eligiese llamarse Francisco II, tendrá que diferenciarse de su antecesor. Un pontificado ya largo y discutido impone que haya un sucesor diferente. Y es cierto que ha habido una cierta polarización que podría hacer buscar a alguien que calme la situación, alguien de mayor consenso”.
Una de las cuestiones claves en la era pos-Francisco será la durabilidad de sus reformas. ¿Son ya irreversibles? “No lo son, pero eso sirve para cualquier Papa”, opina Vian. “Porque otro problema es el ejercicio del poder papal que ha desarrollado Francisco, algo autoritario, como él mismo reconoce, y que impondrá una revisión de esa cuestión. Porque entre otras cosas esa actitud va contra la implantación definitiva de las reformas”. Austen Ivereigh, biógrafo de Francisco, una de las personas que mejor conoce su obra como pontífice, tiene pocas dudas sobre al irreversibilidad de los cambios. “Casi nada es irreversible, claro. Pero hablando con muchos obispos y cardenales, el camino pastoral, sinodal, misionero me parece que es el único camino viable y deseable en este momento. Todos, excepto una minoría, estaría de acuerdo con esto. Me refiero al colegio cardenalicio, pero también al colegio episcopal”, apunta.
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