La guerra regresa a Sderot, a las puertas de Gaza: “No tengo miedo a Hamás. No nos iremos nunca”
Esta población israelí cercana a la Franja fue objetivo del misil que en la mañana del viernes rompió la tregua
Sultana Sebag, de 84 años, no abrió la puerta a los dos milicianos de Hamás que, rifle en ristre, llamaron en la mañana del 7 de octubre a la puerta de su casa en Sderot. Esta ciudad israelí, junto al norte de Gaza, era el objetivo del misil lanzado al amanecer de este viernes desde la Franja con el que Israel ha dado por terminada la tregua de una semana. Sebag sobrevivió a la matanza de hace casi dos meses, cuando fueron asesinadas unas 1.200 per...
Sultana Sebag, de 84 años, no abrió la puerta a los dos milicianos de Hamás que, rifle en ristre, llamaron en la mañana del 7 de octubre a la puerta de su casa en Sderot. Esta ciudad israelí, junto al norte de Gaza, era el objetivo del misil lanzado al amanecer de este viernes desde la Franja con el que Israel ha dado por terminada la tregua de una semana. Sebag sobrevivió a la matanza de hace casi dos meses, cuando fueron asesinadas unas 1.200 personas en el ataque que sirvió de detonante de la contienda, pero su corazón, ya débil, se apagó definitivamente el miércoles, en pleno alto el fuego.
En Sderot, donde apenas queda el 10% de sus 30.000 habitantes, un puñado de familiares recuerda a la anciana sin importar que de fondo suenen de nuevo los bombardeos. Los que llevan años residiendo en esta localidad han aprendido a convivir de manera casi cotidiana con el riesgo de los misiles que llegan desde la vecina Gaza. No es una gran sorpresa que la calma haya saltado por los aires, aseguran.
Asher Pizem, un rabino de 34 años y padre de cinco hijos, se aprovisiona de dulce y salado en la panadería Huri. “No tengo miedo de los terroristas. No tengo miedo de Hamás”, afirma contundente con los chavalillos revoloteando alrededor de las estanterías de pan y cruasanes. Uno de ellos es Avrahimi, de nueve años, que el 7 de octubre, al ver a los atacantes por la ventana, fue a coger un cuchillo para hacerles frente, relata su padre mientras le acaricia la cabeza en un gesto protector. “Quiero lanzar un mensaje a Hamás. Los vamos a vencer. No nos iremos nunca”, asegura Pizem, que lleva 22 años asentado en Sderot.
Las calles, los parques y las rotondas están salpicadas de pequeños refugios de hormigón en los que poder resguardarse cuando suenan las alarmas. No son de esta guerra. Llevan ahí años, tantos como la amenaza de los cohetes de los brazos armados de las facciones palestinas. A lo largo de este viernes, las estelas de los cohetes que salen de la Franja rasgan varias veces el cielo mientras el sistema antiaéreo israelí, conocido como Cúpula de Hierro, los intercepta en el aire dejando escuchar las explosiones antes de que lleguen a su objetivo. “Estoy nervioso”, reconoce Mike, un dependiente de un colmado de 21 años. Explica que algunos de los vecinos que regresaron con los días de alto el fuego han vuelto a abandonar Sderot con la vuelta de las hostilidades.
“Es duro ver la ciudad vacía”
“La ruptura de la tregua nos la podíamos imaginar. Pensé que iba a ocurrir antes, la verdad”, comenta con una mezcla de pesimismo y normalidad Aviv Katz, de 34 años. Es uno de los que se ha ido de la localidad, pero cada dos o tres días acude a comprobar el estado del restaurante Oryosss, que abrió con su pareja pocas semanas antes de la guerra. “Es duro ver la ciudad vacía y medio cerrada”, lamenta mientras un gato soleándose sobre una de las mesas de la terraza otorga la única pincelada de vida al local. Ni idea, señala, de cuándo podrán reabrir. Katz, que se lamenta de la inversión realizada en medio de esa losa de incertidumbre por culpa de la guerra, cuenta que el propietario del edificio donde se halla el negocio fue asesinado junto a un amigo mientras hacían deporte en la mañana del 7 de octubre en los alrededores de Gaza.
Omer, de 26 años, calcula que el domingo le toca regresar al enclave palestino. Es conductor de una de las famosas excavadoras D9 del ejército, un descomunal vehículo blindado que abre camino arrasando con todo lo que encuentra por delante. Omer, que, como muchos no da su apellido, ha estado desplegado durante esta guerra con las tropas de ocupación en Ciudad de Gaza o en el campo de refugiados de Yabalia. Se ha tomado unos días de asueto por la muerte de su abuela, Sultana Sebag, y acompaña a su tío Yossi y a otros familiares bajo la lona azul que, a modo de toldo, los protege delante del portal.
De la panadería sale un hombre en la cincuentena que, sin dar su nombre, afirma ser uno de los militares que trabaja en la Cúpula de Hierro. “El lanzamiento tuvo lugar en torno a las seis de la mañana a modo de provocación”, dice refiriéndose al momento en que el alto el fuego se evaporó sin que las partes, Hamás e Israel, hubieran logrado un acuerdo. Una calle más allá, un camión de la basura mantiene el servicio de recogida mientras retumban de fondo los zambombazos de la artillería israelí castigando Gaza. Los motores de los drones, similares a unas incansables chicharras, completan la banda sonora de Sderot tras la tregua.
“Mi madre fue afortunada… por unas semanas”, sostiene Yossi, de 59 años, recordando que Sultana Sebag sobrevivió más de 50 días después del ataque de Hamás pese a su delicada salud. Junto a él, la esquela de la mujer pegada delante del edificio, a solo unas decenas de metros del solar que ocupaba la comisaría de Sderot, asaltada por los milicianos. Yossi muestra con cierta nostalgia las imágenes captadas por la cámara de vídeo del descansillo de la vivienda de su madre donde se ve a los milicianos llamando a la puerta. Y ella sin abrir. Cree que fue casi un milagro que no muriera aquel 7 de octubre. Por eso la familia, en la soledad de Sderot, vela su ausencia sin apenas dar importancia al regreso de la guerra a su ciudad.
Sigue toda la información internacional en Facebook y X, o en nuestra newsletter semanal.