El Nueva York de Ucrania, la tumba cultural de la escritora Victoria Amelina
Las bombas rusas reducen a escombros la Casa de la Cultura del este del país donde había empezado a echar raíces un esperanzador festival literario
“Ocurrió por la tarde, sobre las tres o las cuatro. Sentimos como el ruido de un trueno”, recuerda Valentin Taranov, de 85 años, en la pequeña localidad ucrania de Nueva York (región de Donetsk, en el este). Después, “todo era polvo y escombros”, añade pegándose una carrera en dirección al lugar atacado en mayo en su afán de demostrar que está en forma. Segundos después, ante él, el silencio salpicado por algunas detonaciones de fondo acompaña a los cascotes del patio de butacas, el escenario, el lujoso salón, las escaleras, la fachada… Los efectos de ese trueno que describe Taranov, una bomba...
“Ocurrió por la tarde, sobre las tres o las cuatro. Sentimos como el ruido de un trueno”, recuerda Valentin Taranov, de 85 años, en la pequeña localidad ucrania de Nueva York (región de Donetsk, en el este). Después, “todo era polvo y escombros”, añade pegándose una carrera en dirección al lugar atacado en mayo en su afán de demostrar que está en forma. Segundos después, ante él, el silencio salpicado por algunas detonaciones de fondo acompaña a los cascotes del patio de butacas, el escenario, el lujoso salón, las escaleras, la fachada… Los efectos de ese trueno que describe Taranov, una bomba rusa, no ignoraron ningún rincón de la Casa de la Cultura.
Es en este amasijo que representa la cultura como otra víctima más de la guerra, donde la escritora fallecida Victoria Amelina soñó con afianzar un festival literario que ella misma había fundado en el castigado este de Ucrania. Pero ese evento murió en pañales, solo vivió una edición. Se celebró en octubre de 2021, cuatro meses antes de que comenzara la gran invasión del presidente ruso, Vladímir Putin. En la coyuntura actual, nada hace prever a corto plazo una segunda cita. Ese golpe militar del Kremlin del año pasado empeoró todavía más el clima de violencia y muerte en esta región oriental de Donetsk, escenario ya desde 2014 de una insurrección armada de separatistas impulsada desde Moscú.
A partir de 1951, las autoridades soviéticas rebautizaron durante algunas décadas Nueva York (transcrito con frecuencia como Niu York) a Novhorodske (nueva ciudad), pero la localidad recuperó su denominación en 2021. El origen del nombre de este enclave industrial, que contaba con unos 10.000 habitantes hasta el año pasado, se sitúa en la emigración a caballo del siglo XIX y XX hacia Estados Unidos de trabajadores locales, explica la periodista Natalia Gumeniuk, amiga de la escritora.
En una incomprensible y dolorosa paradoja de la guerra, pocas semanas después de la destrucción del centro cultural, un edificio de corte colonial de mediados del siglo pasado, era la propia Victoria Amelina la que moría a principios de julio tras la explosión de un misil lanzado por las tropas del Kremlin. “La recordaré joven, bella, ambiciosa…”, señala Ludmila (prefiere no dar su apellido), de 58 años y responsable del establecimiento Family Club. Este local se encuentra a 200 metros del centro cultural y se convirtió en la cantina de los participantes y asistentes al festival. “Deseo mandar un mensaje a la familia por lo que Victoria hizo por Nueva York y por sus niños. No tenemos mucha gente en Ucrania que sea tan patriota y que luche por educar a los niños”, recalca envuelta todavía en el dolor y la incredulidad. Lanza entonces un dardo envenenado de ironía remedando los tres días que, según Putin, iba a tardar en tomar Kiev: “Iban a liberarnos en tres días y han liberado el centro cultural, el polideportivo y otras zonas de la ciudad”.
Gumeniuk, que conversó con EL PAÍS tras la muerte de Amelina, insiste también en ese compromiso de la autora. “Antes de la invasión, en unos meses más o menos pacíficos, Victoria fundó allí un festival de literatura y su revista la llevan los chavales de allí”, señaló. “Victoria era una persona muy cercana al corazón de esos jóvenes”, enfatiza. “La primera vez que vino a Nueva York a presentar uno de sus libros estuvo en la escuela, en el jardín de infancia… Se entregaba por completo a la causa”, rememora Ludmila.
La escritora, originaria del oeste del país, había elegido esta pequeña localidad para organizar el festival porque es de donde proceden su marido y su familia. Nueva York es una más de las poblaciones de Donbás, la zona este de Ucrania, sacudida por un alto desempleo, un medio ambiente degradado, suministro de agua intermitente y a las puertas de la zona ocupada por los rusos desde donde atacan estas localidades, describió la reportera Katerina Sergatskova en un reportaje publicado en Zaborona a finales de 2021. Entre zonas ajardinadas, el aspecto colonial del centro cultural bombardeado y los edificios de alrededor heredaron el característico ladrillo empleado por los colonos alemanes, muchos protestantes menonitas, que llegaron desde mediados del siglo XIX. La mayoría acabaron después desterrados a Siberia por las autoridades soviéticas.
Ahora, Nueva York se presenta casi desierta por hallarse enclavada próxima a la zona de combate y ser objetivo de los misiles rusos con cierta frecuencia. Tres días antes de la visita de este enviado especial, a finales de julio, un bombardeo acabó con la vida de cuatro vecinos. En mayo y junio del año pasado, la factoría de fenol, un motor económico esencial, fue bombardeada. De ella depende la estación de tren. También la Casa de la Cultura, donde Amelina celebró el festival de literatura pertenece a esa compañía, propiedad de uno de los grandes magnates ucranios, Rinat Ajmetov.
Varios agentes de policía almuerzan algo en una de las mesas del Family Club. Mientras se colocan los chalecos antibalas para volver a salir al exterior, uno de ellos, Vitali, cuenta que tienen una lista de 50 menores que permanecen en el pueblo y que han de ser evacuados. En la conversación flota la incertidumbre sobre aquellos chavales a los que había apoyado Amelina con su iniciativa cultural.
Los combatientes rusos llegaron a tener al principio de la guerra de Donbás durante tres meses bajo su control Nueva York, que depende administrativamente de la vecina Toretsk. La población, que se halla enclavada en el gran frente que rodea la disputada localidad de Bajmut, es un continuo festival de detonaciones. Unas salen desde posiciones ucranias, otras llegan desde el lado ruso. Pese a todo, Valentin Taranov, el vecino que describió el ataque, trata de sacar el lado positivo ante la visita. “Aquí tenemos internet, e internet en el aire también”, destaca refiriéndose al wifi.
El hombre no olvidará nunca aquella tarde infausta en que el enemigo destruyó el teatro. “Estaba en la ventana de mi casa, que fue arrancada y me golpeó el brazo al abrirse por la explosión. En mi habitación y en otras estancias también saltaron las ventanas. Todo era destrucción y humo. Todo temblaba, el suelo, mis piernas, mis manos… Corrimos fuera y la gente estaba gritando: ‘¡Han destruido el club, han destruido el club!”. Tras comprobar los daños, volvieron al apartamento y “el polvo se había ido”. “Nuestro perro se metió debajo de la cama y después no era capaz de salir porque el hueco era muy pequeño. Cuando todo se calmó tuvimos que levantarla para liberarlo. Estaba llorando. Me gustaría que lo vieran, al perro llorando, temblando y buscando protegerse entre nosotros”, explica sin dejar de gesticular.
“Con este festival, quería decir que la verdadera región de Donetsk es muy hermosa, delicada, conmovedora y terca, vulnerable y fuerte al mismo tiempo”, comentó la escritora durante el certamen, según publicó Zaborona. “Lo más justo sería poder volver a celebrar el festival y que lleve el nombre de Victoria Amelina”, anhela Ludmila, sentada en una de las mesas del Family Club. “Seguro que acabamos teniendo un centro cultural con su nombre”, añade. Entre el ir y venir de los uniformados a pedir comida y bebida, uno de ellos, que conocía a la escritora, concluye: “Estamos en shock”.
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